Gaspar Octavio Hernández, por las sendas de un periodista a carta cabal

La vida y obra de Gaspar Octavio Hernández arroja inconfundibles evidencias de que no fue un poeta convertido en periodista por suerte del destino o resignación autoimpuesta como alternativa para ganarse la vida. No. El “cisne negro” fue un periodista por elección, que si bien usó la poesía como canal para exteriorizar demonios internos, su lustre bien ganado de poeta fue otra característica más de un ser integral que encontró en el ejercicio de la pluma crítica e independiente, no solo su profesión, sino misión de vida.

Una vida corta, por cierto: 25 años (1893-1918).

Este año, a una centuria su partida física, el sincretismo de las voces “profesión” y “misión” –tema que en periodismo ha sido abundantemente discurrido por el teórico Javier Darío Restrepo– recobra vigencia. Y en una inspección rauda por las sendas de la huella hernandiana, podemos advertir auténtica certidumbre de que Gaspar Octavio Hernández –en efecto– fue un periodista a carta cabal.

Y a propósito del maestro colombiano Javier Darío Restrepo, de él tomamos prestado el actual y célebre decálogo de las características de un buen periodista (ampliamente aceptado en los corrillos doctrinales de esta profesión), y que se difundió con fuerza a partir de 2013; es decir, 95 años después de la partida del bardo panameño, pero que retrata con singular concurrencia la vida del autor del poema patriótico “Canto a la bandera”.

  • 1- Un buen periodista debe ser curioso

    La curiosidad fue una característica en Hernández casi innata, acaso impuesta de a puño por las circunstancias accidentadas que delimitaron su nacimiento y primeros años de vida.

    Abre sus ojos pardos y vivaces en el sector que hoy reconocemos como Calle 14 Oeste, Santa Ana, en una coyuntura que Alfredo Figueroa Navarro describe como “entorno de miseria extrema”, algo que obligarían al infante a transformar su curiosidad en herramienta para sobrevivir, y más tarde, como comunicador, en instrumento natural para estar atento al devenir de la realidad.

    Siendo muy pequeño es abandonado por su progenitor, y su madre fallece cuando aún es un niño. Esto le obliga a abandonar la escuela apenas cursando el tercer grado, pero atesorando consigo las enseñanzas de la maestra Elvira Ayala, estímulo suficiente para emprender su camino autodidacta.

  • 2- Ser capcioso y ágil

    El círculo funesto de tragedia familiar se cerraría con sendas muertes –mejor dicho suicidios– de dos hermanos, y con solo 46 días de distancia entre un deceso y el otro.

    Desde entonces la melancolía definiría su vida, prosa y obra poética.

    En “La Revista Nueva”, en diciembre de 1918, Simón Eliet lo rememoraría así: “Tal vez la orfandad de verdadero afecto y de cariño en que vivió sus veinticinco años basten a justificar esa penumbra reposada que veló siempre su alma limpia y cándida; en su obra parece escucharse un fúnebre acento, lánguido y remoto, como si en su corazón se hubieran ido deshojando sus frescas ilusiones poco a poco”.

    Pero en modo alguno aquella melancolía, su compañera eterna, apagaría la llama de un ser presto para aprender y dispuesto para ejecutar.

    Huérfano, fue objeto de la misericordia de personas que le rodearon, como un vecino de nombre Mateo F. Araúz, quien le consiguió empleo como barredor en la Compañía de Préstamos y Construcciones, donde el precoz juglar demostraría sus ansias de surgir, escalando día con día respeto y posiciones dentro de la compañía, pero apilando en las noches amor por la lectura y esbozando sus primeros poemas.

    Con solo 16 años, publica en la Revista “Variedades” su poema Mármol Sagrado, el 1 de mayo de 1909.

    De una vetusta mesa por sobre la negrura
    levántase pequeña de blancura.
    Hiperboreal testigo de mis melancolías
    ella ha visto la angustia en mis horas de horrible padecer,
    sobre mi rostro enjuto mis lágrimas correr.
    Y cuando me estremece la desesperación
    he estrechado esa estatua contra mi corazón.

  • 3- Tener ojo crítico

    Al referirse a la prosa del vate (a menudo –y de manera injusta– puesta en segundo plano por su repertorio lírico), Figueroa Navarro tilda como “demoledora crítica” la habilidad de Hernández para bosquejar en torno a las letras –por ejemplo– los albores de nuestra República, tras el dominio colombiano.

  • 4- Ser buena persona

    Lola Collante de Tapia, quien fuera su colega en La Estrella de Panamá, escribió sobre Gaspar Octavio en 1918: “Poseía un don extraordinario de asimilación y una ductilidad de carácter que ponía un tono de bondad a los seres y a las cosas”.

    De hecho, la destreza técnica de la que haría gala después en el periodismo, tendría su sustento en su calidad humana, desbordada también en prosa y poema.

    En palabras de su amigo Eliet, los escritos del Hernández “supieron aprisionar sus lágrimas furtivas y júbilos. Cada desgarradura de su corazón, como cada lágrima que se desprendiera de sus ojos, y como cada beso hurtado a unos divinos labios rojos, fueron motivo de inspiración. Siempre algo que sentía, que conmovía sus fibras y que luego transformaba en endecha de amor o en funeral de canción”.

  • 5- Ser un lector empedernido

    Lanzado a su suerte por la soledad de huérfano, primero, y luego por su aislamiento romántico, Gaspar Octavio utilizó “las mesitas de las tabernas sórdidas de los barrios silentes” de Panamá, según lo describe el autor Demetrio Korsi, para leer y devorar páginas de artistas distantes en largas horas de las noches, mientras “una lámpara regaba su luz mortecina, vaga, melancólica”.

    Y luego, ebrio de poesía, salía a transitar “por las callejuelas, cuando la aurora despuntaba y el lucero del alba languidecía en el cielo matutino”, según lo describe Korsi en “Elegía en prosa del poeta” (1920).

    Y el propio Hernández, en Canción del alma errante (5 de agosto de 1918), dejó evidencia poética de esos momentos…

    Y dejadme… Voy a solas; nada quiero, nada os pido…
    ¡Solo un poco de silencio os demando para mí!...
    ¿Y mañana?... Tras mis huellas seguirá quizá el olvido…
    ¿Y mañana?... Las estrellas os dirán tal vez quién fui…

  • 6- Ser un líder social

    Pero contrario a la imagen de un aedo taciturno y aislado, Hernández antepuso a su poesía solitaria, la palabra escrita al servicio social.

    Prueba de ello es que, antes de editar su primer poemario, “Melodías del pasado”, en 1915, fundó primero en 1913 el periódico Prensa Libre.

    A poco de eso fue elegido concejal por el distrito capital (1914-1916), ínterin en el que labora como redactor del periódico político La Voz del Pueblo, lo que echa por tierra cualquier vislumbre de bardo intramuros, y, por el contrario, se evidencia su liderazgo social, y su interés de aportar un sello nacionalista en las publicaciones concebidas para el acceso masivo.

    Su liderazgo se ve recompensado en 1917, cuando asciende a delegado a la Asamblea Provincial.

    Previo a ese paso, publica su emblemático “Canto a la bandera”.

    ¡Bandera de la patria! Sube..., sube
    hasta perderte en el azul... Y luego
    de flotar en la patria del querube;
    de flotar junto al velo de la nube,
    si ves que el Hado ciego
    en los istmeños puso cobardía,
    desciende al Istmo convertida en fuego
    y extingue con febril desasosiego
    ¡a los que amaron tu esplendor un día!

  • 7- Ser investigador

    Víctor León compendia la vida del “cisne negro” destacando su rigurosidad en la investigación: “Dignidad, estudio y lucha, he aquí la trilogía constitutiva de la divisa sublime de su lábaro”.

    Y, en el periodismo, esto queda palpable en diversas entregas de Gaspar Octavio Hernández, como su artículo de opinión Armisticio y Paz (La Estrella de Panamá, 13 de octubre de 1918) donde hace un detallado análisis de los 14 puntos del entonces programa de paz del presidente de Estados Unidos, Thomas Woodrow Wilson, pasando por su valorización de la realidad política de países tan distantes de la realidad local, como Rumania o Serbia y Montenegro.

  • 8- Ser sobrio al redactar

    Tal vez una de las alusiones más lapidarias respecto a la sobriedad de Hernández al entrelazar las líneas e ideas en sus escritos, la aporta Santiago L. Benuzzi en su discurso pronunciado ante la tumba del poeta y periodista en el primer aniversario de su muerte, publicado íntegro en La Estrella de Panamá, en noviembre de 1919.

    Allí Benuzzi recuerda que cuando Gaspar Octavio escribía era capaz de bordear diversos temas “prodigando bellezas como un surtidor aljófares”, pero al mismo tiempo, “conservando siempre el complejo dominio del párrafo y demostrando esa homogeneidad espiritual”.

    En notas y editoriales como, Un alto a la caravana (1915), Hernández envía mensajes al público lector de esta forma:

    "Tengamos un poco de buena voluntad y entusiasmo; esforcémonos por redimirnos de la ignorancia a los ojos del mundo; desarrollemos santo amor por la sana lectura y así nos daremos cuenta del trabajo que realiza cada día el pensamiento en las manifestaciones de sus complejas actividades."

  • 9- Ser humilde

    Y pudiendo hacer gala de su talento, caminar con sombrero de altivez soberbia, Hernández prefirió cerrar su boca, y hablar –fuerte y claro, hasta hoy– con sus escritos.

    Demetrio Korsi revela que muchos de sus enemigos negaron hasta su muerte el valor intelectual de su pluma.

    Y así lo lamenta: “Lo nuestro nos inspira desdén; lo que de afuera viene, lo que la importación nos trae del extranjero, tiene casi siempre la estimación más honda de nuestro público. Se diría que somos los miopes de inteligencia de América. ¡Despreciamos los relucientes diamantes de nuestros artífices, para recoger los harapos que misericordiosamente te arroja el mar a nuestras playas!”.

  • 10- Ser recto y audaz

    El último escalón del decálogo del maestro Restrepo sobre un buen periodista, puede verse retratado en muchos editoriales que firmó Hernández, como aquel de 16 de marzo de 1915, bajo el título Con motivo de una profanación, en donde, una vez contrastadas y verificadas sus fuentes, expone sin temor al influyente exjefe de la Oficina Postal de Panamá, Ignacio Urriola, por impulsar una injusticia en contra un “sencillísimo empleado” de esa agencia.

    En tono firme reclama: “Asuma cada cual la responsabilidad que caberle pueda en el grave suceso; pero nadie cometa la villanía de echarle el muerto a un muerto, menos en estos días en que tan vulgarizada está la célebre frase de Baudelaire contra los detractores de Edgard Poe: ¿Cuándo se dictará una ley que prohíba a los perros la entrada a los cementerios?”.

    Así era el periodismo que él ejercía. Tal vez humilde para destacar su propia obra poética, pero audaz y vertical a la hora de denunciar la injusticia.

    El puñal indolente de la tuberculosis provocó su muerte, ocurrida en la sala de redacción de La Estrella de Panamá, el 13 de noviembre de 1918, en cuya memoria ha sido creado el Día del Periodista Panameño.

    Se desplomó mientras escribía un editorial donde reclamaba a comerciantes irreverentes respeto por nuestra bandera nacional. Su última reflexión fue: “acusamos a esos comerciantes inciviles”.

    Como jefe de redacción que llegó a ser en La Estrella de Panamá, seguramente él se sumaría hoy a un periodismo que no esté al servicio de una empresa, de un negocio, de un partido o de una ideología; sino a un periodismo al servicio del bien común.

    Ese que sigue cumpliendo este y otros medios, pese a la aparente indiferencia de los factores de poder, al sigilo de la corrupción o a la manipulación de la justicia, pero que no se zafará de persistentes voces combativas como la de Gaspar Octavio Hernández.

    Por algo fue denominado en 1974 como “soldado del periodismo”, en investigación sustentada en la Universidad de Panamá por Silvia T. viuda de Vaccaro.

    Parafraseando la palabra inspirada de la autora Elena G. de White (La Educación, página 543): Una de las mayores necesidades de la sociedad de hoy, es la de periodistas “que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar a la corrupción el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos”.

    Y uno de esos hombres fue Gaspar Octavio Hernández. Descansa en paz, soldado del periodismo.

Fecha de publicación: viernes 28 de diciembre de 2018.
Créditos: Texto: Adiel Bonilla / Videos: Biblioteca Nacional de Panamá Ernesto J. Castillero / Infografía: Christian Rodríguez /Diseño: Miguel Angel Quirós, Sergio Clements.