El doctorcito
Gisela apresuraba el paso, mientras subía los más de 100 escalones de la escalera hacia la colina. Nuevamente tenía que corregir una supuesta morosidad de un libro que pidió prestado de la biblioteca, para obtener el paz y salvo y por fin poder matricularse en el segundo semestre del primer año de su carrera de Licenciatura en Economía. Agitada, volteó la cara y miró hacia atrás para el cielo, sobre el edificio del hospital del seguro social, pudo observar como moría la tarde entre las nubes cuando el sol daba sus últimos destellos. Le quedaba menos de media hora para las cinco de la tarde, hora en que cerraba el proceso de matrícula.
Llegó a tiempo, pero la funcionaria que debía atenderla, ya preparaba sus enseres para retirarse. Puso el rostro más desesperado que pudo (no tuvo que hacer mucho esfuerzo, estaba despeinada, sudada y con el maquillaje corrido). Tuvo suerte fue atendida. Ya mañana pensó, perdería otro día de trabajo y culminaría su inscripción.
Al día siguiente, en su trabajo… ¡Qué va yo no caigo en esa! Afirmaba Gisela al ver alejarse tomada de la mano del trabajador manual, llamado José a su compañera de trabajo Rosa, rumbo a la parada del Metrobús. Yo tengo otras aspiraciones, se decía, no por gusto evadí los constantes cortejos de los compañeros de la escuela secundaria y profesores. Ya estando en la universidad, siguieron los asedios de mis compañeros de la facultad y en el trabajo, ni se diga. Mi meta es graduarme y si llego a tener novio tiene que ser alguien que sea solvente económicamente, que me saque de esta miseria.
Gisela finalizó los trámites de su matrícula y aprovechó para realizar la solicitud de los créditos oficiales, en la colina. Al salir del edificio de la Rectoría, lloviznaba y de los árboles circundantes salían bocanadas de niebla. La tarde estaba fresca decidió caminar por las áreas verdes y conocer un poco más el campus. Al llegar a los estacionamientos de la facultad de medicina, casi es atropellada por un joven estudiante que conducía un automóvil último modelo. El conductor apenado se baja del auto y se deshace en disculpas.
Disculpe joven, no fue mi intención es que voy tarde para un examen de anatomía. Mi nombre es Sergio, por cualquier cosa mi número de celular es el 6675-4096. Apúntelo por favor, llámeme si se le ofrece cualquier cosa. ¿Dónde la puedo localizar?...Hasta luego.
No se preocupe. En la facultad de Economía, se apresura a gritarle Gisela. Al mismo tiempo, ve alejarse al muchacho con su camisa blanca y un estetoscopio colgado al cuello, hacia el interior de un edificio de la facultad.
¡Qué guapo y qué decente! Y si lo llamo más tarde por cualquier tontería
para tener la excusa de conversar y, quizás con suerte, llegar a concretar “algo”. No pienses así, se regañó Gisela. Sé digna.
Sergio buscó a Gisela toda la mañana y parte de la tarde por los diferentes pisos de la facultad de economía. Ya entrada la tarde, como a las 6, se dio por vencido y se fue a la entrada principal de la universidad, para comprarse algo de comer. Cuando iba saliendo la vio que venía por el paso elevado peatonal. Fue a su encuentro se hizo el distraído e intencionalmente la tropezó.
-“Perdone …a usted yo la conozco”.
-“Sí…” Contestó, medio aprensiva Gisela
-“Acuérdese, yo soy el estudiante de medicina, que casi la atropella hace unos días”.
-“Ah, si, perdone como no lleva la camisa blanca y el estetoscopio”.
La gallada de chicos ye-ye estaba reunida en una de las tantas discotecas del Causeway. Entre bromas y tragos uno de ellos pregunta:
-“Oye Roberto como te fue con el paicito de la “U”.
-Bien. Aunque se me fueron un par de dólares. La guial hasta me presentó a sus padres, se hizo la difícil y no me quería dar nada…ya tú sabes; pero al final cayó redondita. Ese truco del “doctorcito” es infalible, dile a tu primo, el futuro doctor, que me guarde la camisa y el estetoscopio, para la próxima vez. Yo me encargo de alquilar el carro”.
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