Réquiem por la inocencia
- Ernesto Endara (Escritor)
“Los criminales se aprovechan de los derechos humanos que promueve la democracia para acabar con la democracia” J. D. Morgan
Eres un Mickey Spillane, brother.
No porque tu novela tenga paralelos ni resabios de Mike Hammer (aunque hilando delgado, en su primera novela I, the jury, el detective se convierte en lo que tú llamas “mano blanca” para castigar al asesino de su amigo) sino porque, tal como lo hacía Mickey en su tiempo, la lectura de tu libro aplastó a los otros libros que tenía en dique. Como siempre, leía tres libros (El hombre es un gran faisán en el mundo, de Herta Müller; Mi vida como hombre, de Philip Roth y Dublinesca, de Vila-Matas). Cuando abrí El ocaso de los inocentesy me tragué las primeras cuarenta páginas rezongué: «Me va a gustar». Como estaba terminando Dublinesca, lo finiquité y le metí tiempo completo a “El ocaso...”
Si bien me molestó tu negativa (quizá prudencia, tal vez síndrome de Pilatos) a darle un puesto en el mapa al lugar de los sucesos que tan bien relatas, establecí un juego personal y traté de sacar por eliminación el país que te sirvió de modelo. No era México –mi primer favorito–, ni Argentina, ni Chile, ni Brasil, ni Uruguay, ni Venezuela, ni Bolivia, ni Paraguay, ni las islas del Caribe, etc. Me quedó solamente Guatemala y Panamá en Centroamérica y Colombia en el Sur, eliminé a Colombia porque allá los narcos y la Farc no permiten otras pandillas. Guatemala quedó colgando porque los políticos no dan tanto, y Panamá... bueno). El campesino que se convierte en matón es muy panameño, y nuestros gobiernos hacen coteja con el vagabundo presidente de tu novela. La Prensa podía ser La tribuna y Gorriti el cocudo Emilio, periodista extranjero que mete dedos en las llagas. Es una lástima que el lector no pueda visitar las calles y los sitios donde ocurren y no pueda especular quién sería la preciosa Francesca, tan rabiblanca, inteligente y audaz que vuelve loco al onánico periodista. Por cierto, trataste cordialmente al fulano. Él, con el gordo Obe y, milagrosamente, el militar, pasan por un pantanal sin mancharse el plumaje. Asombrosamente, la bella solamente humedece la sudadera.
No haces concesión alguna a los lectores. En realidad no la merecemos si la buscamos. La gota de hiel que destilas al final, nos deja la convicción de que enterramos para siempre la inocencia. Tu novela empuja y se hace un espacio en la literatura negra con todo derecho. Sigue disparando, John D.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.