Mi Primo.. Evaro (Evocaciones del Darién fluvial)(2)

A Evaristo se le comenzó a llamar - no con cierta crueldad propia de la gente de los pueblos darienitas - con los motes de: el Loco Evaristo o el Loco de Acuña. E, igualmente, algunas mujeres, dentro de ellas mi madre Simona, en forma un tanto indulgente, comenzaron a llamarlo Evaro. Mi madre era una mujer de carácter fuerte, nacida en la Isla Colón, provincia de Bocas del Toro, que llegó al Darién para vivir en él por una cuarentena de años. Se convirtió en la protectora de su sobrino Evaro. Éste se dirigía a ella como "my mother", ya que sabía que mi madre habló primero inglés que español. Se agitó - mi madre - como dirigente comunal que luchaba por los auténticos intereses del pueblo particularmente por aquellos que tenían que ver con los valores morales. Con tal fin las mujeres realeñas constituyeron una organización con el sugestivo nombre de "Madres Consagradas". Al pasar el tiempo los dos primeros motes de Evaristo fueron quedando atrás. Y cuando alguien se los recordaba, haciéndose el disgustado, los rechazaba y manifestaba enronqueciendo la voz: , ¡Señor Escudero, por favor!
Muchas mujeres al pedirle un favor comenzaban llamándolo Evaro. Como siempre ocurre, las mujeres con su amabilidad e inteligencia terminan por imponer sus posiciones. Lo de Evaro se convirtió, así, en una forma familiar, cariñosa y amistosa de llamarlo.
Era evidente la influencia que llegó a tener entre sus coetáneos. Esta influencia se debía sin duda a sus diabluras como la de cabalgar al revés, es decir, dándole la espalda a la cabeza del caballo y él viendo la cola del mismo y pasar frente a la escuela, los lunes en la mañana, cuando se cantaba el Himno Nacional y se izaba la Bandera. De esta forma se descontinuaba el canto y se desordenaban las filas de los estudiantes al no contenerse un alumno y exclamar: "¡Miren como viene montado el Loco Evaristo!" Esto lo planeaba cuidadosamente para vengarse de la, sin duda, muy prestigiosa directora de la escuela que lo había expulsado estando en cuarto grado. Mis padres nunca consideraron justa esta expulsión pese a la estrecha amistad que siempre los ligó a Obdulia Contreras. Lo cierto era que el fuerte de Evaristo no era su vinculación con los libros y el estudio. El prefería estar libre haciendo sus travesuras por la finca o monte que su tío Francisco había desarrollado respetando, ya en aquella época, el medio ambiente y que se ubicaba entre El Real y Pinogana, después del actual cementerio de aquella población. Era un pecado meterse con los bosques de galería y derribar las coronas de las lomas. Se trataba de una finca dedicada exclusivamente a las actividades agrícolas; que se convirtió en la primera en producir miel de caña de azúcar y raspadura, al estilo antioqueño, en el distrito de Pinogana. Los burros y caballos se utilizaban como bestias de carga. Los primeros traídos de Colombia y no me pregunten cómo. Mi padre no quiso nunca dedicarse a la ganadería vacuna pese a las invitaciones que le hizo su compadre Pablo Othón Valdelamar, próspero ganadero e histórico político de la provincia de Darién, de la cual fue diputado por cinco períodos de cuatro años. Finalmente, Evaristo, siendo ya adulto obtuvo su certificado de sexto grado, en la ciudad de Panamá, gracias al programa de educación de adultos de nuestro Ministerio de Educación.
No se como lo logró pero se convirtió en mi maestro extracurricular. Me convenció para que le escribiera una carta de amor a la nieta de un respetable comerciante chino, que entiendo, con los años devino monja. El advirtió que la panameña china me atraía, como a otros muchachos. El texto de dicha carta de amor no era más que una burda copia de un libro de bolsillo, que yo no se de donde lo obtuvo, y que servía como una guía grotesca para redactar estas cartas. Él, por su parte, no dejaba de agregarle al texto otros ingredientes como el que rezaba: "tengo el corazón como un cagadero de pollo y un subidero de iguana". Esta figura literaria no era de su creación pero si la repetía con frecuencia. Y yo, estudiante bien portado, copiaba lo que él mal leía y, además, inventaba. No tuve respuesta de esta carta dirigida a la panameña china pese a que él me aseguró que personalmente la había entregado. No he dejado de pensar que si la leyó quedó espantada de tanta prosa inelegante. Mi sorpresa vino cuando descubrí que él igualmente la pretendía.
Las enseñanzas de Evaristo no terminaban exhortándome a que preparará cartas de amor sino que incursionaba en el campo de la educación sexual, al revés, por supuesto. Me explicó que las aberturas de las vulvas de las indias chocoes no eran verticales sino horizontales y que esta parte del órgano genital femenino lo mantenían - las indias - siempre caliente. Era la época en que a ningún maestro de escuela primaria se le ocurría hablar sobre el tema sexual en su salón de clase. Lo que daba como resultado que surgieran los maestros en educación sexual tipo Evaristo. Ojala todo esto lo hayamos realmente superado en la actualidad. De aquellas damas que por alguna razón les llamaban la atención, me aseguró que dormían completamente desnudas. A sabiendas que no era lo usual en nuestros pueblos. Llegué a pensar que en algún momento se dedicó a fisgonear aprovechándose de las rendijas que dejaban las paredes y divisiones de caña blanca, de la cual estaban hechas la mayoría de las casas del pueblo. Nunca me aclaró este aspecto al igual que muchos otros.
En otra oportunidad llegó al patio de nuestra casa una comadre de mis padres dándole una rejera de padre y señor nuestro a su hijo y su propósito era informarles y reclamarles que Evaristo era el causante de que su hijo se bebiera un frasco de tinta morada, preparada de la semilla madura de la espinaca tropical. En ausencia de la tinta azul, que se compraba donde el chino, esta tinta morada, de fabricación casera, llenaba el cometido de escribir con plumilla. No eran muy populares, todavía, los bolígrafos. Lo cierto es que Evaristo y el hijo de la comadre de mis padres habían hecho una apuesta - que a ciencia cierta no se supo en que consistió - y el que perdía se tomaba el contenido del tintero. Evaristo fue el ganador y el perdedor no le quedó más remedio que tomarse el contenido del frasco y soportar, en este caso, la rejera de su madre, que llegó a nuestra casa furibunda. La puyaban y no echaba sangre. Esta situación colmo a mi padre que en estos casos procedía a los castigos extremos: arrodillarse sobre granos de maíz manteniendo los brazos en cruz y sobre ellos un canalete. Este castigo era de corta duración ya que mi madre era opuesta al mismo máxime, en este caso, que el gran pendejo había sido el otro.
Otros autores como Paula Kupfer fueron más específicos. Ella dividió sus impresiones en dos temas: niños y fragmentos de paredes escritas con graffiti; mientras que Celine Domengie, reflejó puertas rojas de metal y ventanales clausurados con bloques, un enfoque donde se pierde la línea divisoria entre realidad y fantasía y Dominique Ratton puso a una niña a poblar el cielo con papalotes.
También la coordinadora de la exposición realizó trabajos que consisten en rostros en primer plano de ancianos y niños de la comunidad; pero que han sido tratados con un dominio de claroscuros y resaltan la expresión de los rostros; "el barrio es el protagonista de lo que aquí ocurre".
La artista Sandra Eleta ubicó su obra en las paredes de lo que fue el Club Unión y después el Club de Clases y Tropas. "Son dos estudios de la relación de las personas con sus imágenes, uno es de chicos que trabajan en ornamentaciones para carros alegóricos y la otra, con imágenes sacras." Ella insistió en que el trabajo se integra al espíritu de este sector urbano.
Precisamente el tema histórico atrajo la atención de Alicia Viteri que, frente al trabajo de Eleta, expuso grandes cuadros con familias del pasado y reinas del carnaval, con unas fantasías cromáticas que reflejan el imaginario popular. "El pasado del casco y el presente, expresa la pintora, dentro de las tradiciones familiares y la variedad étnica y lo que les ha unido, el "guaguancó"."
El arte se tomó las calles de San Felipe, una manifestación cuyas fuentes son las casas, los rincones, el mar y sobre todo, el espíritu de la gente que vive en este lugar lleno de historia. "Una oportunidad única de revivir el ambiente y de crearle una conciencia a la gente", dijo Viteri. Por su parte, la experta en arte Mónica Kupfer, opina que el arte puede ser popular y no tiene que estar solo dentro de las galerías.
Un carácter desvinculado del mercantilismo, resaltó Kupfer. Hoy el Casco Viejo se llena de imágenes colgadas de las paredes, ventanales, dinteles y espacios en sitios baldíos, para devolver el calor y un espejo para que los vecinos vean reflejado el alma del barrio y los visitantes conozcan la herencia cultural de quienes viven en este singular espacio de la ciudad de Panamá.