Primera parte
Judaísmo y sionismo
Para comprender la dramatización del conflicto del Medio Oriente, hay que formular algunas precisiones para no generalizar arbitrariamente las olas del antisemitismo que se abaten en las
- Mario Castro Arenas ([email protected])
- - Publicado: 27/7/2014 - 12:00 am
Para comprender la dramatización del conflicto del Medio Oriente, hay que formular algunas precisiones para no generalizar arbitrariamente las olas del antisemitismo que se abaten en las playas del mundo. No todos los judíos son sionistas, en primer lugar. El judaísmo es, ante todo, una adscripción religiosa, una definición teológica de tiempos remotos que se inscribe en la escritura del Antiguo Testamento. El sionismo es un compromiso ideológico ligado a la constitución del Estado de Israel. El periodista austro húngaro Theodor Herlz fue uno de los primeros judíos en emplear la palabra sionismo en el siglo XIX para designar la pluralidad de las acepciones políticas, religiosas, étnicas, que tomaron como símbolo el monte de Sión donde se levantó el primer templo de Jerusalén. Pensadores como Moses Hess, David Ben Gurión, y otros filósofos y políticos judíos definieron el sionismo como un movimiento creado para fundar el Estado de Israel como la cristalización contemporánea de un proyecto milenarista arraigado desde Abraham y Moisés para fundar un vale decir para trasladar a conceptos modernos la promesa de la “ tierra prometida”.
homeland,La Biblia registra las palabras de Jehová a Abraham: “Alza ahora tus ojos y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Abraham acampó en la tierra del Canaan, mientras Lot vivió en las tierras de la llanura.
La diáspora convirtió a los judíos en un pueblo trashumante que erró por Babilonia, Egipto, en busca de la tierra prometida como un compromiso renovado de Jehová a Moisés. La trashumancia judía se extendió a través de los siglos bajo la férula del Imperio Romano hasta el surgimiento de Jesucristo. La historia se partió cuando la doctrina cristiana postuló una religión universalista, sin constreñirse a la tierra prometida situada en el oriente donde ya residían como autóctonos antiguos pueblos árabes.
El éxodo judío prosiguió en comarcas cristianas, como España, donde los creyentes fueron hostilizados, recluidos en guetos, expulsados a otras tierras europeas. Las Siete Partidas de Alfonso X El Sabio testimonian que los judíos fueron obligados a vivir en barrios apartados de los cristianos, se castigaba con la muerte al judío que yacía con mujer cristiana, y se le obligaba llevar la estrella de David en la ropa. Después llegaron las expulsiones decretadas por los monarcas con refrendo del papado. Numerosos intelectuales se convirtieron al cristianismo, fueron consejeros de reyes y aristócratas, adquirieron riqueza y poder, como la familia zaragozana de los Pedrarias Dávila. Curiosamente, durante los ocho siglos de supremacía islámica en España, los judíos pudieron reunirse en sinagogas y se respetó su convivencia en el Al Andalus.
La continuidad de los progroms y expulsiones determinó la dispersión de familias del culto judío y su adaptación progresiva a las culturas, lenguas, costumbres en Portugal, Italia, Holanda, las Antillas. Sin embargo, no perdieron su identidad religiosa. A juicio de Oswald Spengler en “La decadencia de Occidente”, la identidad religiosa forjó la identidad étnica y política judía que soportó las peores persecuciones y dispersiones por el mundo. Pueblo mágico, dice Spengler, que ha sobrevivido a imperialismos, hecatombes y holocaustos.
Tampoco se desvaneció el proyecto milenarista de la tierra prometida, merced a las diversas ramas del sionismo: el sionismo socialista, el sionismo religioso, el sionismo laico revisionista. Cuando Inglaterra emitió la Declaración Balfour que autorizó el establecimiento del Estado de Israel en tierra palestina tomó gran partido el sionismo socialista de los kibutz – comunas rurales de tierra colectiva - enarbolado por Ben Gurion, Golda Meir, patriarcas del laborismo hebreo. El sionismo socialista engarzó con el pensamiento socialista de alemanes judíos como Moses Hess, Ferdinand Lassalle, Bruno Bauer.
Pero tropezó con el contundente rechazo de Karl Marx. En su libro “La cuestión judía”, escrito dentro de una acre polémica con Bruno Bauer, Marx sostuvo que ser judío era como ser cristiano y que el deslinde debía consistir en constituir un nuevo Estado proletario laico, por no decir ateo, por completo desvinculado del sionismo judío en cualquiera de sus manifestaciones doctrinarias. Los marxistas no pueden ocultar que Marx tuvo abuelos rabinos y que su padre fue un judío transfuguista que se pasó al protestantismo germánico para poder ejercer como abogado en Renania y mantener a los miembros de la familia Marx.
Afirma Isaiah Berlín, inglés de origen judío, que “los judíos que han sido perseguidos y asesinados en la Edad Media, por permanecer firmes a sus valores ancestrales, cuando menos evitaron la degradación. Los judíos modernos, especialmente aquellos que han cambiado sus nombres, merecen la afrenta que abierta o secretamente se les va acumulando”.
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