Editorial
Los chinitos
Llegaron a Panamá en busca del clima de libertades que les permitiera tener más hijos que en el comunismo chino y ganarse la vida como comerciantes de
- Publicado: 09/7/2014 - 12:00 am
Llegaron a Panamá en busca del clima de libertades que les permitiera tener más hijos que en el comunismo chino y ganarse la vida como comerciantes de pequeños abastos y lavanderías. Abren las tiendas de los minisúper en las primeras horas de la mañana y las cierran en la noche. Son víctimas de asaltos en los que, desdichadamente, pagan con la vida la dedicación a su servicio de alcance popular. Muchos venden a través de enrejados para defenderse de los atracadores del barrio hasta donde pueden.
Ahora, los chinitos reciben una amenaza inesperada: ser multados hasta por $10,000 por vender su mercadería por encima de los precios fijados por un decreto presidencial. No todos los dueños de minisúper conocieron la nómina de los precios regulados: la pobre divulgación de las regulaciones provoca confusión, nerviosismo, desorientación en el seno del centro más importante del sistema de ventas al público.
La gente protesta y le endilga críticas y culpas a los chinitos, víctimas de la improvisación y la ignorancia gubernamental de los mecanismos de comercialización de los productos de la canasta básica. No hay que sorprenderse si dejan de vender a los precios ordenados –carne, huevos, verduras, tuna– porque los pone en la raya de potenciales pérdidas insoportables.
La experiencia histórica demuestra la imposibilidad de obligar a los comerciantes a vender a pérdida. Pueden hacerlo un mes, dos, seis meses, si se quiere. A la larga no repondrán los inventarios, generando desabastecimiento, carestía, mercados negros, un pandemónium que los panameños no conocen ni toleran.
Lo inaudito es que el Gobierno tiene a la mano la fórmula de las jumboferias para bajar precios sin necesidad de recurrir a decretos compulsivos de controles de precios. Tiene poder para ponerlas a funcionar todos los días; tiene al alcance de la mano diversos mecanismos, como subsidios a los productores que vendan sin intermediarios, en el nuevo y moderno mercado de abastos a las jumboferias, utilizar la cadena de frío para preservar los alimentos perecederos.
El presidente Varela es prisionero de sus promesas políticas. Se autoobligó a firmar el día uno el decreto del congelamiento de precios, en vez de aguardar a que los ministros de Comercio y Desarrollo Agropecuario estudiaran el asunto más a fondo para ejecutarlo, después de contemplar el panorama productivo y comercial. Pero más influyente ha sido el voluntarismo político, la terca obstinación en ganar aplausos, que pueden convertirse en silbatinas y abucheos más rápido de lo que se piensa.
Desde el emperador romano Diocleciano se ha verificado el fracaso de la teoría y la práctica del control de precios. Los jacobinos de la Revolución Francesa implantaron un régimen de terror para llevar a la guillotina a los comerciantes especuladores. El liberalismo de Adam Smith postuló que el aumento de la producción lleva a la baja de los precios de mercancías. El comunismo ruso de Lenin y el chino de Mao Tse Tung dieron marcha atrás del controlismo agrícola cuando el hambre azotó Rusia y China.
La pregunta es por qué razones los panameñistas creen conocer las leyes económicas mejor que Adam Smith, Robespierre y Lenin. Deben recordar, como dijo Arnulfo Arias, que la historia se repite en espiral.
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