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El valor de decir no a tiempo
La joven respiró hondo, levantó los ojos al cielo y lo miró fijamente y le contestó: "claro que necesito el dinero. ...mi madre y yo preferiríamos morirnos de hambre a que termine yo de vulgar prostituta suya. Eso jamás".
- Rómulo Emiliani
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- - Publicado: 02/3/2019 - 12:00 am
El jefe de la oficina se habría enamorado o más bien encaprichado con la joven secretaria ejecutiva de 24 años.
Empezó a dejarle de vez en cuando regalitos en su escritorio, y la muchacha siempre agradecía, pensando en la bondad de este señor.
De vez en cuando algún que otro piropo galante y en una ocasión uno subido de tono, pero nada que le preocupara a la secretaria que hacía muy bien su trabajo.
Pero un día la llama a su despacho y de un solo le lanza una proposición bastante grosera, en medio de su lenguaje zalamero y seductor.
"Te subiré el sueldo casi al doble.
Sé que eres la mayor de tus hermanos y la única que trabaja y que tu madre viuda está enferma".
La joven quedó asombrada y no sabía que decir.
Pero añadió de una vez este señor: "Pero claro, si accedes a convertirte en mi amante.
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Nadie se dará cuenta.
Prometo tratarte de la mejor manera".
La joven respiró hondo, levantó los ojos al cielo y lo miró fijamente y le contestó: "claro que necesito el dinero.
Pero estoy segura que mi madre y yo preferiríamos morirnos de hambre a que termine yo de vulgar prostituta suya.
Eso jamás".
Y se retiró.
Ella no contó esto a nadie y siguió trabajando y a la semana le llegaba la carta de despido.
La razón: por haber faltado el respeto al jefe, gritándole y diciéndole palabras obscenas.
Pasados 15 días se formó un grupo grande entre los empleados que conocían muy bien al jefe y sus andanzas, hablaron con la muchacha y ella contó todo y denunciaron el caso a la junta directiva de la empresa.
El señor fue despedido y restituyeron en su puesto a la secretaria.
Eso se llama dignidad, amarse y respetarse a sí mismo.
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No tenemos precio.
Nadie nos puede comprar.
En cambio, aquella joven de 19 años, que parecía una piltrafa humana por el consumo de drogas y que se prostituía para pagar su adicción, no dijo ese no a tiempo a los 15 años, para no quedar mal ante los amigos.
Gracias a Dios, pudo encontrar ayuda espiritual y psicológica y poco a poco fue dejando la droga, hasta que un día dijo un no radical.
Ya a los 21 años era una persona nueva.
Se enfrentó a su verdad, aceptó su vicio, se sometió a terapias profesionales y se convirtió en una mujer muy espiritual.
Empezó amándose a sí misma, respetándose y aceptando que sin Dios no podía cambiar.
En un grupo de narcóticos anónimos siguió los doce pasos de A A y se liberó.
Ella pudo decir que con Dios era invencible.
Monseñor.
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