Agropenurias y otras calamidades nacionales
...es el típico ciclo de cierre de un gobierno que pasará a la historia como más de lo mismo, esto es, más de lo creado por la ola de gobiernos fundados en los principios de una economía neoliberal, cuyas bases fueron sentadas previamente a la debacle del noriegato y que se inauguró con la entrada de Panamá a la OMC bajo el gobierno del señor Pérez B.
La importación de cebolla les impide colocarla en el mercado local.
Las protestas de los productores agropecuarios del país fueron noticia la semana pasada y corren el peligro de ser rápidamente sepultadas por las de otros sectores, igualmente descontentos por la falta de una atención sistemática a sus demandas.
Desde el punto de vista político, lo que tenemos por delante es el típico ciclo de cierre de un gobierno que pasará a la historia como más de lo mismo, esto es, más de lo creado por la ola de gobiernos fundados en los principios de una economía neoliberal, cuyas bases fueron sentadas previamente a la debacle del noriegato y que se inauguró con la entrada de Panamá a la OMC bajo el gobierno del señor Pérez B.
Desde entonces, y con muy ligeras variantes, la política económica ha sido sustantivamente la misma, y lo novedoso viene por la política social de corte compensatorio que ha crecido merced la bonanza macroeconómica y fiscal que supusieron la ampliación del Canal y las generosas entregas de la ACP al multimillonario presupuesto del Estado, que ronda los 24 mil millones de dólares.
Llegados al fin del ciclo expansivo, en un marco de alta incertidumbre en la economía mundial, con los EE.UU. enfrentados a sus principales aliados y a China en temas de apertura y comercio, la urgencia de definir nuevas bases para enfrentar los tiempos que corren superan la torpeza y la lentitud de los administradores de la cosa pública.
Nuestros gobernantes, como los aldeanos vanidosos de los que hablaba Martí, "creen que el mundo entero es su aldea, y con tal de que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos".
La caída del sector agropecuario es crónica de una muerte lenta administrada con desidia e incapacidad.
Como varios analistas han puesto de relieve, la menor importancia del PIB agropecuario en el marco de la generación de riqueza general es fiel reflejo de un proceso histórico ligado a un fenómeno de refundación del capitalismo agrario que es ineluctable, a no ser que se acometa una transformación productiva y social para la cual el Estado poco o nada hace, sobre todo en materia de formación de recursos humanos y de inversión tecnológica de base.
La Cadena de Frío, la propia Aupsa y un sinnúmero de iniciativas aisladas no logran redireccionar lo que pueda ser el agro panameño, cuyo destino no será el de elevar sustancialmente la producción de nuestros rubros tradicionales – solo algunos muy contados, esenciales o selectos, como arroz y cafés especiales, por dar dos ejemplos conspicuos-, sino el de constituirse en el eje transformación de productos que agreguen valor a nivel regional y suplan de alimentos a buen precio a la megaurbe que concentra ya el 80% de nuestra población y el 85% de la actividad económica nacional.
El pequeño productor será cada vez más un suplidor de las cadenas agroalimentarias existentes –internas y externas- o un innovador en esos pocos rubros de exportación a los que el soporte de inteligencia comercial y logística alumbre.
Es obvio que muchos elementos son propios de la política agropecuaria, pero los verdaderos retos están en macrodecisiones que nos rehusamos como sociedad a estudiar, valorar y poner en ejecución.
La transformación productiva no puede decidirse por empresarios aislados ni por la mano invisible del mercado.
Eso solo profundizará el sufrimiento, la frustración y la rabia.
Urge planificar y tomar decisiones sobre bases científicas o al menos informadas.
Puestos en clave martiana, recordemos que: "Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles y otra para quien no les dice a tiempo la verdad".
Otros han empezado a tomar las decisiones por nosotros y, lo que es más grave, sin nosotros.
No tenemos la capacidad nacional de negociar un buen TLC con China y los 800 mil dólares de consultoría que pagaremos a los norteamericanos por asesorarnos son apenas una hoja de parra con la que cubrimos nuestras vergüenzas y pagar las consecuencias de dejar al garete una escuela de Economía decente en las universidades públicas, ni tener una de Agronegocios, de Diplomacia Económica o de Derecho Internacional a la altura de los requerimientos de nuestro tiempo.
Y así, con el agro y sus centros de producción de capacidades humanas, los institutos agropecuarios y la desintegración de la planificación derivando competencias en al menos seis instituciones distintas –Mida, IMA, BDA, INA, Idiap, Aupsa- parceladas, inconexas y administradas no siempre con competencia.
Algo similar ocurre con los centros técnicos con nula o precaria coordinación con el grueso del Meduca, el Inadeh y las universidades públicas.
Allí están las líneas que deberemos afrontar montándonos en hombros de gigantes, imitando buenas prácticas y metiendo el acelerador en inversión en educación de alto nivel para contingentes considerables y no a cuentagotas mandando a universidades de élite a decenas de panameños cuando necesitamos miles y decenas de miles.
Y esto es lo realmente esencial: una educación que permita romper con prácticas seculares incapaces de darnos el nivel de competitividad que precisa un mercado feroz que no espera y un ciudadano diferente que ejerza críticamente su poder ciudadano.
Lo que tenemos de aldea ha de terminar.
Elijamos cuerdamente.
Los locos ya no pueden ser más.
Ni los que robaron antaño ni los que coluden esperando un milagro de Roma.
Si no reaccionamos rápidamente, se acrecentarán nuestras calamidades y penurias, y el día menos pensado nos habremos quedado sin país.
Economista y docente universitario.