Cómo nació un lder. Un cuento corto
- Gabriel J. Perea R.
- - Publicado: 22/9/2007 - 11:00 pm
Todo comenzó la tarde de un borrascoso verano. La lluvia no había respetado la terminación de la época seca en el istmo, así que decidió sin consultarle a nadie empapar a todos los istmeños fuera quien fuera. La lluvia, que caía a cántaros con algunos pericos y otros políticos de feria, era observada por dos alegres compadres. La genialidad de los compadres estaba en su punto máximo debido a las mangas largas que se habían empinado toda la tarde después de ganar por multitudinaria mayoría el control de la logia de los hombres de concreto.
Los hombres de concreto eran un temido grupo de obreros casi indestructibles. Se decía que las cosas que mortalmente afectarían a un ser humano común y corriente a ellos no les causaban ni cosquillas. Podían padecer de hambre por meses al no tener dónde pegar un solo bloque, aguantaban achicharrante calor sin desmayarse, trabajan largas horas de duro trabajo con solo sopa y arroz. La lluvia o el sol no les afectaba y se dieron casos de algunos que cayendo de grandes alturas se levantaron sin mayores remiendos. Esa tarde los compadres reflexionaban acerca del porvenir del istmo.
"Compadre Mostacho fíjese que la patria está jodida.
"Claro. La están vendiendo a pedacitos.
"Compadre, tenemos que hacer algo, tenemos que llegar al poder, pero la gente no vota por los hombres de concreto. Nos creen demasiados brutos para gobernar.
"Entonces, compadre Cabeza debemos seguir luchando es la única manera. Llegará nuestra oportunidad.
Y la oportunidad llegó agarradita de la mano de un zoquete que se prestó para intentar sacar del camino al compadre Cabeza que ya tenía al gobierno con los sesos hinchados. En medio de una bronca entre los hombres de concreto y los gobernantes algún sesudo asesor se le ocurrió inculpar al compadre Cabeza de actos bien malvados. El rollo fue tan bien preparado que nadie se lo creyó.
El compadre Cabeza fue acusado, se ordenó su arresto sin derecho a fianza. El comandante Calvo, salió con toda su tropa a capturar al prófugo de la justicia. Mientras tanto, el compadre Cabeza seguía las instrucciones del compadre Mostacho y se pasó a la clandestinidad declarándose perseguido político. Los hombres de concreto pidieron la intervención de las Naciones Unidas, de la Cruz Roja, del comandante Rojo y para no dejarlos fuera, de algunos curitas con sus sotanas bien planchaditas. Hicieron protestas, cerraron calles y veredas y lograron llamar la atención hasta de los más escépticos.
Cuando el embrollo se desenvolvió, el compadre Cabeza emergió investido con el traje de héroe del pueblo, conocedor de la clandestinidad, el sufrimiento, la opresión y la persecución. Los istmeños vieron un nuevo líder, alguien que estaba dispuesto a arriesgar el pellejo por sus necesidades. A los compadres les habían despejado gratuitamente el camino al poder.
"Jo! Compadre Mostacho, quién lo hubiera dicho. El gobierno me convirtió en héroe.
"Vio, vio compadre Cabeza, siempre hay gente más bruta que uno.
"Levante esa manga larga y brindemos. Las elecciones serán pronto.
Los hombres de concreto eran un temido grupo de obreros casi indestructibles. Se decía que las cosas que mortalmente afectarían a un ser humano común y corriente a ellos no les causaban ni cosquillas. Podían padecer de hambre por meses al no tener dónde pegar un solo bloque, aguantaban achicharrante calor sin desmayarse, trabajan largas horas de duro trabajo con solo sopa y arroz. La lluvia o el sol no les afectaba y se dieron casos de algunos que cayendo de grandes alturas se levantaron sin mayores remiendos. Esa tarde los compadres reflexionaban acerca del porvenir del istmo.
"Compadre Mostacho fíjese que la patria está jodida.
"Claro. La están vendiendo a pedacitos.
"Compadre, tenemos que hacer algo, tenemos que llegar al poder, pero la gente no vota por los hombres de concreto. Nos creen demasiados brutos para gobernar.
"Entonces, compadre Cabeza debemos seguir luchando es la única manera. Llegará nuestra oportunidad.
Y la oportunidad llegó agarradita de la mano de un zoquete que se prestó para intentar sacar del camino al compadre Cabeza que ya tenía al gobierno con los sesos hinchados. En medio de una bronca entre los hombres de concreto y los gobernantes algún sesudo asesor se le ocurrió inculpar al compadre Cabeza de actos bien malvados. El rollo fue tan bien preparado que nadie se lo creyó.
El compadre Cabeza fue acusado, se ordenó su arresto sin derecho a fianza. El comandante Calvo, salió con toda su tropa a capturar al prófugo de la justicia. Mientras tanto, el compadre Cabeza seguía las instrucciones del compadre Mostacho y se pasó a la clandestinidad declarándose perseguido político. Los hombres de concreto pidieron la intervención de las Naciones Unidas, de la Cruz Roja, del comandante Rojo y para no dejarlos fuera, de algunos curitas con sus sotanas bien planchaditas. Hicieron protestas, cerraron calles y veredas y lograron llamar la atención hasta de los más escépticos.
Cuando el embrollo se desenvolvió, el compadre Cabeza emergió investido con el traje de héroe del pueblo, conocedor de la clandestinidad, el sufrimiento, la opresión y la persecución. Los istmeños vieron un nuevo líder, alguien que estaba dispuesto a arriesgar el pellejo por sus necesidades. A los compadres les habían despejado gratuitamente el camino al poder.
"Jo! Compadre Mostacho, quién lo hubiera dicho. El gobierno me convirtió en héroe.
"Vio, vio compadre Cabeza, siempre hay gente más bruta que uno.
"Levante esa manga larga y brindemos. Las elecciones serán pronto.
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