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El acero y la ley del embudo

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En el fondo sin embargo, rige una descarada ley del embudo: la regla se aplica a todos, salvo en lo que perjudique o no convenga a los intereses de los más grandes.

La última muestra en este sentido acaba de darla nada menos que el presidente norteamericano George Bush con el acero.

En los albores de una contienda electoral en que estará en disputa el control de la mayoría del Congreso estadounidense, el mandatario estadounidense ha decidido rampantemente jugar al proteccionismo electorero, aún arriesgando la ira de sus aliados europeos y de Japón.

Sin mayor aviso y sin más razones que la de proteger su industria y los votos que entraña, impuso un arancel de importación de 30% para el acero extranjero.

La reacción de repulsa de los académicos y más representativos diarios y medios de comunicación del país ha sido copiosa.

Todos apuntan a lo que llamamos "ley del embudo", esto es lo ancho para mí, lo angosto para los demás.

El libre mercado es bueno sólo en tanto traiga agua a mis molinos.

Mas al mismo tiempo los opositores a la medida esbozan otro argumento más demoledor y entendible para el público norteamericano: la nueva tarifa proteccionistas es una pesada carga sobre los hombros del contribuyente y consumidor que tendrá que pagar en adelante más caro por el acero que compre.

La Unión Europea ha amenazado con ir más allá de las palabras de enojo.

Dice que denunciará a su aliado americano ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) por práctica ilícita de proteccionismo, exigiendo el pago de multimillonarias indemnizaciones previstas en los estatutos de la organización que compensarían a las acerías del Viejo Mundo por la repentina pérdida del mercado de Estados Unidos.

¿Qué hizo cambiar de rumbo y credo a la primera potencia mundial? La manifiesta obsolescencia e ineficiencia de su propia industria, incapaz de poder competir con el acero proveniente de Europa, Japón, Korea y Brasil.

Las fábricas norteamericanas estaban al borde de la bancarrota y decenas de miles de empleos a punto de perderse.

Otra razón, de tipo político, fue la necesidad estratégica de no depender del acero extranjero para su industria bélica en un mundo donde ejerce papel de guardián único.

Por el lado de las naciones en vías de desarrollo no nos queda más que observar la singular disputa y las curiosas contradicciones entre elefantes, que abren brechas en una doctrina que nos ha sido impuesta sin miramientos ni medias tintas.

El agro estadounidense, europeo y japonés, merecen subsidios y protección, no los nuestros.

Ahora es el acero.

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