Eyra Harbar: historia de ‘Paraíso quemado’
Si bien a veces parece ser tratada como a una sacerdotisa sin altar, la poesía siempre tendrá espacio como género, es clásica y es moderna. Gente que se ve en la necesidad de huir para alejarse del peligro o para encontrarse con una nueva realidad inspira buena parte de poemario.
Eyra Harbar: historia de ‘Paraíso quemado’
“Paraíso quemado” es un libro que, a juicio de su autora, Eyra Harbar, desgrana paisajes personales y habitaciones interiores. Seguramente esas características tuvieron mucho que ver con que este poemario fuera galardonado con el premio León A. Soto 2013.
Eyra Harbar (Bocas del Toro, 1972) es abogada de profesión, pero también escritora y, sobre todo, poeta a tiempo completo.
La convicción de que la poesía es sociedad y la sociedad misma es argumento poético, resume en gran manera su visión.
Sobre “Paraíso quemado”, además de Eyra Harbar, hay otras voces que hacen apuntes importantes sobre los quilates y valor de este poemario.
Giovanna Benedetti, quien comparte con Eyra el oficio de escribir poemas, señala en el prólogo del libro que: “No hay catástrofe más poética que la de un paraíso que se quema. Es el mito primordial, la epifanía del desarraigo con todas sus consecuencias: la ruptura, el exilio, la disociación, la nostalgia, la confusión recelosa mezclada con la esperanza, y la huida, siempre la huida de esa humanidad desamparada que traspasa las fronteras sobreviviendo al infierno, y que con magnífica factura metafórica, Eyra Harbar denomina “rostros sin espejo”.
El poemario fue presentado en la reciente Feria del Libro de Panamá en conjunto con el CD de poesía sonora “Opus sostenido: Alegoría musical para abrazos de una nariz sin olfato”, de BBP Bethancourt (Ariadna García Rodríguez).
Pero obviamente, la autora es quien más tiene que decir de su obra y, sobre todo, de su aparentemente inextinguible vínculo con la poesía.
¿Qué placer se deriva de escribir poesía?
Escribir poesía es la expresión del instante que dura la eternidad, la imagen perdurable en un mundo que procura destrucción; la danza de los estados del ser, la memoria que guarda un contenido vital profundo. Este ejercicio podría calificarse, más que de placentero, como cuestionador del entorno y como angustioso por la búsqueda sin fin.
¿Cuándo entró en su vida la poesía?
Durante mis primeros años universitarios, posteriormente a la invasión norteamericana de 1989, se reunía en el Teatro Universitario al Aire Libre (Tual) un grupo de jóvenes que habían sido marcados por los eventos políticos suscitados a finales de los años 80 e inicios de los 90. Este grupo de estudiantes respondía al llamado del profesor Héctor Collado para hacer “taller” de poesía. El espacio se convirtió también en un universo común de libros, versos, desolación compartida, alegría estrechada. De este grupo puedo nombrar a personas como Martín Testa Garibaldo, David Robinson, Alexander Sánchez, Lucy Chau, Adriana Sautú, Digna Valderrama, Deborah Wizel y otros que compartimos con el poeta Collado los primeros años de la década posinvasión. Diría entonces que esta fue la manera “formal” en la que entró en mi vida la poesía, si bien yo ya era, para ese entonces, una asidua lectora de literatura por cuenta propia.
¿Qué temas enfoca o aborda en sus poemas?
Paisajes personales y habitaciones interiores; la construcción de memoria -íntima y del espacio público- y el olvido; el desarraigo y la solidaridad; el deseo y su profundo abismo.
A su juicio ¿cuál es el papel de la poesía en la sociedad?
Poesía es sociedad y la sociedad misma es argumento poético.
Enumere cinco poetas que admira y por qué.
Respondo a la pregunta con tres periodos, un país -Panamá- y sus razones. Del periodo de las sufragistas y poco antes, admiro a las primeras escritoras que transgredieron las normas sociales con su trabajo poético y literario, un quehacer deparado para hombres. Amelia Denis, por cantar la primera denuncia política republicana a través de la poesía con “Al Cerro Ancón”.
De la generación 58, 64 y años 70-80: por vivir con esperanza de cambio social a través de la poesía y de la cultura. Moravia Ochoa, Bertalicia Peralta, Esther María Osses, Pedro Rivera, Giovanna Benedetti, Consuelo Tomás, Héctor Collado, Gloria Young, Diana Morán, Roberto Fernández Iglesias. Por la palabra bien labrada: Gloria Guardia, Justo Arroyo y José de Jesús Martínez.
Si le pidiera que mencionara 10 obras que no pueden faltar en una biblioteca, ¿por dónde comenzaría?
Me la pone difícil, pues hay más de diez. Va una propuesta de los que no faltan en la mía: “Celestina”, Fernando de Rojas; obras de William Shakespeare; “El proceso”, Franz Kafka; “Rayuela”, Julio Cortázar; “El amor en los tiempos del cólera”, Gabriel García Márquez; “Ficciones”, Jorge Luis Borges; obras de Olga Orozco; obras de José Martí y de Nicolás Guillén; “La isla mágica”, Rogelio Sinán y la obra de Consuelo Tomás.
Entre las artes literarias, ¿cómo siente que está valorada la poesía, reina o princesa?
Si bien a veces parece ser tratada como a una sacerdotisa sin altar, la poesía siempre tendrá espacio como género, es clásica y es moderna. En estos tiempos, eso sí, hay que renovar los medios de acceso a los jóvenes, el gusto/asombro/descubrimiento de la lectura y los libros, e insistir en la formación de docentes que cuenten con las habilidades para transmitir a los más jóvenes la riqueza literaria tanto nacional como internacional.
Además de escribir poesía ¿qué otras artes cultiva?
La música, si bien es algo muy íntimo porque lo relaciono con el entorno familiar porque mi padre fue músico, tocaba piano, guitarra y bajo en un grupo bocatoreño. En literatura empiezo a navegar por las profundas aguas del cuento, además de coquetear con géneros periodísticos y realizar artículos en materia de ciencias sociales.
¿Qué temas trata en “Paraíso quemado” y por qué el título?
“Paraíso quemado, hogar en llamas. En los pueblos borrados, sus fantasmas a nada pertenecen”, dice el poema “Cruce del libro”. Tal como lo indico en la sección titulada “Para quien espera el retorno”, como abogada para casos enmarcados en el derecho internacional del refugio, me tocó conocer las difíciles situaciones que atraviesan las personas que huyen para salvar su vida de los conflictos armados o por pertenecer a un grupo determinado. Las vicisitudes que padecen las personas que forzadamente deben salir de sus países de origen son tragedias inenarrables. Se relacionan con la pérdida y el desarraigo; se relacionan con la extrañeza y con el otro, con la diferencia y las incomprensibles palabras de la lengua ajena, pero también con la voluntad humana y el coraje para resignificar la vida luego de haber transitado por su momento de quiebre, de la hospitalidad para el peregrino y de su acogida en el nuevo país.
Aprovecho para agradecer a quienes hicieron posible este huir de mis versos quemados. En este sentido, “Paraíso quemado” es un libro que ha contado con el apoyo de varias personas para su producción y final publicación. La primera, Ariadna García Rodríguez (BBP Bethancourt), cuya refinada lectura y generoso apoyo hicieron posible la publicación, evitando el pronóstico de naufragio; a Arelis Harbar, mi madre, por proveerle una imagen al libro; a la escritora Giovanna Benedetti por el excelente prólogo que muy bien anticipa la lectura a la tierra rota divisada en el libro. Por último, “Paraíso quemado” guarda el deseo de rendir homenaje a las personas que conocí en la huida y para aquellos quienes construyen aún su vida en tierra extranjera, habitando el imaginario del retorno.
¿Cuántos poemarios ha escrito?
De los publicados, tres títulos: “Donde habita el escarabajo” (2002), “Espejos” (2003), “Paraíso quemado” (2014). De los engavetados, otros tres sin título fijo todavía; solo adelanto que hay uno que tiene que ver con jardines.
¿Qué poeta o poetisa de cualquier tiempo, país o cultura, quisiera conocer y por qué?
Me remito a los que ya no están, por aquello de retomar la voz de los ausentes y construir puentes con la memoria: A Basho (Japón), por la fuerza del instante. A García Márquez (Colombia), para compartir memorias de trenes, plantaciones de banano y casas de madera. A Esther María Osses (Panamá), por el compromiso político y la palabra.
Saliendo del ámbito estrictamente poético por un momento, a Felicia Santizo, músico-compositora de Portobelo, porque la música y la poesía son hermanas con lazos en común.