Paternidad responsable
- San José
- - Publicado: 29/9/2001 - 11:00 pm
Seguimos teniendo una cultura patriarcal. Desde temprano aprendemos a llamar a Dios "padre nuestro" en la oración más difundida en nuestro pueblo creyente. Al mismo tiempo nuestra comunidad nacional, a partir de la cual tomamos consciencia de nuestra identidad social, la denominamos "Patria", es decir la "tierra de nuestros padres." No nos sorprende en consecuencia el predominio en nuestra cultura de los valores asociados con la paternidad.
Sin embargo, la realidad vital en Panamá se caracteriza por la ausencia o peor aún por la irresponsabilidad del padre. Casi tres de cada cuatro niños o niñas nacen fuera de una unidad familiar estable. El hombre funciona en estos casos más como "padrote", lo que significa según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua como "macho destinado en el ganado para la generación y procreación". No se comporta generalmente como "padre", lo que significa como compañero de la madre, corresponsable por el sostén de la familia, por el afecto entre sus miembros, por la educación de los hijos y por la transmisión de valores y de formas solidarias de convivencia.
Al no asumir su humanidad integralmente, sino únicamente las dimensiones biológicas de la misma, el hombre panameño no ejerce su paternidad responsablemente. Priva a la mujer de una auténtica experiencia de pareja. Priva a sus hijos de su presencia activa, que es indispensable para su bienestar, protección y orientación y, en consecuencia, para el desarrollo equilibrado de su afectividad, sociabilidad y personalidad. Y se priva a sí mismo de una vida humana plena en la que compartiría con su familia los gozos y las penas de la existencia.
Al hecho que 72% de los niños y niñas nacen en estas condiciones, hemos de añadir el hecho que entre 1995 y el año 2000 alrededor de 45,000 niños y niñas fueron inscritos en el Registro Civil sólo con el apellido de su madre. Ello representa, más que una carencia, el rechazo de parte de un padre de reconocerle a un hijo o a una hija el derecho a su plena identidad, que es un factor importante de la imagen que él o ella tendrá de sí mismo y de la personalidad que adquirirá, así como de su manera de relacionarse a los demás. Ningún hombre que procrea un hijo o una hija puede justificar la agresión que constituye rehusarse a darle su apellido. Ello equivale a procrearlo y luego a negar en la práctica su existencia, lo cual merece la más rotunda reprobación.
La contradicción entre el predominio de los valores de la paternidad en nuestra cultura y la ausencia generalizada del padre en nuestra realidad vital es una de las fallas básicas de nuestra sociedad. Revela una profunda falta de responsabilidad en el comportamiento del hombre panameño.
La legisladora Teresita Yániz de Arias, en un acto organizado por el Fondo de Población de la Organización de Naciones Unidas para dar a conocer su proyecto de ley sobre la paternidad responsable, argumentó que debemos reflexionar de que somos un pequeño país que no llega a los tres millones de habitantes, de que no somos pobres en recursos y ventajas naturales, de que hemos tenido una historia sorprendentemente pacífica en comparación con la de otros países de nuestra región y de que nuestros modos de convivencia han sido, como señalaba Rodrigo Miró, la integración y la tolerancia. Añadió que por todo lo anterior no hay razón aparente para que nos encontremos nacionalmente tan atascados y para que no hayamos podido lograr mayores éxitos económicos y culturales que los que hemos alcanzado. Destacó entonces que probablemente el problema radique en lo que hasta la fecha no hemos analizado, discutido e intentado resolver, a saber en el bajo nivel de responsabilidad de muchos de nuestros hombres.
Tiene razón en señalar a los hombres, porque nuestras mujeres, por lo contrario, en general dan muestras de una persistencia en la atención a sus familias, en el cuidado de sus hijos e hijas, aún cuando han sido abandonadas, al punto que usamos comúnmente la expresión "padre-madre" para describir el papel de muchas madres que asumen solas la plena responsabilidad por su hogar y su prole. No es accidental que en Panamá celebremos el día de la madre el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción. Al celebrar el día de la madre precisamente en esa fecha, culturalmente estamos diciendo que el hombre está tan poco dispuesto a cumplir con sus deberes de padre que bien podría ahorrarse, si fuera biológicamente posible, su papel en la procreación, y que por contraste que la mujer merece que se le enaltezca junto a María, la Madre de Dios, por asumir no sólo su propia responsabilidad, sino también la que el padre muchas veces rehuye.
Signos de la irresponsabilidad masculina los encontramos sin dificultad. Más de 10,000 reclamos de pensiones alimenticias existen en las corregidurías y alcaldías del país. Y varios miles de denuncias existen en las Fiscalías de Familia por casos de violencia intrafamiliar y abuso de menores. Además en el año 2000 se atendieron 12,213 casos en los Juzgados de Niñez y Adolescencia, distribuidos así: 4,321 casos de supuesto acto infractor, 2,756 casos de familia y 5,136 casos de protección.
Los reclamos de pensiones alimenticias implican una indiferencia increíble. Es inconcebible que un padre no se sienta profundamente comprometido a proveer de alimentación y otras necesidades indispensables a los niños o niñas que ha traído al mundo. También lo es que conciba su sexualidad como una fuente de gratificación momentánea sin ninguna proyección en la generación de otra vida humana, la cual durante largos años es radicalmente vulnerable y dependiente. Este comportamiento en el animal macho puede ser natural (y no lo es en todas las especies). Pero en el hombre es expresión de una inexcusable insensibilidad.
La violencia intrafamiliar, por otra parte, revela una cruel paradoja. La mujer, que es la víctima en la mayoría de los casos, sufre con frecuencia de golpizas que van en aumento y apuntan hacia desenlaces peligrosos para su seguridad personal, de parte del hombre que dice desearla y quererla y que exige que ella le corresponda en exclusividad, aunque él por su parte no se limite sexual o amorosamente a ella. Este comportamiento revela una cruda falta de equidad y también de cobardía, porque rara vez el hombre que golpea a su mujer se enfrenta con agresividad equivalente a otros hombres en su vecindario o en su lugar de trabajo.
No cabe la menor duda de que esta paternidad irresponsable condiciona la conducta delincuente de muchos jóvenes. De los 4,321 casos de supuesto acto infractor que los Juzgados de Niñez y Adolescencia consideraron en el año 2000, de acuerdo con el Organo Judicial, el 58% tiene entre sus antecedentes un hogar incompleto, donde falta generalmente el padre. Sólo el 9.7% tiene entre sus antecedentes un hogar completo, mientras que en el 31.8% de los casos no se tiene la información correspondiente. La irresponsabilidad del padre se revela así como un factor importante de la delincuencia juvenil que tanto se extiende y tanto preocupa en el Panamá de hoy.
Frente a este cuadro tan grave, hay que reconocer que siempre hubo en Panamá un porcentaje de hombres que actuaban responsablemente como padres. Y también hay que reconocer un cambio positivo entre muchas parejas jóvenes, en las cuales el hombre acepta ejemplarmente la corresponsabilidad por su hogar y su familia.
Además, es sumamente alentador y oportuno que la legisladora Teresita Yániz de Arias, haya presentado un proyecto de ley para promover la paternidad responsable, que dio a conocer el miércoles pasado en un acto con una concurrencia excepcional de altas personalidades del Estado y de la sociedad civil. El proyecto, que reforma al Código de la Familia, se concentra en el reconocimiento de la paternidad. Aunque el tema de dicho reconocimiento no es el único relativo a la responsabilidad paterna, es el tema fundamental. A partir del reconocimiento o de la falta del mismo se desarrolla una conducta de responsabilidad o de irresponsabilidad del padre con respecto a su prole. Si se quiere promover la paternidad responsable hay evidentemente que comenzar por el reconocimiento de los hijos.
De acuerdo con el proyecto de ley "la madre de un niño o niña no reconocido voluntariamente por su padre, puede declarar bajo la gravedad de juramento el nombre del padre ante el registrador..." (artículo 271-A). La Dirección General o Provincial del Registro Civil le notificará al presunto padre del trámite que se ha iniciado y le concederá diez días a partir de la notificación para declarar su acuerdo o desacuerdo. Si acepta la paternidad, el niño o la niña será inscrito con sus dos apellidos y a partir de ese momento el padre adquiere todos los derechos y deberes de la patria potestad. Si no acepta la paternidad, el Registro Civil le ordenará una prueba de marcador genético o de ADN, a la que también deben presentarse la madre y el menor.
Si el padre no se presenta a la prueba, habiendo asistido la madre y el menor, el Registro Civil ordenará la inscripción del mismo con el apellido del presunto padre. Entonces el padre quedará obligado a cumplir con el pago de los gastos de embarazo y de parto de la madre, como de los gastos incurridos en lograr el reconocimiento. Y también quedará obligado al pago de la pensión alimenticia desde el nacimiento. Si la madre es la que no colabora con la práctica de la prueba, el Registro Civil ordenará la finalización del trámite administrativo. Y si la prueba demuestra que no procede la paternidad, la madre del niño o la niña responderá penal y civilmente por el daño causado al presunto padre.
Vale la pena destacar que un procedimiento semejante ha sido adoptado por Costa Rica y que en pocos meses dos mil niños o niñas han sido inscritos con los apellidos de sus padres y madres, con no más de unos diez casos en los cuales el desacuerdo del padre ha hecho necesario el recurso a la prueba de ADN.
Podemos así abrigar la esperanza de que en un período relativamente corto todos los niños y niñas comiencen su vida en Panamá con el reconocimiento de su plena identidad. Se iniciaría así una etapa en nuestra historia marcada por el ejercicio por parte del hombre panameño, al menos, de su responsabilidad inicial como padre. No es ilusorio pensar que esta nueva realidad familiar representaría un cambio sustancial a un nivel muy profundo de nuestra experiencia vital.
Seríamos por fin una Patria en la que todos podremos rezar el Padre Nuestro partiendo de nuestra experiencia real y auténtica de hijos reconocidos por sus padres. [email protected]
Sin embargo, la realidad vital en Panamá se caracteriza por la ausencia o peor aún por la irresponsabilidad del padre. Casi tres de cada cuatro niños o niñas nacen fuera de una unidad familiar estable. El hombre funciona en estos casos más como "padrote", lo que significa según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua como "macho destinado en el ganado para la generación y procreación". No se comporta generalmente como "padre", lo que significa como compañero de la madre, corresponsable por el sostén de la familia, por el afecto entre sus miembros, por la educación de los hijos y por la transmisión de valores y de formas solidarias de convivencia.
Al no asumir su humanidad integralmente, sino únicamente las dimensiones biológicas de la misma, el hombre panameño no ejerce su paternidad responsablemente. Priva a la mujer de una auténtica experiencia de pareja. Priva a sus hijos de su presencia activa, que es indispensable para su bienestar, protección y orientación y, en consecuencia, para el desarrollo equilibrado de su afectividad, sociabilidad y personalidad. Y se priva a sí mismo de una vida humana plena en la que compartiría con su familia los gozos y las penas de la existencia.
Al hecho que 72% de los niños y niñas nacen en estas condiciones, hemos de añadir el hecho que entre 1995 y el año 2000 alrededor de 45,000 niños y niñas fueron inscritos en el Registro Civil sólo con el apellido de su madre. Ello representa, más que una carencia, el rechazo de parte de un padre de reconocerle a un hijo o a una hija el derecho a su plena identidad, que es un factor importante de la imagen que él o ella tendrá de sí mismo y de la personalidad que adquirirá, así como de su manera de relacionarse a los demás. Ningún hombre que procrea un hijo o una hija puede justificar la agresión que constituye rehusarse a darle su apellido. Ello equivale a procrearlo y luego a negar en la práctica su existencia, lo cual merece la más rotunda reprobación.
La contradicción entre el predominio de los valores de la paternidad en nuestra cultura y la ausencia generalizada del padre en nuestra realidad vital es una de las fallas básicas de nuestra sociedad. Revela una profunda falta de responsabilidad en el comportamiento del hombre panameño.
La legisladora Teresita Yániz de Arias, en un acto organizado por el Fondo de Población de la Organización de Naciones Unidas para dar a conocer su proyecto de ley sobre la paternidad responsable, argumentó que debemos reflexionar de que somos un pequeño país que no llega a los tres millones de habitantes, de que no somos pobres en recursos y ventajas naturales, de que hemos tenido una historia sorprendentemente pacífica en comparación con la de otros países de nuestra región y de que nuestros modos de convivencia han sido, como señalaba Rodrigo Miró, la integración y la tolerancia. Añadió que por todo lo anterior no hay razón aparente para que nos encontremos nacionalmente tan atascados y para que no hayamos podido lograr mayores éxitos económicos y culturales que los que hemos alcanzado. Destacó entonces que probablemente el problema radique en lo que hasta la fecha no hemos analizado, discutido e intentado resolver, a saber en el bajo nivel de responsabilidad de muchos de nuestros hombres.
Tiene razón en señalar a los hombres, porque nuestras mujeres, por lo contrario, en general dan muestras de una persistencia en la atención a sus familias, en el cuidado de sus hijos e hijas, aún cuando han sido abandonadas, al punto que usamos comúnmente la expresión "padre-madre" para describir el papel de muchas madres que asumen solas la plena responsabilidad por su hogar y su prole. No es accidental que en Panamá celebremos el día de la madre el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción. Al celebrar el día de la madre precisamente en esa fecha, culturalmente estamos diciendo que el hombre está tan poco dispuesto a cumplir con sus deberes de padre que bien podría ahorrarse, si fuera biológicamente posible, su papel en la procreación, y que por contraste que la mujer merece que se le enaltezca junto a María, la Madre de Dios, por asumir no sólo su propia responsabilidad, sino también la que el padre muchas veces rehuye.
Signos de la irresponsabilidad masculina los encontramos sin dificultad. Más de 10,000 reclamos de pensiones alimenticias existen en las corregidurías y alcaldías del país. Y varios miles de denuncias existen en las Fiscalías de Familia por casos de violencia intrafamiliar y abuso de menores. Además en el año 2000 se atendieron 12,213 casos en los Juzgados de Niñez y Adolescencia, distribuidos así: 4,321 casos de supuesto acto infractor, 2,756 casos de familia y 5,136 casos de protección.
Los reclamos de pensiones alimenticias implican una indiferencia increíble. Es inconcebible que un padre no se sienta profundamente comprometido a proveer de alimentación y otras necesidades indispensables a los niños o niñas que ha traído al mundo. También lo es que conciba su sexualidad como una fuente de gratificación momentánea sin ninguna proyección en la generación de otra vida humana, la cual durante largos años es radicalmente vulnerable y dependiente. Este comportamiento en el animal macho puede ser natural (y no lo es en todas las especies). Pero en el hombre es expresión de una inexcusable insensibilidad.
La violencia intrafamiliar, por otra parte, revela una cruel paradoja. La mujer, que es la víctima en la mayoría de los casos, sufre con frecuencia de golpizas que van en aumento y apuntan hacia desenlaces peligrosos para su seguridad personal, de parte del hombre que dice desearla y quererla y que exige que ella le corresponda en exclusividad, aunque él por su parte no se limite sexual o amorosamente a ella. Este comportamiento revela una cruda falta de equidad y también de cobardía, porque rara vez el hombre que golpea a su mujer se enfrenta con agresividad equivalente a otros hombres en su vecindario o en su lugar de trabajo.
No cabe la menor duda de que esta paternidad irresponsable condiciona la conducta delincuente de muchos jóvenes. De los 4,321 casos de supuesto acto infractor que los Juzgados de Niñez y Adolescencia consideraron en el año 2000, de acuerdo con el Organo Judicial, el 58% tiene entre sus antecedentes un hogar incompleto, donde falta generalmente el padre. Sólo el 9.7% tiene entre sus antecedentes un hogar completo, mientras que en el 31.8% de los casos no se tiene la información correspondiente. La irresponsabilidad del padre se revela así como un factor importante de la delincuencia juvenil que tanto se extiende y tanto preocupa en el Panamá de hoy.
Frente a este cuadro tan grave, hay que reconocer que siempre hubo en Panamá un porcentaje de hombres que actuaban responsablemente como padres. Y también hay que reconocer un cambio positivo entre muchas parejas jóvenes, en las cuales el hombre acepta ejemplarmente la corresponsabilidad por su hogar y su familia.
Además, es sumamente alentador y oportuno que la legisladora Teresita Yániz de Arias, haya presentado un proyecto de ley para promover la paternidad responsable, que dio a conocer el miércoles pasado en un acto con una concurrencia excepcional de altas personalidades del Estado y de la sociedad civil. El proyecto, que reforma al Código de la Familia, se concentra en el reconocimiento de la paternidad. Aunque el tema de dicho reconocimiento no es el único relativo a la responsabilidad paterna, es el tema fundamental. A partir del reconocimiento o de la falta del mismo se desarrolla una conducta de responsabilidad o de irresponsabilidad del padre con respecto a su prole. Si se quiere promover la paternidad responsable hay evidentemente que comenzar por el reconocimiento de los hijos.
De acuerdo con el proyecto de ley "la madre de un niño o niña no reconocido voluntariamente por su padre, puede declarar bajo la gravedad de juramento el nombre del padre ante el registrador..." (artículo 271-A). La Dirección General o Provincial del Registro Civil le notificará al presunto padre del trámite que se ha iniciado y le concederá diez días a partir de la notificación para declarar su acuerdo o desacuerdo. Si acepta la paternidad, el niño o la niña será inscrito con sus dos apellidos y a partir de ese momento el padre adquiere todos los derechos y deberes de la patria potestad. Si no acepta la paternidad, el Registro Civil le ordenará una prueba de marcador genético o de ADN, a la que también deben presentarse la madre y el menor.
Si el padre no se presenta a la prueba, habiendo asistido la madre y el menor, el Registro Civil ordenará la inscripción del mismo con el apellido del presunto padre. Entonces el padre quedará obligado a cumplir con el pago de los gastos de embarazo y de parto de la madre, como de los gastos incurridos en lograr el reconocimiento. Y también quedará obligado al pago de la pensión alimenticia desde el nacimiento. Si la madre es la que no colabora con la práctica de la prueba, el Registro Civil ordenará la finalización del trámite administrativo. Y si la prueba demuestra que no procede la paternidad, la madre del niño o la niña responderá penal y civilmente por el daño causado al presunto padre.
Vale la pena destacar que un procedimiento semejante ha sido adoptado por Costa Rica y que en pocos meses dos mil niños o niñas han sido inscritos con los apellidos de sus padres y madres, con no más de unos diez casos en los cuales el desacuerdo del padre ha hecho necesario el recurso a la prueba de ADN.
Podemos así abrigar la esperanza de que en un período relativamente corto todos los niños y niñas comiencen su vida en Panamá con el reconocimiento de su plena identidad. Se iniciaría así una etapa en nuestra historia marcada por el ejercicio por parte del hombre panameño, al menos, de su responsabilidad inicial como padre. No es ilusorio pensar que esta nueva realidad familiar representaría un cambio sustancial a un nivel muy profundo de nuestra experiencia vital.
Seríamos por fin una Patria en la que todos podremos rezar el Padre Nuestro partiendo de nuestra experiencia real y auténtica de hijos reconocidos por sus padres. [email protected]
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