Harina de otro costal
- Ariel Barría Alvarado
¿Se ha encontrado usted con alguien que (ceño adusto, aire doctoral, voz grave) le advierte: “No diga vaso de agua; vaso con agua es lo correcto”? ¿Le ha tocado enfrentar la vergüenza de creer, porque le dijeron que “Temístocles pasó a mejor vida”, que el pobre Temi se murió, cuando lo que quisieron decirle fue que se divorció? ¿O haber pensado mal de quien confiesa que lleva meses “comiéndose un cable”?
Cualquiera de los casos anteriores cabe en el proceloso pero encantador océano de las frases hechas. ¿Qué sería de nuestra habla sin esos coloridos tajos que no respetan normas lógicas ni semánticas, pero que dan el toque alegre, desenfadado, a la comunicación coloquial y hasta a la culta? Ni los puristas se salvan de tener que sacar de la manga esas frases que dicen una cosa pero cuyo significado debe buscarse en otro costal.
Hay veces que, de veras, algún acontecimiento reviste tal importancia que nos motiva a “echar la casa por la ventana”, o nos vemos abrumados ante la situación de algún ser querido que está pasando “el Niágara en bicicleta” luego de mudarse “para donde el diablo perdió una chancleta” (o “para donde el viento da la vuelta”, si no queremos ser tan profanos). A veces, algo nos abruma tanto que podemos sentir que estamos “para el tigre”, o llegamos a opinar que alguien anda “más perdido que el hijo de Lindbergh”, aunque, estando en uno de esos programas que prometen millones por una respuesta correcta, arquearíamos las cejas si nos preguntaran quién fue el piloto que cruzó por primera vez el Atlántico al mando del “Espíritu de San Luis”.
Si bien se resiste a todo análisis, en la calle se entiende la frase “Nadie es de nadie”, construcción tipo agujero negro, por su densidad, por su poder de absorción y su capacidad de consumirse por sí misma (explico: “nadie” es un pronombre indefinido que significa “ninguna persona”; lo que nos lleva a una paradoja que no es tal cuando se emplea para enfatizar que algo es un bien común). Son frases válidas en una región específica, que acentúan los matices de la lengua pero dificultan su aprendizaje, como cuando llamamos a alguien “mete la pata”.
No solo se trata de la chispa popular detrás de estos dichos, hay también picardía, malicia… Ni crea, cuando lo escucha, que “estar lejos de la paila” solo alude a falta de alimentos, o que cuando un amigo es perseguido “por las culebras” debe echar mano del suero antiofídico, y ni se le ocurra orientarse con la confianza de que “todos los caminos llevan a Roma”. Tampoco crea que al “pedir la mano” de una dama se excluye el resto del cuerpo, o que “ahogarse en un vaso de agua” significa eso, y muchos menos que “agarrar al toro por los cuernos” describe una pugna política.
Hace poco, en una serie detectivesca en televisión, se producía un interesante yerro cuando un personaje entendió mal el hecho de que “el agente Bradford fue víctima de una mordida por dos policías en México”. Algo similar podría ocurrirle al que nos escuchara diciendo: “Me encontré con Dídimo y enseguida me dio un sablazo”, o “Dagoberto pierde la cabeza por cualquier escoba con faldas”.
Hay más tela por cortar, pero antes de hacer mutis por el foro, le advierto que no pare bolas ante lo del “vaso de agua”, porque esta expresión es correcta (entre los usos de la preposición “de” está el de indicar lo contenido en algo).
Que la palabra te acompañe.
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