Pascua de Resurrección
- Marlene González
- - Publicado: 31/3/2002 - 12:00 am
Ojalá y mantenga siempre vivo el recuerdo de las muchas veces que pasé Cuaresma en Soná de Veraguas. En aquella época clanes del golfo entero navegaban el majestuoso río sólo para llegar a puerto y así practicar el culto.
El pueblo y su dársena se convertían en hervideros de gente y fe hasta que concluyera el rito. Luego quedaba sólo la evocación de sermones, misas y procesiones pasadas. Entonces se desvanecían los buhoneros sempiternos mientras partían los peregrinos antes de caer la noche. El aroma de jazmín retomaba la atmósfera fluvial - emponzoñada temporalmente por el olor de mangle, pescado seco y aguardiente - mientras hordas de cocuyos prendían sus focos encantados para guiar a los marinos durante el largo viaje al mar.
Hoy culmina - otra vez - tanto mi remembranza onírica como esa conmemoración cristiana que se inició el Miércoles de Ceniza, y cuyo momento principal se da durante la Semana Santa. Si bien es cierto que durante este período se celebra el afianzamiento de la alianza perdida entre Dios y los hombres, es otro aspecto - ese inmenso sentido benefactor expresado por Jesús en sus extraordinarias parábolas - el que realmente me estremece por encerrar su contenido una riqueza espiritual orientada a promover las más nobles actitudes entre los hombres y mujeres del planeta.
Es difícil negar - por decir lo menos - que esas enseñanzas sobre una forma más equitativa de ver el mundo lo han convertido en punto de necesaria alusión dentro de la historia universal. Es por eso que recomiendo un examen de conciencia a cabalidad -revisión exhaustiva de nuestro proyecto personal y bajo la tutela única de los consejos que emanen de nuestra propia alma- pues este acto resultaría más atinado, honesto y fructífero como ejercicio sano para evocar la ocasión.
El momento es propicio para efectuar lo antes dicho, precisamente, por que la República de Panamá se encuentra sumida en una vorágine creciente de malestares producto del egoísmo, falta de respeto y carencia de moral que se ha entronizado en muchos sectores de nuestra sociedad.
Asuntos muy serios han incidido, directamente y de forma preocupante, dentro de la cada vez más deteriorada salud ética nacional. Ojalá no se obnubilen por necedades y apliquen tecnicismos, argucias y toda clase de malabarismos a los que usualmente recurren para capear situaciones como las que hoy afectan al país entero, y salvaguarden el beneficio al que tenemos derecho todos los que aquí habitamos.
La justicia - en el sentido amplio de la palabra - es la esencia misma de todas las enseñanzas que regalara al mundo aquel humilde varón de Nazaret. Mientras ella siga ausente del patrón de conducta que a diario practicamos, permanecerá distante la opción de llegar a ser mejores por voluntad propia.
Entendamos, de una vez por todas, que no se hace buen pan con mala masa. O corregimos el equivocado andar que nos hemos impuesto como fórmula para manejar los asuntos propios y ajenos, o seguimos alimentando el proceso de decadencia que aqueja a la Nación panameña.
Por tal motivo insisto en que de lograrse esa revisión del alma con el desprendimiento y la seriedad que la situación amerita - además de emular en algo aquellas sublimes posturas que nos legara Jesús durante su corta vida - seguro estoy que conducirá a mejores puertos todo nuestro íntimo proceder, especialmente si lo comparamos con los provechos que pudiesen emanar de esos eventos que hasta hoy hemos estado practicando como acto obligado para conmemorar la fecha.
([email protected])
El pueblo y su dársena se convertían en hervideros de gente y fe hasta que concluyera el rito. Luego quedaba sólo la evocación de sermones, misas y procesiones pasadas. Entonces se desvanecían los buhoneros sempiternos mientras partían los peregrinos antes de caer la noche. El aroma de jazmín retomaba la atmósfera fluvial - emponzoñada temporalmente por el olor de mangle, pescado seco y aguardiente - mientras hordas de cocuyos prendían sus focos encantados para guiar a los marinos durante el largo viaje al mar.
Hoy culmina - otra vez - tanto mi remembranza onírica como esa conmemoración cristiana que se inició el Miércoles de Ceniza, y cuyo momento principal se da durante la Semana Santa. Si bien es cierto que durante este período se celebra el afianzamiento de la alianza perdida entre Dios y los hombres, es otro aspecto - ese inmenso sentido benefactor expresado por Jesús en sus extraordinarias parábolas - el que realmente me estremece por encerrar su contenido una riqueza espiritual orientada a promover las más nobles actitudes entre los hombres y mujeres del planeta.
Es difícil negar - por decir lo menos - que esas enseñanzas sobre una forma más equitativa de ver el mundo lo han convertido en punto de necesaria alusión dentro de la historia universal. Es por eso que recomiendo un examen de conciencia a cabalidad -revisión exhaustiva de nuestro proyecto personal y bajo la tutela única de los consejos que emanen de nuestra propia alma- pues este acto resultaría más atinado, honesto y fructífero como ejercicio sano para evocar la ocasión.
El momento es propicio para efectuar lo antes dicho, precisamente, por que la República de Panamá se encuentra sumida en una vorágine creciente de malestares producto del egoísmo, falta de respeto y carencia de moral que se ha entronizado en muchos sectores de nuestra sociedad.
Asuntos muy serios han incidido, directamente y de forma preocupante, dentro de la cada vez más deteriorada salud ética nacional. Ojalá no se obnubilen por necedades y apliquen tecnicismos, argucias y toda clase de malabarismos a los que usualmente recurren para capear situaciones como las que hoy afectan al país entero, y salvaguarden el beneficio al que tenemos derecho todos los que aquí habitamos.
La justicia - en el sentido amplio de la palabra - es la esencia misma de todas las enseñanzas que regalara al mundo aquel humilde varón de Nazaret. Mientras ella siga ausente del patrón de conducta que a diario practicamos, permanecerá distante la opción de llegar a ser mejores por voluntad propia.
Entendamos, de una vez por todas, que no se hace buen pan con mala masa. O corregimos el equivocado andar que nos hemos impuesto como fórmula para manejar los asuntos propios y ajenos, o seguimos alimentando el proceso de decadencia que aqueja a la Nación panameña.
Por tal motivo insisto en que de lograrse esa revisión del alma con el desprendimiento y la seriedad que la situación amerita - además de emular en algo aquellas sublimes posturas que nos legara Jesús durante su corta vida - seguro estoy que conducirá a mejores puertos todo nuestro íntimo proceder, especialmente si lo comparamos con los provechos que pudiesen emanar de esos eventos que hasta hoy hemos estado practicando como acto obligado para conmemorar la fecha.
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