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Navidad, ni carta ni cartita
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Egbert Lewis (egbert.lewis@epasa.com) / PANAMA AMERICAAlguien dijo que para que no termine de extinguirse la llama que mantiene el calor de la Navidad había que tratar de mantener, sobre todo en los niños, la costumbre de escribirle una carta al Niño Dios en la que le piden sus obsequios para este se los traiga en Nochebuena y así despertar el 25 de diciembre con el milagro cumplido.También están quienes siguen la leyenda de Santa Claus y hacen que sus hijos duerman confiados en que el barrigón de tupida barba blanca y ridículo traje rojo descenderá de entre las estrellas – a pesar de que se supone que vive en el Polo Norte- y traerá consigo una carga de obsequios tirados por renos que, con todo el fardo que llevan a cuestas, resisten la gravedad hasta aterrizar en la chimenea o sobre la nieve para dejar los tan esperados regalos, aunque en países como el nuestro no haya ni lo uno ni lo otro.A todo lo anterior se le llama la “magia de la Navidad”.En lo personal esa magia nunca me tocó, porque dentro de mi inocencia me costaba creer tanto cuento.Creo, que al igual que muchos, fui un adelantado a mi época.Jamás en mi vida escribí una carta al Niño Dios, a mis padres ni a nadie con motivo de la Navidad.Lo más que recuerdo haber hecho fue una lista de los regalos que me hubiera gustado tener y si llegaban bien y si no, también.Digo que me adelanté a mi época porque ahora con tanta publicidad y medios al alcance es casi misión imposible hacerle creer a un niño que sus regalos llegan en trineo o que de escribir una carta dependerá que pase una Navidad triste o feliz.Además – es mi opinión sincera- ninguna enseñanza debe partir de una mentira o de un hecho que no pueda ser sustentado, sino científicamente, por lo menos que resista un análisis lógico.Sé que de por medio hay consideraciones espíritu-religiosas y culturales contra las cuales no pretendo emprender una cruzada después de 2013 años, pero me resisto a dejarme llevar por dogmas y fantasías.Termino esto, que por nada es una carta Navidad, pidiéndole a viva voz al Todopoderoso que nos alumbre el camino, que nos haga capaces de ser tolerantes los unos con los otros y que veamos todos los días del año como una Navidad eterna para que no andemos con un arma en cada mano ni con un cuchillo entre los dientes.