Un siglo de delantera
- Jaime Figueroa Navarro
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- - Publicado: 24/2/2018 - 12:00 am
Goza Panamá de una posición privilegiada. Desde siempre escudriñada por intereses foráneos a partir de aquella época en que Américo Vespucio, el maestro cartógrafo florentino, define en un mapa a inicios del siglo XVI la geografía de un continente que heredaría su nombre, y que Carlos V, el visionario rey de España y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, en 1534, mediante decreto real, ordenara el levantamiento de los planos para construir una ruta hacia el Pacífico a través del río Chagres.
A pesar de las cartografías que presentaban al hemisferio en dos o tres diferentes continentes, definiéndoles como norte, centro y Sudamérica, o simplemente norte y Sudamérica, el apéndice del istmo de Panamá, que hace millones de años surgió de los océanos para unir ambos atolones estableciendo su génesis, siempre fue único, nunca considerándose ni parte del uno ni del otro, claramente reflejándose en las referencias a "Panamá y Centroamérica".
Posterior a la aventura colonial, periodo de más de tres siglos, que transformó a España en el mayor imperio jamás visto, sucesivo a las guerras de independencia, en 1823 Estados Unidos formula dentro de su política exterior la doctrina del presidente James Monroe "América para los americanos", prácticamente prohibiendo la intervención extranjera, permitiendo así el desarrollo de los países del continente más allá de sus fronteras sin la amenaza de ataques por potencias europeas, pero también reservándose la dispensa de su intervención por aquella creencia en el destino manifiesto, inculcada por los colonos protestantes, que señalaba que por designio de Dios, Estados Unidos estaba destinado a la expansión continental, según expone el periodista John O'Sullivan en la revista "Democratic Review" publicada en Nueva York en 1845: "El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino".
Y poco más de medio siglo después se inicia la construcción del Canal, con la presencia física de los gringos en Panamá, nuestro privilegiado istmo, que se extendería durante el siglo XX. Hasta aquí, todo bien, un colonialismo neoimperial que impone a la fuerza la convivencia entre ellos y nosotros, adoptando su moneda, muchas de sus costumbres, buenas y malas, y obligándonos a aquellos que quisiéramos surgir al ineludible aprendizaje del idioma inglés.
El experimento de Panamá es único en América Latina, brindándonos la gabela sobre todos los habitantes desde la Patagonia hasta el río Grande. Aquí aprendimos inglés a la fuerza porque si no, estábamos destinados a servir como ciudadanos de segunda categoría, envidiando los ingresos durante la vida útil de aquellos que les multiplicaban al adoptar y dominar el idioma imperial, que, hasta el día de hoy, domina las relaciones comerciales internacionales.
Por ello, vemos con espeluzno la decadencia de la educación nacional, putrefacta en sus cimientos por falta de una visión que alimente con savia creativa a nuestros estudiantes y, por ende, paraliza su porvenir. Bien podría convertirse Panamá, por ejemplo, en la sede logística internacional de empresas de la talla de Amazon, con billonarias inversiones en infraestructura y desarrollo, si no fuese por el liliputiense, corrupto, incompetente y mal administrado sector público, desde hace décadas gangrenado por rufianes de la peor calaña, que frena nuestro porvenir como nación. Pareciera que el siglo de delantera le estamos echando a perder. ¡Ojo, Panamá!
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