De por qué los adolescentes deben limpiar su cuarto

A brí el periódico como todas las mañanas y encontré las noticias de siempre: caos, violencia, etc. Sin embargo, dos de ellas llamaron mi atención. Una informaba que un iceberg del tamaño de la Isla de Manhattan se había desprendido del Polo Norte y la otra que una plaga había exterminado la población de pinos canadienses para la exportación.

Días atrás también había leído sobre la quiebra de importantes empresas de juguetes y aparatos electrónicos. Era ya principios de octubre y me pregunté si aquello se trataba de las repercusiones de lo que sucedió en mi casa el año pasado en Navidad.

-Estela y Aurora, ¡¡¡¡LIMPIEN SU CUARTO!!!! ¡Les van a salir culebras de ese lugar! Este era el clásico principio de cada domingo. Y el clásico fin de cada domingo era ver que el caos persistía en ese sitio sagrado, vedado para los adultos por el código de la familia y punto de reunión de lo que a mi parecer eran decenas de chicos y chicas que entraban y salían de mi casa. No era para menos. Mis hijas gozaban de todos los privilegios de la vida moderna en su cuarto compartido: televisión, computadoras, juegos de video, equipo de música. En general son buenas chicas con la única excepción del orden y la limpieza. Ya yo no limpiaba su cuarto ya que consideraba que eran lo suficientemente grandes como para hacerlo ellas mismas.

En fin, la situación empeoraba y yo no cedía. No limpiaría su cuarto. Ellas tampoco cedían. No limpiaban su cuarto. Un día me pareció escuchar ruidos de pajaritos cuando pasé por ahí pero me imaginé que era algo de música moderna y francamente me pareció muy tierno. Otro día la puerta estaba semiabierta y creí ver una piel rugosa y verde que se movía pero cuando me devolví para mirar bien, solo vi el normal desorden. Sí me di cuenta de que tenían unas plantas muy bonitas y exóticas y me acerqué un poco para cerciorarme de que no eran de marihuana. En fin, pensé, debe de tratarse de algún experimento de la escuela.

Las plantas y el desorden crecían. Consulté con una psicóloga familiar y ella me recomendó que las dejara tranquila en su mundo. Ya ni siquiera me asomaba a ver aquello y me asombraba el hecho de que fueran unas adolescentes normales viviendo en lo que solo podía ser descrito como una jungla. Un día los dos gatos de la casa entraron al cuarto y salieron de allí despedidos como balas por alguna fuerza misteriosa. Me asomé y vi las plantas que alcanzaban proporciones prehistóricas con unas enormes flores que parecían capullos con labios. Al acercarme, uno de los zarzillos de las plantas se enredó en mi mano y mientras yo gritaba histérica, la planta me acercaba a su flor más grande. En ese momento mis hijas llegaban de la escuela y corrieron a su cuarto al escuchar mis chillidos. Al llegar, regañaron a la planta: -Suéltala ya Filomena!!

¿Estás bien, mamá? Yo sin salir del ataque de nervios que me dejó la agresión de la planta les grité: -¿Qué es lo que tienen en este cuarto? ¿Qué es lo que están haciendo aquí? Locas, están locas de remate!!!! Y me fui corriendo a llamar a la policía. Y a los bomberos. Y al SINAPROC. Y a quien quisiera escucharme. Dios mío, yo cultivando plantas carnívoras en mi propia casa y sin darme cuenta.

-Mamá, cálmate y déjame explicarte, dijo Estela, la mayor.

-¿Cómo consiguieron esas plantas diabólicas? Le interrumpí. ¿Qué les pasa, no piensan? ¿Por qué no me habían dicho nada? ¡Pudieron matarme!

-Cálmate, mamá, dijo Aurora y me trajo un vaso con agua. Bebí y traté de relajarme. -----Muy bien, tienen 5 minutos para hablar antes de que llame a los bomberos para que limpien ese infierno.

Las dos cómplices se miraron y Estela comenzó a contarme lo que pasó. -Mamá, en enero, cuando quitamos los adornos de navidad encontramos unas semillitas mientras barríamos el cuarto. Eran tan bonitas que las sembramos en unas macetas viejas con tierra que encontramos en el depósito. Por eso no limpiábamos porque cuando lo hacíamos las plantitas se ponían feas y pensamos que les gustaban el polvo y las telarañas. En fin, fueron creciendo y ahora, casi un año después están así de grandes. Descubrimos que son muy inteligentes y entienden cualquier idioma. Dedujimos que son telépatas pero solo perciben conceptos mentales muy simples. Son muy buenas guardianas y perciben cuando una persona entra en el cuarto sin permiso. Cuando florecieron buscamos en Internet qué clase de plantas eran y descubrimos que solo crecen en el Amazonas y se alimentan de cualquier animal excepto de felinos, hacia los cuales muestran una gran aversión. (De seguro por eso los gatos salieron volando del cuarto. Las plantas se lo metieron a la "boca" y los escupieron).

-Cómo llegaron las semillas a nuestro cuarto, lo ignoro. Lo cierto es que están ahí y las queremos mamá. Por favor, no las mates. Ya ellas te conocen y no te harán nada. Mira, las hemos estado alimentando con carne molida y ni te has dado cuenta.

Tener plantas carnívoras hambrientas de semejante tamaño en casa no me sonaba muy atractivo pero con la ola de delincuencia en el país pensé que podían ser buenas guardias de seguridad. Accedí, con la condición de que hablaran con su padre.

Cuando Ramón llegó a la casa ese día, las niñas hablaron con él y, aunque al principio se asustó un poco, accedió a tenerlas con la condición de que finalmente limpiaran su cuarto. A propósito, la piel verde que había visto meses atrás resultó ser un lagarto, Úrsulo, el cual llegó en una a la habitación con las macetas que las chicas trajeron para sembrar las plantas y decidieron quedarse con él también. Le habían hecho una perforación en la lengua y lucía un hermoso arete de metal. Vivía en mi tina de plástico, la cual había dado por perdida. Con él no fui tan tolerante. Lo mandé al Parque Metropolitano y entiendo que allí vive muy feliz después de que le quitaron el arete de la lengua.

Pusimos las plantas en la sala y parecieron contentas allí. Ya las consideraba como las otras mascotas, aparte de los gatos. Filomena y Catalina. Peculiares nombres para unas plantas.

-Niñas, ya le escribieron sus cartitas a Santa? Pregunté a principios de diciembre.

-Por favor, mamá, supéralo. Ya sabemos que Santa Claus no existe.

Como todos los años, juré y perjuré que yo nunca había puesto ciertos regalos debajo del árbol. Y como todos los años, se organizaron debates en pro y contra de la existencia de dicho ser. Y como todos los años, nunca llegábamos a ninguna conclusión concreta.

El 25 de diciembre me levanté como a las diez de la mañana. Fui a la cocina a prepararme el café y luego me dirigí a la sala a poner música. Lo que encontré me heló la sangre.

Tiradas sobre el piso, un par de botas negras. Filomena estaba marchita, asfixiada en el enredo de una cabellera blanca que salía de su boca- flor. Catalina estaba destrozada, atorada con los restos de una cornamenta de reno. Un saco lleno de regalos estaba tirado y su contenido, desparramado por toda la estancia. No pude evitar una expresión desde el fondo de mi alma: ¡¡Áyala vida!!! ¡Se fue la Navidad por un tubo¡

Enterramos los restos de la Navidad y de mis guardianas en el patio trasero. Muy profundo. Nos miramos y no volvimos a hablar de eso. Pasamos un año esperando para ver qué pasaría ahora. Nadie pareció extrañarse de que no había nada de foquitos adornos o arbolitos a la venta. Diciembre vino y se fue sin bulla. El Polo Norte sigue desapareciendo poco a poco. Ya no hay fiebre de compras ni competencias para ver quién tiene más chécheres antes y después de Navidad. Ahora solo tenemos las cosas que necesitamos.

Lo único bueno de todo esto es que ya no hay debate acerca de si existe o no Santa. Bueno, al menos puedo decir con seguridad que sí existió.

Epílogo.
Cuando estaban limpiando los restos del crimen, la autora y su familia encontraron pegados al saco de regalos algunas de las semillas misteriosas de las plantas carnívoras. Se concluyó que antes de llegar a Panamá, la víctima se había detenido en el Amazonas y fue portador involuntario de aquello que eventualmente le causó la muerte.