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La revolución agrícola que Brasil y Japón planearon en Mozambique

Alrededor del 60 por ciento de las personas en África subsahariana se gana la vida gracias a sus campos.

The Economist - Publicado:

Sembradío de soya. Foto: Pixabay

Observa los pastizales del norte de Mozambique con los ojos solo parcialmente abiertos y lucen un poco como el Cerrado, una sabana tropical en el centro de Brasil. ¿Podrían ser transformados con labores agrícolas intensivas en el mismo momento en que los matorrales del Cerrado han dado paso a campos de soya que transformaron a Brasil de un importador de alimentos a uno de los mayores productores de cereales del mundo? Esa era la idea de Prosavana, un programa que traía la experticia brasileña y japonesa a Mozambique. Iniciado en 2009, tenía como objetivo elevar la producción agrícola en un área de 107.000 kilómetros cuadrados, casi del tamaño de Bulgaria.

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Los políticos anunciaron a Prosavana como un ejemplo histórico de la cooperación “sur-sur”. Pocos proyectos de agricultura en África podrían igualar su ambición. Pintaba un futuro con el que sueñan muchos agrónomos en el continente: pequeños agricultores, productivos y comercialmente astutos, así como grandes plantaciones que exportan a todo el mundo. Sin embargo, se convirtió en un estudio de la arrogancia, y un ejemplo de por qué los esquemas de arriba a abajo a menudo no logran cumplir con las expectativas.

Alrededor del 60 por ciento de las personas en África subsahariana se gana la vida gracias a sus campos. La mayoría de ellos no usa semillas mejoradas ni fertilizantes. Una granja típica en Kenia o Uganda produce alrededor de un tercio del maíz por hectárea que una en China y alrededor de una sexta parte que una en Estados Unidos. África también tiene mucha de la tierra sin cultivar que resta en el mundo. Las historias de potencial desaprovechado atraen a la agricultura comercial al continente. Algunos agronegocios cultivan amplias tierras de su propiedad. Otros realizan acuerdos para comprar cultivos comerciales a productores locales. A menudo, hay gente que se opone a su llegada, sobre todo por la tierra. Muchos se retiran silenciosamente.

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Prosavana se enfrentó a sospechas similares. Una década después, no hay evidencia de progreso excepto por un pequeño laboratorio de investigación y unas cuantas granjas modelo. En un campo afuera de Ribaué, una población al norte, los agricultores han sido asesorados por técnicos para revisar los precios en el mercado y comenzar un grupo de ahorro. Las cebollas crecen en hileras ordenadas. Sin embargo, esto es tan solo un vistazo en un inmenso panorama. Debido a que la fase principal de Prosavana todavía no ha comenzado, el proyecto ha tenido en su mayor parte el efecto de plantar las semillas de un movimiento de la sociedad civil.

Lo primero que muchos mozambiqueños supieron sobre Prosavana fue un artículo en un periódico brasileño en 2011. “Mozambique ofrece tierra a la soya brasileña”, decía el encabezado. La historia describía a Mozambique como “la siguiente frontera agrícola de Brasil” y citaba una afirmación hecha por un agrónomo brasileño de que Nampula, al norte de Mozambique, estaba “despoblada”. En 2013, un documento de planeación de Prosavana fue filtrado. Aunque recalcaba la importancia de los pequeños agricultores, también concebía vincularlos con grupos agrícolas corporativos. Un fondo de capital privado esperaba reunir 2000 millones de dólares para proyectos de agronegocios relacionados.

Los activistas denunciaron la estrategia como una “apropiación masiva de tierra”. Fueron a un viaje de estudio al Cerrado y unieron fuerzas con movimientos en Brasil y Japón, para imitar la estructura trilateral de Prosavana. Una carta abierta que pedía la suspensión del proyecto fue firmada por 23 organizaciones en Mozambique y 43 fuera del país. Cada bando del debate consideraba que el otro estaba desconectado de la realidad y era vagamente extranjero: cómplices de corporaciones malévolas o engaños de organizaciones no gubernamentales que no tienen idea de nada.

Una gran división se generó entre dos puntos de vista irreconciliables del mundo. Muchos agricultores en el norte de Mozambique practican la agricultura nómada o itinerante, y se mudan a nuevas tierras cuando el terreno necesita un descanso. Los agrónomos dicen que el rápido crecimiento de la población está haciendo que esto sea imposible. Antonio Limbau, el funcionario mozambiqueño que supervisa Prosavana, argumenta que los agricultores deben usar semillas híbridas y fertilizantes sintéticos para cultivar de manera más intensa, con el objetivo de que “el mismo pedazo de tierra alimente a más personas”.

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Los agricultores afirman que este argumento es condescendiente. “No somos niños”, dice Costa Estevao, quien lidera el sindicato de campesinos en la provincia de Nampula. Dice, de manera precisa, que Prosavana busca eliminar las formas tradicionales de cultivo. También se preocupa por el fertilizante costoso y los pesticidas venenosos. Anabela Lemos, una activista ambiental, dice que los gobiernos y las corporaciones quieren “destruir a la [clase] campesina”. “Es un gran error, porque son los que alimentan al mundo”, dijo.

Este tipo de retórica refleja un “malentendido persistente” del proyecto, señala entre suspiros Hiroaki Endo, quien encabeza la agencia japonesa de ayuda en Mozambique. Los tecnócratas todavía están creando un nuevo borrador de su plan maestro, que ellos dicen beneficiará a los pequeños agricultores. Sin embargo, lo que surja de consultas interminables no cumplirá con las esperanzas ni los temores que se han invertido en él. Los agricultores brasileños perdieron interés en Mozambique cuando descubrieron que la tierra estaba menos vacía de lo que pensaban. Y desde entonces, han abierto una nueva frontera agrícola en su país, en donde el gobierno del presidente Jair Bolsonaro deja arder a la selva.

Un resultado inesperado de Prosavana es el fortalecimiento de la sociedad civil de Mozambique, que forjó nuevos lazos gracias a su campaña. Mientras tanto, en los pastizales del norte, los granjeros invocan al fantasma del proyecto para explicar todo tipo de malas conductas no relacionadas. Junto a un camino en la provincia de Nampula, los pobladores recuerdan la visita de un hombre extraño que no dio su nombre, pero les pidió 50 hectáreas de tierra. Las huellas de su buldócer todavía están impresas en el suelo. ¿Quién es él? ¿Volverá? Los residentes no tienen idea, pero la palabra que dicen es “Prosavana”.

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