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El optimismo tecnológico tiene límites

En los últimos años, con el mercado bursátil al alza y el capital de riesgo fluyendo, las startups más débiles no han visto trabas. Pero mientras se debilita el mercado y estos negocios enfrentan a inversionistas exigentes, las historias inspiradoras pierden fuerza.

Tom Brady - Publicado:

Adam Neumann, CEO de WeWork, fue obligado a renunciar tras intento fallido por llegar a bolsa. Foto/ Cole Wilson para The New York Times.

En la iglesia de la tecnología, sólo existe una fe verdadera: el tecno-optimismo.

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Eso argumenta Margaret O’Mara en The Times, al escribir que los tecnólogos creen que “están construyendo el futuro y que el resto del mundo, incluido el Gobierno, necesita ponerse al corriente”.

La reciente reacción anti-tecnológica no los ha disuadido.

“Ahora depende de todos nosotros aprovechar esta enorme energía para beneficiar a toda la humanidad”, dijo el inversionista de capital de riesgo Frank Chen, sobre la inteligencia artificial.

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Elon Musk preguntó a accionistas de Tesla, “¿acaso estaría haciendo esto si no fuera optimista?”.

Las compañías Big Tech han enfrentado críticas en audiencias ante el Congreso de EU y han sido blanco de nuevas reglas que protegen la privacidad en Europa, pero los creadores de políticas no han perdido la fe. Dependen de esta industria para impulsar la economía, e incluso para “salvar” pueblos mineros y manufactureros con campamentos de cursos intensivos de codificación y bodegas de Amazon.

“Cuando el Congreso exige que las compañías de redes sociales busquen soluciones técnicas a la proliferación del discurso de odio o la intromisión electoral, hay un subtexto”, escribió O’Mara. “La respuesta no es menos tecnología; es una tecnología distinta y mejor”.

Los que se atreven a dudar de este tecno-optimismo enfrentan la ira de los verdaderos creyentes.

“La primera regla del capital de riesgo del Silicon Valley es nunca insultar a una startup”, escribió Nellie Bowles en The Times.

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Jason Palmer cometió el error de alzar la voz.

Cuando AltSchool, la startup apoyada por Mark Zuckerberg, anunció su cierre tras recaudar 174 millones de dólares, Palmer, inversionista de capital de riesgo enfocado en tecnología didáctica, tuiteó sobre rehusarse a invertir “porque trastocar la escuela era una estrategia terrible” y que los fundadores no lograron comprender la importancia de trabajar con profesionales de la educación.

Las represalias no se hicieron esperar.

“Éste es quizás el tuit más caro que vayas a postear”, escribió Mark Rose, ex gerente de productos en Google.

Steve Cheney, cofundador de Estimote, que fabrica sensores, dijo, “hombre, te das cuenta que literalmente eres lo peor”.

La mea culpa de Palmer no tardó en llegar. Envió varios mensajes lamentando su primera valoración, antes de disculparse directamente con los fundadores, quienes, afirmó, dedicaron seis años de su “corazón y alma” al proyecto.

Pese a las referencias al “corazón y alma” y los mantras de cambiar al mundo que provienen del Silicon Valley, a final de cuentas, son corporaciones con fines de lucro.

Antes de que los CEOs puedan cambiar al mundo, necesitan convencer al mercado.

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En los últimos años, con el mercado bursátil al alza y el capital de riesgo fluyendo, las startups más débiles no han visto trabas. Pero mientras se debilita el mercado y estos negocios enfrentan a inversionistas exigentes, las historias inspiradoras pierden fuerza.

Adam Neumann, fundador y ex director ejecutivo de WeWork, aprendió esa lección por las malas. Fue obligado a renunciar y la oferta pública inicial de WeWork fue pospuesta luego de que la compañía —que arrenda espacios de oficina, los remodela y luego los alquila— fue valuada en 15 mil millones de dólares.

En enero, el valor de la firma de coworking era de 47 mil millones de dólares.

“El radar de la gente para detectar palabrería idealista está en estado de alerta máxima en este momento”, dijo Scott Galloway, profesor de mercadotecnia en la Universidad de Nueva York.

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