Sociedad y valores
Miserias que anuncian apocalipsis social
Una sociedad que pierde su sentido de humildad y de solidaridad social termina siendo catapultada por sus propios defectos de absoluta ausencia de hermandad y de toda
- Silvio Guerra Morales (Abogado)
- - Publicado: 01/8/2014 - 12:00 am
Una sociedad que pierde su sentido de humildad y de solidaridad social termina siendo catapultada por sus propios defectos de absoluta ausencia de hermandad y de toda cristiandad.
Una sociedad que no da muestras palpables de agradecimiento también termina dando cuentas de sus propias miserias. Ser desagradecido es proyección de espíritus egoístas y malsanos.
NO PODEMOS TORNARNOS EN UNA SOCIEDAD DE HIPOCRESÍAS. DE PANTALLAS, DE APARIENCIAS DE MISERICORDIA Y DE BONDAD, CUANDO EN EL FONDO NOS CARCOME UN CÁNCER TERRIBLE QUE HA HECHO METÁSTASIS EN TODO NUESTRO CUERPO SOCIAL.
Una sociedad que solo espera recibir y sentir que todo se lo merece, es aquella que da pruebas palpables y manifiestas de absoluta indiferencia ante las injusticias, pues aquel que solo espera que le den sin dar nada a cambio es victimizado por su propio egoísmo. Y no nos referimos al dar que consiste en las cosas materiales de las cuales nos podemos desprender –y saber dar lo mejor de lo que tenemos no de lo que nos sobra-, sino al dar cariño, dar gratitud, dar amor, dar expresión sincera de sentimientos puros que signifiquen para el que los recibe que en la vida hay cosas superlativas y que están por encima de todo signo crematístico o dinerario.
Los panameños y las panameñas, todos cuanto habitamos este país, tampoco podemos sucumbir ante la ola de tragedias, desastres, accidentes, crímenes, que se producen a diario en nuestro suelo y fuera de aquí, en otras latitudes y fronteras. No podemos ser indiferentes ante el dolor y la aflicción de nuestros semejantes.
Hemos llegado a los extremos, en este país, en donde la muerte que se nos anuncia de seres humanos, compatriotas, ya víctimas del crimen o de accidentes, del hambre o de la desprotección total, nos parece solo noticia que nos impacta –si acaso nos impresiona- en el momento en que nos informan de tal o cual cuestión. Luego, a la gozadera, a degustar el mejor plato o, simplemente, en una tertulia de amigos tratar el tema de modo superficial, baladí y nada más. Solo, pareciera que importamos nosotros, solo nosotros y nadie más.
Los titulares y cintillos de los medios impresos, los anuncios en las radioemisoras y los avances informativos en los televisores –perdón, plasma- nos impactan a segundos; las peticiones de ayuda, al parecer, solo logran conmover a unos cuantos piadosos, a nadie más.
A las teletones concurren muchos, esperan una vez al año para hacerse notar y que ellos sí dan –dan nuestros impuestos que no pagan, en realidad, no dan nada, dan del dinero del erario público-, el que da es el pueblo panameño, pues, luego, aparecen las deducciones por donaciones en las “teletones” al momento en que se hacen las declaraciones de rentas ante el fisco.
No podemos tornarnos en una sociedad de hipocresías. De pantallas, de apariencias de misericordia y de bondad, cuando en el fondo nos carcome un cáncer terrible que ha hecho metástasis en todo nuestro cuerpo social. Cáncer que, insistimos, se traduce en la indiferencia, en la burla, en el chisme social, en los dimes y diretes, y, como bien oportunamente se comentara: Al parecer ya, en este país, no hay nadie que quede con moral ni con dignidad porque “todos hablamos mal de todos”.
Qué terrible este cáncer, cáncer de hipocresías, de perversiones que trascienden a lo inhumano. Se destruyen honras sin reparo alguno y vivimos en una sociedad en donde la maleantería pasa por decente y la inmoralidad también pasa por moral.
Tampoco nuestra sociedad puede trastocar conceptos tan elementales como la Justicia y el Derecho. Torcer las normas jurídicas y torcer la Justicia –sobre todo la de los pobres- es pretender torcer el mismo brazo de Dios: misión imposible y pecado de magnitudes asombrosas.
No se puede, en este país, jugar con el pan ni con la honra de los pobres. Los pobres necesitan ser traducidos con respeto y dignidad. Ser pobre no significa no tener ni honra ni moral ni dignidad. Por el contrario, los pobres están y se encuentran más cercanos a estos atributos inherentes a la condición humana que los que creen y piensan tener todo lo material. Quien se acuesta con hambre está más cerca de Dios que el que se acuesta lleno, al menos el primero pide y clama a Dios y el segundo se duerme con su llenura pantagruélica. Quien anda en un lujoso automóvil no tiene más honra ni dignidad que quien a pies anda. Quien luce un esplendoroso vestido no tiene más respeto que el que calza cutarras o sandalias o quien, tal vez, ni calzados tiene.
En fin, todos tenemos dignidad y autoestima. Empecemos por tomar eso en cuenta. No podemos denigrar por denigrar y antes de hacerlo, consideremos que, sin duda alguna, cuidado con tantas perversiones que pueden terminar dando cuenta de un discurso de desastre y de descomposición, de indiferencias, de nuestra propia gente y de nuestra identidad.
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