Punti-Balandra, el relamío
“Relámete ahora, la calavera no tiene lengua” Tito Trópico
Los primeros cincuenta años de lectura necesitamos de los diccionarios para entender lo que leemos, lo que nos dicen y hasta para confirmar lo que queremos decir. Después de ese medio siglo, ya graduado como buen lector y buen escucha; si eres curioso y atrevido usando tu idioma, aunque sigas acudiendo al diccionario, te sentirás capaz de agregar lo tuyo, significados ocultos que te provoque agregar a las palabras. Como yo al lanzarme a explorar la palabra “relamío”.
Para mí, si no te relames a menudo es porque los sabores que te llegan de la vida son amargos. «Desconfía del hombre que no sabe reír» decía Luis Carlos. Yo aconsejo: «no te acerques al hombre que no sabe relamerse».
¿De dónde sale esta relamida reflexión? Porque vi a la bebé (nieta de una amiga de la casa), pegada al pecho de su madre y, cuando cogió aire para seguir mamando, se dio una relamida de comisura a comisura que me pareció un abanico de alegría. ¡Dilbia!, ¿cómo no iba a relamerse? Estaba succionando de un botellón tibio, alimenticio, amoroso, la esencia líquida de la vida.
Las cucharadas de miel que me daba mi madre me enseñaron a relamerme. Y ya no pude dejar de hacerlo. Una buena idea, una mujer bonita, un barquillo de helado de grape-nut, un olor que domina mi lengua, un recuerdo del pasado que me llega en colores, una sobadita a mis libros o, cuando subo al estudio y sé que no debo salir a trabajar en mañanas lluviosas, sin remedio me relamo de puro gusto.
Julito Z. decía que es fácil reconocer a un hombre feliz porque siempre está relamiéndose. Su afirmación me lleva a Punti-Balandra, que tiene un nombre común, como todos nosotros: Abel, (olvidemos su apellido). Punti me dio posada en el primer viaje que hice a la ciudad de México. iiví con él en la calle Artículo 123, en un apartamento que había sido del Secretario del Partido Comunista y tenía una “renta congelada” de sólo 56 pesos (en ese entonces menos de cinco dólares), incluía muebles y hasta una refrigeradora, donde un día me sorprendió ver una mano congelada al lado de las chuletas. ¿Qué le podía decir?, él estudiaba medicina. Punti tenía un humor incomparablemente risueño. Reíamos mucho y, por supuesto, se relamía con más frecuencia que yo, de allí el apelativo que le clavamos. ¡Punti-balandra, el relamío!
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