Maga:la persistencia que anuncia la palabra
- Manuel Orestes Nieto
Vista de cerca, Maga es una vitrina de joyas literarias; vista de lejos, es un inmenso y admirable panorama de más de un cuarto de siglo de nuestra literatura y de saber de literatos cercanos, novedades, propuestas y logros.
Umbral.El enorme poeta mexicano Efraín Huerta, a propósito de mis afanes de editor bisoño, por el ya lejano año de 1971, escribió en su columna semanal que los jóvenes escritores, generalmente, cumplen con una inclinación o tentación casi natural de hacer su “periodiquito”, al inicio de sus vidas literarias. Lo comentó porque le di el primer número de una revista llamada “Prisma”, que valoró no como una inocente intención sino como una inesperada sorpresa en una visita a Panamá y que fue posible por milagrosas convergencias y malabarismos artesanales; “Prisma” sobrevivió dos números y nació y murió durante mis días de estudiante en la USMA.
También en los setenta, con Pedro Rivera acordamos que la entonces Unión de Escritores de Panamá publicase cada domingo en El Panamá Américauna página literaria que se llamó “Trastienda”, a cargo de Ricardo Turner y yo; esta vez, la sostuvimos por varios años y, obviamente, felices por las gracias que nos daban en el periódico por nuestro trabajo voluntario. Eran los tiempos de la “armada” a mano y había que trasladarse cada jueves a dejar los materiales y cada domingo a revisar los textos de una cosa llamada “compouser” o algo así y, literalmente, armarse de paciencia para lograr ver la matriz de un número más cada semana.
Al vecino diario “Crítica” llegó, entonces, un fogoso y jovencísimo director, Rubén Darío Murgas, muy sensible al arte y la literatura; con entera libertad y su absoluta confianza en nuestro criterio, hicimos otra página literaria: “Crítica/Arte”, también coeditada con Dicky Turner y que nos dio satisfacciones enormes porque algunos lectores nos hacían llegar notitas muy curiosas, hijas de la sabiduría popular, de barrios impensables para los supuestos intelectuales que nos imaginamos ser.
En ese tiempo, con Federico, mi hermano mayor, autoeditamos mi primer poemario y anduve en las imprentas, como pez en el agua, adquiriendo la costumbre de ir a los centros de impresión como si fuesen la casa que te parece propia pero no es tuya; ver progresar pliego a pliego un libro era un acto de hipnotismo. Es que cuando se imprime la creación literaria existe un peligro: la adicción a editar cada vez que puedas. Es el paso del tiempo quien te convence de que no puede publicarse todo y cuanto uno quisiera.
En DEXA, fui también editor, empujando en la imprenta universitaria para no demorar los cuadernos premiados; en el INAC, al ser creada la institución, quizás muchos jóvenes no sepan que fui el primer director de publicaciones; a riesgo limpio, Jaime Ingram y Justo Arroyo confiaron en mi empirismo la tarea y aún me conmueve ver aquellos títulos publicados bajo mi responsabilidad. Allí hicimos, dicho sea de paso, un tabloide en regla, no un periodiquito de juventud, llamado “Extensión.”
Y así, edité y edité los años siguientes; en un giro inesperado José Carr se presentó con la iniciativa de hacer otra página en un diario nuevo, “El Universal”, donde tenía las posibilidades; fue en mi casa donde encontramos el nombre “Tragaluz”, para la que fue una página semanal y rápidamente creció a suplemento literario y con color, que me parece aportó muchos enfoques y hospedó con dignidad a muchos escritores, rindió homenaje a otros y desató debates. José desplegó su voluntad de hierro al llevar todo el peso de la edición semanal, en 18 y 24 páginas, con la contribución de muchos, con Marilina Vergara en planta; Pedro Rivera y yo, confesos y tercos, a media distancia y escribiendo de cuando en vez, estábamos en el Consejo Editorial.
Y así, Virbio Corporation, ya una empresa, tuvo su galería “La Rama Dorada”, dirigida por Helena Carrasco, mi esposa, y derivó de ella en forma natural el sello “La Rama Dorada -Ediciones Literarias-”, para libros de creación, con el concurso imprescindible de Pablo Menacho, diseñador y escritor; nos autopublicamos e invitamos a algunos escritores como César Young Núñez a republicarse y a jóvenes escritores como Genaro Villalaz a tener su primer poemario. Trasgrediendo los linderos de la literatura, realizamos libros de arte de pintores entrañables, como es el caso de Eduardo Abela, heredero de una estirpe sublime de maestros plásticos de Cuba y aún ando en eso con otros pintores.
Recientemente, le contaba a Enrique Jaramillo Levi, que en el actual y polifacético escenario de esfuerzos editoriales, con el abanico optimista y que ya rinde frutos por la promoción de la lectura y, en consecuencia, de los autores, me atrapa la idea de volver a pecar mortalmente y generar otra iniciativa editorial, quizás más planificada, sustentable y realista; hasta su nombre, sin haber nacido es ya madre de la iniciativa: COMUNICA. Una editorial y, con ello, se dice todo. ¿Cuál puede ser el obstáculo no salvable para emprender esta jornada nuevamente? Ya estamos a mucha distancia de los recursos de los setenta, en esta era apabullante por lo digital y su vértigo. Pero que conste: la literatura sabe cabalgar aún entre los rayos, la estela de la invisible luz y la cibernética y su redonda virtualidad, capaz de suplantar la realidad si así se lo propone. Y ese sendero es ya imparable, inevitable y hay que entenderlo para asumirlo y, de ser posible, guiar algunos truenos en su veloz nave y sus cóncavos sonidos.
Maga que haces magia.El umbral precedente no es casual, es una forma de recordar y transmitirles, especialmente a los jóvenes autores, que uno no sólo escribe para sí y que por ese sólo ejercicio el mundo te aplaudirá; en nuestros países, en nuestro subdesarrollo y en la incomprensión institucional de sus roles de fomento a la cultura e incentivar mecanismos para propiciar la creación literaria, ejercer la vocación y el oficio de escribir ha sido y es, y espero que deje de ser, un complejo, penoso y hasta ingrato camino, que sólo la persistencia vence.
El alumbramiento de un libro publicado, una revista literaria, una hoja de letras, un blog, un poema hecho canción, nos reconforta y produce satisfacciones que no están, precisamente, en el mall frente a la bahía.
Porque me siento colega en sentido no sólo literario sino también editorial de Enrique Jaramillo Levi, valoro el alcance y las miles de peripecias que ha pasado en esta especie rara de oficio y de haber podido superar las tentaciones de dejarse vencer.
Pero, en este caso, Maganació adulta, en una especial coyuntura del año 1984, en marzo exactamente, el mes del fallecimiento de Julio Cortazar.
Acertando en el acertijo y la perplejidad, irrumpe con su nombre sugestivo, literariamente justo, convirtiéndose desde sus orígenes en toda una rúbrica de respeto, homenaje y reafirmación a tantos autores entrañables y expresando que la muerte no detiene el cauce del ser humano para comunicarse desde este o el otro lado; que somos capaces de desquiciar la aparente realidad, trastocar el paisaje y teñir la luz. Reconocimiento solemne a ese poder de la palabra que ejerció Cortazar, por el fantástico vuelo de su imaginación y originalidad que nos legó como un tesoro eterno que nunca se gastará: su obra literaria.
Magabrincó desde las páginas de Rayuela del espigado y congruente escritor argentino al istmo de Panamá, por encima de los Andes, en la decisión de emprender la aventura de dar corporeidad a una entidad cultural que estaba lejos de imaginar nadie cuan vasto sería su recorrido fértil y sus frutos.
En aquella década de los ochenta, su sólo surgimiento hizo palpitar nuestro cuerpo literario, porque sencillamente una revista literaria, sin preaviso, sin publicidad, abrió la puerta cerrada y dijo: aquí vengo para que nuevos textos puedan realizar nuevos viajes hasta los ojos de lectores atentos y la literatura panameña tenga un espacio dentro del sofoco y las convulsiones de aquella etapa de historia, desmemoria, polaridad y envilecimientos colectivos de la nación. Y también para rescatar y traer de vuelta textos capitales de nuestros maestros queridos, faros y claraboyas, y de los poetas, cuentistas y ensayistas de países cercanos, pero tan distantes, como Centroamérica.
Habrá siempre que agradecerles al doctor Ceferino Sánchez y a Vicente Garibaldi, entonces Rector de la Universidad de Panamá y abogado en la vanguardia del Derecho de Autor, respectivamente, su excepcional y lúcido apoyo al proyecto de hacer Maga. Todo lo demás ha sido como ha sido el país: superar sus cuatro etapas porque la revista tuvo sus crisis y era escaso, por no decir imposible, el soporte económico.
Entre etapa y etapa Magano muere sino que se va y nadie sabe dónde está, hasta que reaparece; sangrado cada número, sufrido y complacido en una dialéctica ejemplar, el escritor-editor que es Enrique vivió multiplicado en una especie de director, asistente, administrador y gestor de la Maga, que curiosamente no envejece sino que se refresca y rejuvenece.
Todos sus diseñadores (a quien sí me tocó ver fajado muchas veces y noches fue a Pablo Menacho) le dieron personalidad e identidad, procurando vínculos gráficos con el ser panameño. Y esto no es un comentario marginal, es esencial porque para leer es necesario un espacio adecuado donde se despliegue el texto, con armonía y sin apelotonamientos.
El resultado es que estos 26 años la sitúan, con los paréntesis de su silencio, en una de las revistas literarias emblemáticas de nuestra literatura.
No sólo porque cientos de autores han pasado por sus hojas esmeraldinas, sino también porque se resistió a hacer concesiones para facilitar su existencia, a incluir secciones irreverentes y ajenas a la literatura, que parece que por flotar en temáticas anticulturales sí aparecen los patrocinios.
Maga, contra viento y marea, siempre ha sido y es una revista estrictamente literaria, con notable rigor y, al mismo tiempo, flexibilidad para la promoción del joven escritor y abierta a todas las expresiones y estilos. Basta ver los índices con las colaboraciones que en ella han coexistido.
Pasado el tiempo, si todas se juntaran en un mismo lugar, estaría allí un registro validado de nuestras letras. Escritores y escritoras que quizás publicaron su primer cuento o su primer poema y luego trascendieron y son los que tocan ahora el tambor que anuncia generaciones de relevo y que de hecho ya ejercen como tales.
Este valor añadido, como se diría en términos de producción, no sólo no tiene precio, sino que se instaló como una las misiones y sentido de ser de la revista: estimular y hacer de vehículo de trasmisión de nuestra creatividad literaria. Misión lograda con creces hace mucho tiempo y que hoy reitera su vocación primigenia. Recuérdese que a las magas les gusta el vuelo libre y no concéntrico; no lo repiten, ofertan rutas inexploradas.
El editor y director de Magapuede ya decir que la jornada ha logrado rebasar décadas de tenacidad, de coger aire en el vacío, pero siempre seguir y seguir, de imprenta en imprenta, que como dije, es parte aún del sudario de este trabajo cultural.
Enrique ha previsto, en una especie de resplandor por su jubilación, que Magale sobreviva y que ahora ya no sea un disparador certero que a veces hacía silencios temporales en la batalla; la UTP la institucionaliza, con dos números anuales y ¡oh!, magia, ahora Enrique cobra por dirigirla hasta cuando pueda, deba o quiera, y pase la posta, como seguro lo hará.
Vista de cerca, Magaes una vitrina de joyas literarias; vista de lejos, es un inmenso y admirable panorama de más de un cuarto de siglo de nuestra literatura y de saber de literatos cercanos, novedades, propuestas y logros.
Una Maga que aún cuando hace encantamientos para verse escurridiza, se le ha visto andar acompañada en el tiempo, manteniendo su coquetería, encajes y polvos mágicos, de otras iniciativas literarias afines, gracias al espíritu emprendedor de Jaramillo Levi, con su afán de editor de libros y fundador de premios literarios, entre ellos, especialmente, el Rogelio Sinán, el Maestro con el corazón esmaltado en oro, el alfa y omega de nuestra literatura.
En suma, que si has llegado por estas páginas es porque has hojeado una revista literaria que puede rendir cuentas de su estela, como esos cometas únicos que asombran y marcan en los cielos su trayectoria con una luz multicolor.
Magay todas las otras revistas, páginas y suplementos literarios que en este país han salido como del agua, nos alegran la vida y, seguramente, han logrado, en alguna modesta pero crucial medida, que, con el coraje que da la persistencia, muchos panameños tengan la experiencia de esa inmersión oceánica que es la literatura, su lectura y sus confines.
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