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Preparan testamento porque trabajan en hospital

La pandemia está ejerciendo una presión inimaginable sobre los trabajadores del sector salud, exponiéndolos a peligros y estrés diferentes a cualquier cosa que hayan experimentado antes.

Jesse Drucker - Actualizado:

Neena Budhraja y Adam Hill han sentido el estrés de trabajar en hospitales durante el brote. Con su hijo. Foto / Hilary Swift para The New York Times.

Una noche a mediados de abril, después de que Nolan, su hijo de 18 meses, se durmió, Adam Hill y Neena Budhraja se sentaron en su departamento para decidir quién sería el tutor legal de Nolan si el coronavirus acababa con ellos.

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Adam, de 37 años, es médico de la sala de urgencias en el Elmhurst Hospital Center. Neena, de 39, es asistente médica en la sala de urgencias del Woodhull Medical and Mental Health Center. Éstos se encuentran entre los hospitales públicos de la ciudad de Nueva York que se han visto más abrumados por el virus.

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La pandemia está ejerciendo una presión inimaginable sobre los trabajadores del sector salud, exponiéndolos a peligros y estrés diferentes a cualquier cosa que hayan experimentado antes. Adam y Neena se turnan para meterse de lleno en el peligro y luego regresar el uno al otro y a Nolan. Neena pensó en renunciar, y luego despotricó contra sí misma por haberlo pensado.

“Sentiría que estoy abandonando a todos”, señaló.

Uno de los colegas de Adam murió a mediados de abril. Neena se enteró recientemente de que una colega de mucho tiempo había muerto luego de luchar contra el virus durante dos semanas.

Antes de enterarse de que había sido infectada, la colega de Neena le dijo que lo que más le preocupaba era que pudiera llevar el virus a casa. Neena compartía la preocupación.

“Todo es muy emocional y ya es muy estresante tener eso encima de todo lo demás”, comentó.

Desde la muerte de la mujer, una segunda colega y una jubilada también murieron a causa del virus.

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Adam y Neena se conocieron cuando trabajaban en Woodhull. Se casaron en el 2017 y llevaban el tipo de vida con gran adrenalina que prefieren muchos que trabajan en salas de urgencias. Nolan nació tres meses prematuro con pulmones frágiles, pesando menos de un kilo. Adam y Neena apenas habían empezado a llevarlo a parques infantiles. Entonces llegó el virus y se resguardaron.

Le resultó claro a Adam a principios de marzo que algo andaba mal. Hombres de entre 30 y 45 años, que por lo demás estaban sanos, se presentaban con fiebre o problemas para respirar. Empeoraban rápidamente. Hace unas semanas, dijo, se sentía “abrumado, pero bastante optimista, de que superaremos esto, y aún tengo el mismo optimismo. Pero definitivamente se está empañando por la fatiga”.

Neena dijo que el día que se enteró de la muerte de su colega fue un punto de inflexión en Woodhull: la sala de urgencias abarrotada, los pasillos con personas en camillas esperando días para tener un lugar en cuidados intensivos.

“Simplemente parecía un campo de batalla”, recordó.

Los miembros del personal están acostumbrados a que sus intervenciones marquen la diferencia. Ahora, dijo, “se siente como si no estuvieras haciendo ningún progreso”.

Cuando llegó a casa, dijo que tal vez debería renunciar.

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“Pero luego, ¿qué? ¿Adam viviría en un hotel y yo no lo vería en meses?”, se preguntó. “¿Él no vería a su hijo en meses? Alejarlo de él, cuando regresa a casa aturdido después de cada turno, no parece ser lo correcto”.

Así que se toman la temperatura dos veces al día y confían. En los días libres, llevan a Nolan al parque. La noche en que se decidieron por un tutor para Nolan, tuvieron que profundizar más: ¿Quién se encargaría de él si el tutor designado muriera? ¿Y si el segundo guardián también muriera?

En un día reciente, después de que Neena se fue a cubrir su turno, Adam se levantó de la cama, le dio de desayunar a Nolan y lo dejó correr por todo el departamento. Adam dijo que se encontró a sí mismo “llorando de manera incontrolable, soltando finalmente todas las emociones del mes pasado”.

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