Análisis
¡Habla pueblo, habla!
No pensemos ni hablemos con temores. Digamos siempre las cosas con espíritu crítico, respetuoso, objetivo, serio, pensando que Dios aplaude la hidalguía de los hombres buenos y mira de lejos, muy de lejos, con menosprecio, al altivo y al soberbio.
- Silvio Guerra Morales
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- - Publicado: 24/11/2017 - 12:00 am
Jamás debe escribirse para agradar al poder. Jamás debemos hablar para congraciarnos con el poder político. Al final de cuentas el hombre que vive pensando, hablando o escribiendo, en aras de granjearse favores del poder político o de los gobiernos es un hombre erosionado por el virus desintegrador de su propia espiritualidad y moral. El profesional que distorsiona el conocimiento propio de su arte, ciencia, técnica o industria, en aras de justificar los errores o deslices de quien gobierna, pisotea todo aquello que estudió cambiando los principios y las verdades de su profesión por favores políticos que le garanticen algún tipo de bonanza terrena. En la vida cotidiana, esto también suele suceder, pues hay quienes, montones que encontrándose con otros, intercambiando ideas o conceptos, solamente se limitan a afirmar lo que el interlocutor expresa. Con el síndrome del moracho sobre ellos solamente se constriñen a mover la cabeza en vaivén vertical. Aunque puedan tener opiniones encontradas, ideas distintas, no son capaces de sostenerlas, expresarlas. Cobardía propia de los mojigatos y serviles es no poder defender sus propias ideas, las convicciones que hacen a la esencia de sus propias vidas.
Estos son los que transitan por la vida siendo instrumentos peligrosos de las emociones y pasiones de los demás. Insisto, son personas altamente peligrosas, pues amén de la aureola de falsedad que reposa sobre sus cabezas, suelen ser hipócritas, camaleónicos, superficiales, sigilosos, reptiles, fríos y calculadores. Hay, sin duda alguna, que cuidarse de los tales. Prefiero al interlocutor que me habla, que da a conocer sus ideas, sus opiniones, y así irlo conociendo más y más. Sócrates decía: "Háblame para conocerte". No dijo, préstese atención: "Háblame para escucharte". Solemos prestar mucha más atención a la inteligencia auditiva que a la inteligencia cognitiva. Cuánta gente nos escucha, para decirnos al instante, "Por favor, puede usted repetir lo que dijo, que no le presté atención". Aunque nos escucharon, en esos momentos tenían divorciado el cerebro de las palabras: Cero entendimiento, cero comprensión, cero conocimiento. Hay otra especie peligrosa: Personas que hablan y hablan, nunca se escuchan ellas mismas, ni analizan lo que hablan. En sus expresiones entran en serias y profundas contradicciones, y qué triste: Ni siquiera lo advierten. Antes de convencer a los demás, un hombre debe estar primeramente, él mismo, convencido en lo que dice u opina, piensa o gesticula.
Personalmente, y esto lo comparto con los amigos lectores, cuando tengo a un interlocutor por delante, lo escucho con los oídos y el cerebro. No dejo de mirarlo al rostro, poso mis ojos sobre su frente. Aunque él crea que lo estoy mirando fijamente y de modo directo a sus ojos, no es así, pues en realidad miro el centro de su frente. Trato de concentrarme en lo que está hablando y he aprendido a: Conocer mejor a las personas; a advertir sinceridad o banalidad en sus expresiones; a observar si hay inclinación a la verdad o a la mentira o a falsear alterando la realidad. No han sido pocos, los que hablándome, quitan la mirada, miran para cualquier otro lado, menos a mí; bajan la cabeza, se inquietan moviendo en señal de nerviosismo, sus manos y brazos. Todo hombre tiene el deber insoslayable, el compromiso ineludible de conocerse así mismo. Invertimos mucho tiempo en conocer de todo, menos en conocernos a nosotros mismos. Cuando un hombre empieza a conocerse a sí mismo, es allí en donde comienza luego a ser fuerte. Empieza a tener claridad de sus flaquezas, debilidades, fuerzas, fortalezas, falencias, en fin. Es allí en donde se percata si es gatito o tigre; ratón o león. Solamente estamos en capacidad de construir, cuando sabemos de qué textura estamos hechos o creados. Martin Luther King había, sin duda alguna, considerado esas preocupaciones. Él decía lo siguiente: "No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética… Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos" Jean Paul Sartre, en la misma filosofía, opinaba que: "Lo más desagradable del mal es que a uno lo acostumbra".
José Luis Sampedro articulaba una idea genial: "Lo que más me indigna es la indiferencia con que se contemplan las cosas, en general. Y en los dirigentes la ignorancia y la soberbia".
Concluyo: No pensemos ni hablemos con temores. Digamos siempre las cosas con espíritu crítico, respetuoso, objetivo, serio, pensando que Dios aplaude la hidalguía de los hombres buenos y mira de lejos, muy de lejos, con menosprecio, al altivo y al soberbio!
¡Habla pueblo, habla! No esperes mañana.
Abogado
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