La crónica de un entierro anunciado
- Gabriel J. Perea R.
- - Publicado: 25/3/2007 - 11:00 pm
En nuestro país, los ciudadanos deben alternar sus quehaceres diarios con el oficio de sepulturero. Esta labor puede que no sea muy agradable, pero en ciertas circunstancias puede resultar gratificante al permitirnos enterrar sinsabores que nuestros honorables diputados nos están propinando, junto con sus cadáveres políticos y los de algunas figuras de gobierno de este período presidencial.
Ejercer el oficio sería un acto de justicia popular y, sobre todo, una forma democrática de mantener el equilibro entre aquello que los diputados se imaginan que deben hacer y lo que nosotros, como ciudadanos, esperamos que realmente hagan. Para ejercer este derecho patriótico no es necesario protestas multitudinarias, ocasionar cierre de calles, desórdenes callejeros, tomar por asalto la Asamblea; o lo que sería peor, trastocar el endeble auge económico que algunos destacados economistas dicen que es evidente, a pesar de que sólo podamos palpar unas cuantas monedas en nuestra economía de bolsillo.
En esta coyuntura, poseemos los elementos para permitirles a todos aquellos que no cumplieron con su sagrado deber de trabajar en favor del pueblo, una vida más placentera con el sosiego que se merecen. Los cuestionados nos han proporcionado, de manera voluntaria, pública y sin el menor remordimiento, los clavos con los que debemos asegurar los féretros para que no se atrevan a salir, como es el caso de algunos muertos vivientes que se niegan a permanecer en la paz del sepulcro. Entre algunos de estos elementos tenemos: la imposibilidad de responder al clamor popular para formular una ley de transporte público que brinde las garantías mínimas de seguridad, un mejor servicio y un trato humano a la fuerza laboral que día a día utiliza este servicio para seguir contribuyendo con su aporte a la patria que todos queremos; la indiferencia ante la tragedia por intoxicación de medicamentos que convirtió en mártires a panameños humildes que no tenían otra alternativa que confiar en nuestro sistema de salud. Mártires que aumentan día a día, por una falla en el sistema que, por las causas que fueran, es injustificable; el despilfarro de los fondos del Estado, provenientes de nuestros impuestos, para emplantillar a familiares, allegados y amigos; la aprobación de una ley que favorece la corrupción, reduciendo los delitos contra la administración pública, que atenta contra la libertad de expresión y disminuye las penas, favoreciendo a aquellos que se cobijan en la franja de la impunidad.
Con estas acciones han escrito la crónica de un entierro anunciado. Crónica que se desarrollará sin actos de violencia y sin escenas de tristeza, muestras de llanto, luto o sentimiento de pérdidas irreparables. Muy por el contrario, ese día será un día esperado con ansiedad con un istmo a pleno sol y que originará la ocasión para el resarcimiento ciudadano. El momento es ineludible, las elecciones populares del 2009. Los féretros serán proporcionados gratuitamente por los difuntos; los clavos, para asegurarlos, son cada una de las acciones que estarán en los respectivos epitafios.
El sepulturero será el ciudadano común que no vio acciones que contribuyeran a elevar su nivel de vida y que empuñará el martillo del voto con el que clavará los féretros de los que se convertirán en cadáveres políticos.
Ejercer el oficio sería un acto de justicia popular y, sobre todo, una forma democrática de mantener el equilibro entre aquello que los diputados se imaginan que deben hacer y lo que nosotros, como ciudadanos, esperamos que realmente hagan. Para ejercer este derecho patriótico no es necesario protestas multitudinarias, ocasionar cierre de calles, desórdenes callejeros, tomar por asalto la Asamblea; o lo que sería peor, trastocar el endeble auge económico que algunos destacados economistas dicen que es evidente, a pesar de que sólo podamos palpar unas cuantas monedas en nuestra economía de bolsillo.
En esta coyuntura, poseemos los elementos para permitirles a todos aquellos que no cumplieron con su sagrado deber de trabajar en favor del pueblo, una vida más placentera con el sosiego que se merecen. Los cuestionados nos han proporcionado, de manera voluntaria, pública y sin el menor remordimiento, los clavos con los que debemos asegurar los féretros para que no se atrevan a salir, como es el caso de algunos muertos vivientes que se niegan a permanecer en la paz del sepulcro. Entre algunos de estos elementos tenemos: la imposibilidad de responder al clamor popular para formular una ley de transporte público que brinde las garantías mínimas de seguridad, un mejor servicio y un trato humano a la fuerza laboral que día a día utiliza este servicio para seguir contribuyendo con su aporte a la patria que todos queremos; la indiferencia ante la tragedia por intoxicación de medicamentos que convirtió en mártires a panameños humildes que no tenían otra alternativa que confiar en nuestro sistema de salud. Mártires que aumentan día a día, por una falla en el sistema que, por las causas que fueran, es injustificable; el despilfarro de los fondos del Estado, provenientes de nuestros impuestos, para emplantillar a familiares, allegados y amigos; la aprobación de una ley que favorece la corrupción, reduciendo los delitos contra la administración pública, que atenta contra la libertad de expresión y disminuye las penas, favoreciendo a aquellos que se cobijan en la franja de la impunidad.
Con estas acciones han escrito la crónica de un entierro anunciado. Crónica que se desarrollará sin actos de violencia y sin escenas de tristeza, muestras de llanto, luto o sentimiento de pérdidas irreparables. Muy por el contrario, ese día será un día esperado con ansiedad con un istmo a pleno sol y que originará la ocasión para el resarcimiento ciudadano. El momento es ineludible, las elecciones populares del 2009. Los féretros serán proporcionados gratuitamente por los difuntos; los clavos, para asegurarlos, son cada una de las acciones que estarán en los respectivos epitafios.
El sepulturero será el ciudadano común que no vio acciones que contribuyeran a elevar su nivel de vida y que empuñará el martillo del voto con el que clavará los féretros de los que se convertirán en cadáveres políticos.
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