Epicentro
Sobre la lucha contra la pandemia
En la medicina está la cura; pero en nuestra propia fe está la salvación. Por esa enfermedad, es cierto, muchos morirán antes de tiempo, un tiempo cierto que algún día necesariamente ha de llegar; pero otros morirán por miedo...
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 05/1/2021 - 12:00 am

La sensible pérdida de aquellos que se han ido en manos de la enfermedad no ha sido en vano; nos deja una lección valiosa: se fueron luchando contra el virus y la enfermedad. Foto: EFE.
En la antigua Roma, el avistamiento de las altas velas de las naves Alejandrinas en el horizonte anunciaba la llegada próxima de la flota a la que siempre precedía, así como el arribo del correo, que traía noticias desde lejos; la llegada de esas naves era motivo de júbilo y festejo entre la población, que se congregaba en los muelles para celebrar.
Hoy en día, la noticia de las vacunas contra COVID-19 parece ser para la humanidad como el avistamiento de las naves Alejandrinas que surcan en el horizonte; avistamientos de salud, promesas de cura, heraldos de tranquilidad robada al mundo entero.
Hoy nos hemos dado cuenta de que, a pesar de que lo vasto de la población mundial (7625 millones de personas), de la diversidad de idiomas y culturas, hay una unidad cohesiva cuando la adversidad traspasa las fronteras, como el manto de una sombra oscura que tapa el sol a todos.
Pensemos entonces que, dentro de lo malo de esta enfermedad global, hay semillas de lecciones olvidadas por los rápidos sucesos de la vida moderna que nos hacen ciegos a la reflexión: somos tan frágiles que un agente de estructura microscópica, una espora diminuta e invisible, desmorona el andamiaje de salud del mundo, echa por tierra aquellos muros de la ciencia en los que el hombre moderno había cifrado su salud y patrimonio; somos tan endebles, como humanos, que el soplo de una peste ha puesto de rodillas al científico moderno y hace que el ateo también se tumbe en llanto y rece por su vida.
Pero esa lección, como todo en la vida, se acuña en la moneda de dos caras; porque así como la pandemia acecha al hombre sin descanso, también encuentra sin descanso al hombre que abandona su trinchera y le hace frente con esa valentía natural y evolutiva.
En vez de abandonarse a su destino, el hombre lucha siempre por cambiarlo cuando le es adverso. La sombra del temor se cuela en el hogar, y se derrama negra y ominosa hasta los pies del hombre; pero vista desde arriba, desde el punto alto de la reflexión, es solo la sombra y espejismo fuerte de un terror que nos asecha y que nos caza y que debemos superar a toda costa.
El valiente solo muere una vez en esta vida y, por mucho que atormente al hombre el trance de partir, la Providencia da el consuelo al hombre de que tomará esa copa cierta solo en una vez por cada vida. Por supuesto que el temor existe, que la baja sombra de ese miedo se arrastra a nuestro paso, pero recordemos siempre que cuando el sol está más alto encima de nosotros, esa sombra baja ya no se proyecta ni precede al hombre a cada paso.
En la medicina está la cura; pero en nuestra propia fe está la salvación. Por esa enfermedad, es cierto, muchos morirán antes de tiempo, un tiempo cierto que algún día necesariamente ha de llegar; pero otros morirán por miedo, por terrores que se filtran mucho más que las esporas de la enfermedad y que atraviesan mascarillas, porque nacen y se nutren desde el propio corazón del hombre, sin que nadie más que el hombre sea quien pueda erradicarlas.
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La medicina hará lo suyo con su ciencia; a nosotros toca lo demás, solo con aquello que logra separarnos de la bestia: nuestra mente y nuestra fe. La sensible pérdida de aquellos que se han ido en manos de la enfermedad no ha sido en vano; nos deja una lección valiosa: se fueron luchando contra el virus y la enfermedad.
En su honor y su recordación, luchemos nosotros preventivamente contra el virus y proactivamente contra el miedo.
Abogado.
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