Corrupción
Morralla de democracias embrionarias
¿Se podrá acabar con la corrupción en los estratos de los gobiernos? Sinceramente, convencido estoy de que no. Pero ello no indica que debemos colgar brazos y
- Silvio Guerra Morales (Abogado)
- - Publicado: 25/7/2014 - 12:00 am
¿Se podrá acabar con la corrupción en los estratos de los gobiernos? Sinceramente, convencido estoy de que no. Pero ello no indica que debemos colgar brazos y cesar esfuerzos por combatirla. La mala hierba solo crece y avanza allí en donde no existe el químico que la fustigue, aunque después retoñe. Pues si retoña, habrá que volverla a fumigar.
Si abandonamos nuestros esfuerzos por combatir el tráfico de influencias, la coima, la añagaza y la artería, entonces lo que estamos haciendo es dejar paso abierto a la chicana y a la corrupción. Y cuidado que, al final de cuentas, sean los corruptos de siempre quienes salgan a tildar o a calificar a los hombres buenos y honestos de la patria como personas corruptas. Esto sería lo último.
EL VALOR DEL HOMBRE HONESTO, LEJOS DE SU APRECIACIÓN EN DÓLARES, RADICA EN LA FUERZA DE SUS PRINCIPIOS DE VIDA, DE SUS REGLAS Y CONVICCIONES DE FE.
Damos gracias a Dios por quienes menoscaban la dignidad y buen nombre de quienes no hacemos otra cosa que conducirnos por caminos de rectitud y de honestidad. Orad por vuestros enemigos, los ocultos y los manifiestos, aconseja el sabio Salomón en el Libro de Eclesiastés. Cuando se levantan infundios, injurias y una ola de calumnias en contra del buen nombre de personas dignas y verticales, ¿qué se debe hacer? Más aún, cuando quienes las profieren se ocultan en el anonimato, de modo cobarde y pueril, ¿cuál debe ser la normal reacción?
Mi mejor consejo es que los testimonios de los hombres buenos hablan, altisonantes, y siempre son sus mejores defensores. Si no, queda el mejor recurso, poner a Dios por “mejor testigo”. Lo demás es puro tema de conciencia y de convicciones. Saber y conocer quién se es y cuánto vale el espíritu de un hombre sano y bueno.
Por otra parte, siempre se debe confrontar al ser humano con los supuestos hechos que se le atribuyen. ¿Es posible que esa persona, conforme a su testimonio de vida, pueda actuar de tal o cual manera? Res non verba, rezaba el viejo adagio latino, esto es, “hechos no palabras”. Por otra parte, la Biblia dice: “Por sus hechos los conoceréis”.
Y es que no puede ser de otra manera. Solamente el árbol bueno puede dar buenos frutos cuando es de buena semilla. Árbol que no da buenos frutos, simple y sencillamente, se tala, se corta y a cuando mucho habrá de servir para leños que se atizan en el fogón.
No puede ser cierto que quien ataca la corrupción, vehementemente, pueda ser corrupto; que quien, desde su profesión, vive agotando sus recursos legales y acciones de ley sea o pueda ser acusado de traficar influencias; que quien merced a las defensas que ha desenvuelto en toda su vida en la sociedad panameña con resultados óptimos termine siendo calificado, de modo injusto y perverso, desde el anonimato, de que trafica influencias. Y que, por otra parte, traten de poner en su boca, quien cobardemente se escuda en el anonimato, que tal o cual persona se jacta de decir que jueces y fiscales están a su servicio por paga, precio o recompensa.
No hay mentira que germine allí, en el reino del buen testimonio. No hay cizaña que pueda destruir la buena honra de un buen hombre. El valor del hombre honesto, lejos de su apreciación en dólares, radica en la fuerza de sus principios de vida, de sus reglas y convicciones de fe. Por ello habrá de tenerse claro que el hombre honesto camina por senderos, siempre, de rectitud.
No debe, en consecuencia, el hombre de convicciones, amilanarse, amorrinarse, cuando cae víctima de la lengua mentirosa, confabuladora, cizañera. Los testimonios del hombre correcto siempre serán su mejor defensa. Son un escudo férreo de su frente y de su espalda. Son un yelmo fuerte contra las lanzas del mal y del enemigo. La espada del hombre de principios y de convicciones será siempre, una sola, la verdad.
No puede siquiera la mentira, la calumnia ni la injuria sostenerse, jamás, ante la mirada de la verdad que ve a través de los hombres que saben defenderla.
Como decía Eusebio A. Morales: “Yo soy enemigo de dar explicaciones de mi conducta. A mí me causan tristeza los hombres que a cada momento le están dando explicaciones al público sobre lo que hacen o no hacen con el fin de responder a cargos pueriles o graves, manifiestamente injustos y apasionados”. Yo ni explico ni me defiendo. Hay dentro de mí un testigo superior que sabe lo que hago, lo que soy y lo que merezco y mientras ese testigo esté satisfecho, la voz de los calumniadores, la baba de los envidiosos, la ira de los necios y los estúpidos, en nada alteran la serenidad de mi espíritu. Yo me considero muy por encima de toda esa morralla asquerosa que surge en las democracias embrionarias y que trata de hacerse sentir mordiendo furiosamente a todo ser humano que tiene algún mérito, y aun en la humildad de mi vida, tengo para todas esas gentes la única respuesta de mi desprecio y mi silencio”.
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