África
Un buen día, en el año 2015, me convencí de que tenía que realizar el viaje de mi vida y así, tomé la decisión de ...
Un buen día, en el año 2015, me convencí de que tenía que realizar el viaje de mi vida y así, tomé la decisión de ...
- Nilena Marín (motivamerica@gmail,com)
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- - Publicado: 19/4/2016 - 12:00 am
Un buen día, en el año 2015, me convencí de que tenía que realizar el viaje de mi vida y así, tomé la decisión de hacer todo lo posible para llegar hasta ÁFRICA. No tenía ni idea de por dónde iniciar o cuál país visitar. Conversé con mi hermana sobre el tema y me dio el dato que me haría realizar la gran aventura. A través de ella, pude contactar a las hermanas de La Pequeña Familia de María. Ellas son monjas católicas misioneras que viven en Natitingou, al norte de la República de Benín, al oeste del continente africano. Y para la sorpresa de todos, tres de ellas son panameñas. Mi expresión fue ¡wao!, debo ir a visitarlas. En enero de 2016, compré mi boleto de avión y, que entre las fechas, estuviera la de mi cumpleaños para celebrar mis 33, haciendo lo que me gusta, compartir con las personas y ver la naturaleza. Ya estaba decidida, ya no quería tener más excusas o posponer ese viaje que, estaba segura, me llenaría de alegría y amor.
El trayecto en avión fue extenso. Desde Madrid, tomé un avión hasta Estambul, Turquía. Luego tenía que esperar nueve horas para tomar el vuelo a Cotonou, Benín. Al ver tantas horas de escala, decidí salir al centro de Estambul para tomar un té turco, comer un buen desayuno, así como también para visitar por segunda vez la Mezquita Azul, un templo islámico imponente, con grandes alfombras y lámparas preciosas. En el aeropuerto de Turquía, conversé con dos señores que me ofrecieron servicio de taxi. Acepté la propuesta por el precio, buen servicio y adicional porque me prestaron internet y me regalaron un paraguas porque ese día llovía mucho y hacía un frío que te morías. Al llegar al centro de Estambul, encontré un café abierto llamado Sultanahmet, justo al lado de la mezquita. Me encantó el lugar, como siempre la gente turca es muy amable, cordial y su comida, deliciosa.
Al terminar mi desayuno, me dirigí a los jardines de la mezquita. Abrí el paraguas y es entonces cuando se inicia la guerra campal entre el viento y mi persona. Fue de película, al final ganó el viento y el paraguas se dañó. Me tocó reírme de esa situación, estaba sola y no había más nadie, tocaba disfrutar de cada momento, aunque fuera algo traumático. Sin dudarlo mucho, seguí adelante y comencé a tomar fotos de los jardines y de las hermosas vistas.
Después de tomar algunas fotos, le tocó el turno a la Mezquita Azul. Al llegar, encuentras guías turísticos deseosos de brindarte sus servicios, pero esta vez no se los solicité. Entré y al llegar, te reciben guardias de seguridad indicándote las instrucciones para acceder a la mezquita. La primera, quitarte los zapatos, y la segunda, las mujeres debemos taparnos el cabello, no podemos estar descubiertas. La mezquita no decepciona, es un lugar gigante, con mucho silencio e historia. No practico el islam, pero respeto todas las religiones, así que, decidí mirar cada detalle y tomar más fotos.
Observo mi reloj y todavía quedaba tiempo para hacer algo más y decidí entrar a unas tiendas de suvenires. La primera vez que fui a Estambul, las amé. Están llenas de artículos muy curiosos y a buen precio. Recorrí tres tiendas y así, de esa manera, culmina mi estancia en Estambul. Regresé al café Sultanahmet, donde el encargado quedó en explicarme cómo llegar al aeropuerto en tren. Era muy fácil me comentó él, pero como todos los letreros están en turco, casi tomo el tren equivocado. Un policía se percató de lo perdida que estaba y me orientó. El viaje en tren duró aproximadamente 45 minutos. Al llegar al Aeropuerto Ataturk (Estambul), empecé la espera de dos horas para el siguiente vuelo a Cotonou, Benín. Continuará?
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