Oda a la maestra Joaquina
- Héctor Collado
Era un verso, una adivinanza, un rayo de sol, un esfuerzo de la naturaleza. Se enredaba en cada proyecto y nos arrastraba con ella, como debía ser. Ella sabía que eso era importante y aunque no lo entendiéramos, de todas formas nos involucraba.
Esa señora elegante de ojos pequeñitos que se escondían mucho más si se adornaba el rostro con una sonrisa, me dicen que se ha ido.
Algunas personas sin darse cuenta hacen tanto por uno, sin que uno se dé cuenta. Algo así me ocurrió con doña Joaquina, desde que la conocí. Un Congreso de Lingüística en 1983 prohijado por el Círculo Ricardo J. Alfaro fue el escenario. En aquel conclave, conocí a Aida Marcuse, excelente autora uruguaya de textos para niños. De una conversación que sostuvieron ambas, como si yo no estuviera presente, decidieron que de mensajero o mecanógrafo, o seguramente las dos cosas, que era mi trabajo, debía dedicar mis esfuerzos a la promoción de la lectura y la literatura infantil desde el flamante BANCO DEL LIBRO del Ministerio de Educación, que por esos años impulsaba uno de los proyectos más ambiciosos, coherentes, trascendentes que se han gestado desde esa institución en toda su historia, el denominado COFRE VIAJERO. Desde entonces, mi relación con la lectura y los libros… Ese es un favor que trato de merecer, pero que nunca terminaré de agradecer.
Era una provocadora de titánicas iniciativas. A ella, le debemos una colección de cuentos que produjo de los que puedo recordar el hermoso cuento El caracol caminante, de José Ávila, y además de una serie infantil, versiones propias, dedicada a las fábulas y las leyendas panameñas, editadas por la Editorial de la Universidad de Panamá. Fue una apasionada investigadora de la Literatura Infantil, particularmente de la panameña.
Un proyecto en el que me permitió acompañarla fue en su Antología del agua de 1996. Que les puedo decir de su Repertorio de adivinanzas conocidas en Panamá o su Historia y metodología de la literatura infantil. Ese es su legado.
Donde ponía su inteligencia ponía su terquedad y hacía florecer con éxito. Ahí están las memorias de sus congresos, sus revistas, su apostolado…
Alguna vez le escribí unos versitos, que creí tenían que ver son su temperamento. Terminaban así: Si Joaquina no hubiera nacido, ella se hubiera inventado. Todavía lo sigo creyendo, y sonrío estoy escuchando su carcajada. Gracias, Quina.
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