Al Terraplén y a su gente se los llevó el progreso
- José Alberto Chacón
- /
- [email protected]
- /
- @josechacon18
- - Actualizado: 16/1/2017 - 11:23 am
Pablo Arosemena Alba, presidente constitucional de Panamá entre 1910 y 1912, jamás hubiese imaginado que con su nombre se bautizaría un arrabal.
La calle que desde la década de 1950 del siglo pasado es conocida como el Terraplén lleva el nombre de quien fuera el quinto mandatario de este país.
No obstante, durante mucho tiempo, una de las zonas comerciales más populares de la capital panameña mantuvo la peor de las reputaciones.
Sexoservidoras, bares, cantinas, orates, malos olores, contrabando de artículos, juegos clandestinos, buhonería ilegal y cuanto pueda imaginar ha permanecido allí, junto al mar y junto a la Presidencia.
Pero, más allá de esas escenas, ni el salitre del Pacífico ni el tiempo han podido borrar otras historias que permanecen de pie en la memoria de los inquilinos del Terraplén.
Recientemente, la Alcaldía de Panamá inició el desalojo de 104 puestos de buhonerías que ocupaban la servidumbre con el argumento de mostrar la cara de fachadas, que por mucho tiempo han estado escondidas.
Los brazos de las retroexcavadoras arrancaron zinc, clavos y madera. Sobre las espaldas de los camiones se lanzaron años de esfuerzo, décadas de sudor y honradez.
Pero no todo fue falso, imitado o robado, cuenta Lizmenia Chavarría, presidenta de los Microempresarios Unidos del Terraplén.
Y es que una de las leyendas urbanas sobre la procedencia de los artículos que allí se ofrecían sigue siendo el abreboca cuando se habla de ese lugar.
La familia de Chavarría llevaba 50 años viviendo de la buhonería. Lo heredó de su madre. Así pagó los estudios de sus dos hijos; un soldador profesional y una enfermera.
"Aquí había gente decente que vendía objetos comprados al por mayor. También llegaban personas con necesidad que traían sus licuadoras, televisores o radios para venderlas. Era como una gran casa de empeño", relató esta mujer.
Julio Pastor Rodríguez, de 69 años de edad, que hace poco alcanzó 40 como buhonero, dice que ni la invasión ni los días de crisis generados por la dictadura militar le preocupan como ahora.
"Va a pasar tal como hicieron en San Felipe... quieren que la gente humilde se mude para que la gente de plata se venga a vivir a esta zona", expresó Rodríguez.
Rodríguez, que padece complicaciones renales, ve cómo se escurre la tarde sentado fuera del portal de su casa, esperando ser uno de los buhoneros que tendrán espacio en los dos sitios donde se reubicarán a solo 45 de 104. Al resto, el Municipio les entregó 2,000 dólares para dejar de ejercer la buhonería.
En el Terraplén solo quedan seis negocios que por años estuvieron dentro de la legalidad y no sobre los andenes.
Uno de esos es el de Melquiades Lewis, que presta servicios fuera de borda. Entre sus recuerdos navega aquella ocasión en que se filmaron algunas escenas de la película "Chance" o cuando no existía la Cinta Costera.
"Hubo un oleaje que llegó hasta los puestos, todo mundo corría del pánico. Muchos de los artículos se perdieron. En ese entonces, solo un pequeño muro nos separaba del mar", contestó Lewis.
El bullicio del Terraplén parece haber migrado. Solo son pocos los vasos que se derraman en los mínimos bares que permanecen abiertos a media tarde.
Pero allí está el mar, fijo, fiel testigo de la desaparición paulatina de un trozo de nuestra historia que ni él mismo pudo arrancar.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.