Panamá
Remembranzas de Preparatoria
Al doctor Figueroa no se le discutían sus decisiones. El verano anterior cursé clases de máquina de escribir mientras mis amigos jugaban en el parque Urraca, algo que parecía cursi, de damas secretarias, en su momento, pero que me ayudó mucho en mi carrera, hábilmente volando sobre el teclado mientras mis compañeros en IBM tecleaban con un dedo y demoraban eternidades redactando una nota.
- Jaime Figueroa Navarro
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- - Actualizado: 07/5/2022 - 12:00 am
Cuando mi padre me citaba en su clínica bellavista intuía que se cocían habas. Urólogo al fin, no tenía bien claro si era su propósito hablarme de próstatas, o bien del próximo libro que debiese leer. Terminaba el año escolar y se sentía el espíritu navideño en Panamá, el olor a pino de los arbolitos, los villancicos en Cristo Rey y los adornos en calle Belén. A los doce años recién terminaba el primer año de secundaria en el Instituto Pedagógico, al frescor de Las Cumbres a mediados de la década de los sesenta del siglo pasado, esperando disfrutar mis vacaciones escolares en las playas con amigos y familiares.
Cual facultativo en preparación para una intervención quirúrgica, con bisturí, pinzas y otros checheres al lado, mi padre gozaba de un sentido de preparación único y todos los pasos en mi joven existencia serían en extremo planificados. "De enero a mayo asistirás a clases en capacidad de oyente en Saint Mary's School en la Zona del Canal para que calibres tu oido a la lengua de Shakespeare. El profesor Leyton complementará tu enseñanza todas las tardes en casa."
Al doctor Figueroa no se le discutían sus decisiones. El verano anterior cursé clases de máquina de escribir mientras mis amigos jugaban en el parque Urraca, algo que parecía cursi, de damas secretarias, en su momento, pero que me ayudó mucho en mi carrera, hábilmente volando sobre el teclado mientras mis compañeros en IBM tecleaban con un dedo y demoraban eternidades redactando una nota.
Pero eso era tan solo el preámbulo. "En junio, asistirás a la Feria Mundial en New York con tu madre y posteriormente se trasladarán a Worcester, Massachusetts donde asistirás al curso de verano en Assumption Preparatory School en preámbulo para el año escolar que iniciará en septiembre."
Y fue así el destete, la conversión de niño a hombre, aturdido por el dinámico cambio del relajado trópico al estricto mundo de academia en su tercera potencia. Aprendí que Worcester se pronuncia "wuster" y que existían cuatro estaciones. Conocí la nieve, ardillas a tutiplén y clases de francés y latín con saco y corbata, a tender mi cama todos los días, lavar mi ropa los sábados y a rasurarme, entre otros.
El colchón que soportó este peso durante mis años de adolescencia, alejados del istmo, fue sin duda las amistades que entable con mis compañeros y sus amables familiares. Una escuela católica en el seno de Nueva Inglaterra a mediados del siglo pasado, contaba en su mayoría con familias de origen francés, italiano e irlandés, inmigrantes ya de segunda y tercera generación que entendían bien mi vivencia y tenían una inmensa curiosidad sobre el istmo.
Muchos me invitaban a pasar los fines de semana en familia. Típicamente era el padre quien nos venía a recoger los viernes en la tarde para el traslado a ciudades y pueblos de los estados de Connecticut, Rhode Island, New Hampshire y Massachusetts. Al llegar a sus casas era la madre quien me recibía extendiendo la mano, mientras yo le abrazaba y besaba, acto inesperado pero bienvenido por su ternura e inocencia.
Durante el fin de semana indagaban sobre el trópico. A veces les bromeaba diciéndoles que en casa usábamos taparrabos y que estaba feliz de descubrir los calzoncillos Fruit of the Loom. También preguntaban si tení
mos carros y les relataba que debajo de nuestro frondoso árbol, habían dos Mercedes, una mi mamá y la otra su automóvil. Al final de cuentas, posterior a las carcajadas, sembramos una amistad para toda la vida.
Fue así como el fin de semana pasado celebramos finalmente nuestra reunión de 50 años de graduados, aplazada dos años por la pandemia de COVID-19, de la clase de 1970 de Assumption Preparatory School. Al aterrizar en el aeropuerto de Logan que sirve a la ciudad de Boston, me recibieron mi mejor amigo, Jerry Morelle y su esposa Donna, personas con las cuales he mantenido contacto y frecuentes visitas durante todos estos años. Jerry inclusive visito Panamá en 1969, cuando cursábamos el quinto año.
De ello, a ver a mis otros compañeros fue un viaje en el espacio. A la gran mayoría les vi por última vez a los 17 años, guardando en la memoria aquellos rostros juveniles. A Dios gracias portábamos gafetes con nuestros nombres, el cambio evidente a medio siglo. Que enorme agrado compartir con todos durante un fin de semana repleto de sonrisas, recuerdos y cuentos de otrora.
Acordamos en fin, que programaría un crucero al Canal de Panamá donde todos pudiesen salir de sus entornos y aprender el porqué el diario The New York Times nos describe como "una vergüenza de belleza tropical" (an embarrassment of natural beauty) y tal vez todo lo que se han perdido durante medio siglo en la tierra de los taparrabos. He dicho.
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