“Porque me enseña cosas…”
- Ernesto Endara
“Las palabras son más que aire, significan más de lo que dicen” Plutarco
Cuando me ponía un libro de cuentos en las manos, mi madre, Jilma Cecilia, solía cantar “De todos mis amigos, el libro es el mejor, porque me enseña cosas que no sabía yo…” La musiquita pegajosa y la voz de mi madre hicieron que la canción se grabara en mi disco duro. La tararearé cuando entre a la Feria del Libro.
Pero no fue la canción la que me hizo fanático de lo libros, fue el mundo, o los mundos, que de golpe adiviné que cabían en sus páginas. El libro, sentí yo, me leía a mí tanto como yo a él. ¡Vaya ósmosis! ¡Vaya simbiosis! Ellos no eran sino cuerpos inertes cuando estaban cerrados, y yo les soplaba vida cuando los abría y los leía. Por mi parte, yo era una masa de nervios, pedos y eructos, hasta que abría un libro y me convertía en Sandokan, en un príncipe, si no de ingenios, sí de coraje indomable, de amores efervescentes y aventuras sin principio ni fin.
Siempre he dicho que la vida ofrece un abanico de posibilidades a las que uno puede acceder o ignorar. Si escogí leer, no quiere decir que iba a dejar de hacer deportes, emborracharme, corretear mujeres, pelear en cantinuchas, y hasta probar un pito de marihuana (que gracias a mi duende Pithias me hizo vomitar verde). No tiene uno porque perderse el resto de las vivencias dulces o amargas, variadas y pendejas que ofrece la vida a cualquier mortal. Lo que sí puedo asegurarte es que aunque funciones en múltiples actividades, si no lees, sí que te pierdes algo importante: los mundos que mencioné. Andarás por ahí con tus inflados mundos a cuestas. Como decía Sábato en Apologías y rechazos: “El hombre masa: ese extraño ser todavía con aspecto humano, con ojos y llanto, pero ya caído en el universo de las cosas”.
El chateo, el nintendo, las telenovelas, el cine, las discotecas, los regios espectáculos de bailarines y cantantes, cosas inventadas para luchar contra el hastío, para aliviar el aburrimiento que amenaza a todos los cerebros, son magníficas y cumplen su cometido. Pero ¿si se va la luz? Una vela no pone a funcionar la tele, ni la computadora, pero alumbra lo suficiente para leer cosas como “entre los escasos milagros del ángel resaltaba el del ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos”. Vainas de Gabo.
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