La verdad sí; la maldición no
El que debe vender algo promete un determinado grado de calidad, y debe guardarse muy bien de engañar a su cliente so pena de caer en el descrédito.
- Paulino Romero C.
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- - Publicado: 19/3/2018 - 12:00 am
Fomentemos y defendamos el culto de la verdad. La mentira es baldón que mancha la dignidad del hombre y la mujer. El mentiroso se desacredita y se expone a que se dude de todo cuanto afirme, aun cuando diga una verdad. La mentira justifica la desconfianza y empuja a quien la cultiva a la simulación y al delito. Una verdad que nos perjudica es menos dañosa que una mentira que nos encubre. El que miente se burla de la confianza ajena y deteriora su propia integridad moral.
No es necesario hacer aquí el panegírico de la verdad, ni recordar las innumerables anécdotas que circulan por ahí en las que el que dice la verdad tarde o temprano recibe su premio y el que miente es a su turno castigado. La verdad, la necesidad de que el mundo se mueva por senderos donde no existen mentiras, es algo mucho más serio que un anecdotario. Hay un punto de apoyo muy importante en el desarrollo de las relaciones entre los hombres que se llama confianza, y la confianza solo puede basarse en la verdad. Las sociedades humanas acentúan y proceden con agilidad merced a ese sentimiento de confianza indispensable entre sus componentes, a fin de que todo emprendimiento pueda llegar a buen fin y hacerlo en el menor tiempo posible.
Pero la confianza se engendra solo a través de la verdad. Cuando una mentira se introduce en las relaciones entre los hombres, la confianza empieza a mermar e incluso puede desaparecer definitivamente.
Esto que decimos, o sea la necesidad de actuar siempre conforme a la verdad, vale tanto para el compromiso mutuo entre dos seres como el caso de las relaciones comerciales entre diversos individuos, empresas comerciales e incluso entre países. El que debe vender algo promete un determinado grado de calidad, y debe guardarse muy bien de engañar a su cliente so pena de caer en el descrédito. Fácil es pensar cuánto es el daño que puede hacerse a la economía y el progreso de un país cuando los artículos que sus comerciantes venden al extranjero no responden totalmente a lo prometido, o sea cuando se ha faltado a la verdad y se ha llevado a que se pierda la confianza.
La confianza entre las partes engendra a su vez el crédito; pero este no se alcanza y se guarda, porque el crédito es algo que debe defenderse y ganarse todos los días y en todos los actos. Confianza y crédito, entonces, únicamente mediante una actuación continuada y permanente en el terreno de la verdad pueden mantenerse.
Es posible que alguna vez, en una circunstancia determinada, decir la verdad implique un perjuicio directo o indirecto para quien lo haga. Pero a buen seguro que ese perjuicio siempre será menor que los muchos que en interminable cadena habrán de sucederse saliendo al paso con una mentira. Una mentira nunca se defiende, sino con otra mentira, y de allí al descrédito no hay más que un paso, la que evidentemente es un daño moral que se autoinflige quien falta a la verdad.
Aquí es donde sinceridad y responsabilidad se confunden. El sentido de la responsabilidad es uno de los motores que impulsan al hombre a decir siempre la verdad y a gozar siempre de la confianza y el respeto de sus semejantes.
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