Desde Madrid
Diciembre sin brillo
Descender la loma del olvido después de 24 años parece imposible si, como ella, uno se asomó a las fosas comunes a identificar el cuerpo aquel que amó tanto y que tanta falta le hacía en su cama...
Para Bianka Anayansi Burton Ureña, in memoriam.
Para ella, diciembre había perdido para siempre su brillo, se le extravió en el dolor la frescura de estas fechas, el entusiasmo de la Avenida Central de antes, con su trajín de compras de regalos, baratillos y promesas de felicidad para el año por venir. La recuerdo marchitarse de tristeza poco a poco, intentando explicarse una Invasión innecesaria y absurda. La vi contener las lágrimas, la vi mirar a sus dos hijos sin saber qué razones darles, sin poder decirles por qué su papá ya no volvería. ¿Cómo se les razona a los niños la muerte de su padre? ¿Qué se inventa uno? ¿Cómo se les engaña, cómo se les consuela?
Diciembre le dejó sin su compañero de paseos por el malecón, de caminos de la mano por el Casco Viejo, por el Chorrillo de siempre con sus peligros de maleantes y ladrones pero lleno de cariño y de talento. La muerte le vino a su amor desde el cielo, a traición y sin juicio previo, por mucho que llamaran a aquello “Causa Justa”.
No había visto tan de cerca el dolor, ni un rostro agostarse de pena, no he vuelto a ver de cerca a nadie tan mortalmente triste, al borde del grito y de la locura. No supe cómo evitar su mirada implorante de respuestas y de consuelo y se me quedó grabada, a mis diecinueve años, como un tatuaje, en la retina del corazón.
Descender la loma del olvido después de 24 años parece imposible si, como ella, uno se asomó a las fosas comunes, como tantos panameños, a identificar el cuerpo aquel que amó tanto y que tanta falta le hacía en su cama, en la silla de los domingo a la mesa con los hijos, en el sofá acurrucado junto al suyo viendo televisión sin ver.
Unas cosas me las imagino, otras las intuyo y otras me constan de ella, de aquella mujer para la que diciembre perdió su brillo para siempre, de ella, que hace poco se fue de este mundo. Siguió triste, y como ella otros muchos hombres y mujeres, panameños, que, tuvieran o no que ver con las Fuerzas de Defensa, perdieron, por la sin razón de unos hombres sin escrúpulos a ambos lados del conflicto, a algún ser querido.
Nosotros lloramos a los nuestros. El gobierno de los Estados Unidos cargó contra Panamá, nos traicionó la amistad de tanto tiempo e hizo llover sobre nosotros un infierno aquel 20 de diciembre de 1989 que cambió para siempre la vida de todos y de ella, esa mujer que se quedó viuda tan joven y que yo tanto recuerdo como símbolo de un sufrimiento terrible.
Espero que, los que gobiernan ahora, no pretendan relegar al olvido, como está pasándole al 9 de enero de 1964, esta fecha tan importante de nuestra historia. Vimos aquella noche de lo que es capaz el cercano, el “amigo” y hasta la connivencia de los nuestros con ellos. Nada vincula más a la Humanidad que la muerte, nos empareja a todos, nos hace del mismo tamaño. La muerte que corrió por nuestras calles nunca debió dejarse suelta. Pero resistió la vida, resistió el pueblo y no queremos que nos roben la memoria. Por eso, el estudio de la Historia de nuestras relaciones con los Estados Unidos de América, es tan importante. No olvidar, aprender de los golpes, es garantizarnos un mínimo de luz para el mañana. Olvidar es oscurecernos las sendas y entregarnos en brazos de los maquiavélicos de siempre.
Yo me vine a Madrid sin saber que me caerían encima 23 años de ausencia. Preguntaba por ella, y me decían que, como siempre, odiaba sin remedio el mes de diciembre, sin brillo ya, a pesar de que el tiempo se empeñaba en pedirle lo contrario. Así les sigue ocurriendo a muchos panameños. Diciembre agrio de ausencias por cuenta ajena, por cuenta de la arbitrariedad de los poderosos y la connivencia de los propios, que nunca quisieron a este país. Diciembre deslucido, con la memoria clara y con el corazón herido.
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