Soliloquios
Soliloquio del recién nacido
“ Me atrevo a afirmar que, si bien es cierto que tengo cara de viejito bajo el descapotado sol de enero, con total desprecio a la
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Me atrevo a afirmar que, si bien es cierto que tengo cara de viejito bajo el descapotado sol de enero, con total desprecio a la modestia, pido reconocer que aun sin aceites y sin perfumes, soy un bebé que huele a cosa nueva, incontaminada, hoja de plátano, piedra de río, libro sin abrir. ¡Huéleme!
«Te hice esta camisilla», dice mi madrina. «Te traje este escapulario que era de mi bisabuela y te protegerá del mal de amores.» —dice la tía Ofellia, la que huele a muselina y alcanfor. “Mal de amores”, dijo. Como si el amor fuera un mal. Tonta, cuando un sentimiento es malo, no puede ser amor.
Y la canastilla. Hasta los niños que sobreviven en los más paupérrimos recovecos de los barrios brujos reciben canastillas de los comercios de la Avenida Central. Al hospital llegan Damas Dadivosas, de Guadalupe, y de la Divina Concepción. Damas Grises que son blancas y generosas; las esposas de los Cancilleres y de los Embajadores, las Señoritas de la Castidad, y las secretarias de Empresas con ganancias de millones. Se aparecen en el Hospital con canastillas de cuarenta y tres Balboas con cincuenta centavos y con cámaras fotográficas que serán testigos de los regalos. Sí, señor, hay que nacer con mala pata para quedarse sin canastilla en una ciudad tan argüendera como Panamá. Bebé sin canastilla, es bebé salado que sacan en pedazos, que tiran en un monte o en un tinaco, con el corazón roto.
Todo el mundo chilla: «¡la religión manda sobrevivir!» Pero nadie quiere saber la vida que le espera a los niños de la basura, la marea baja de la ciudad.
Con un poco de suerte y algo de amor, tu primer año de vida no será otra cosa que dormir, comer y cagar. Por supuesto, lo mejor de esta prehistoria es la teta llena de leche y los sueños de fugaces estrellas rojas y azules que no se sabe de dónde vienen ni para dónde van. Algunos conservamos el gusto por las estrellas hasta el día del mutis final. Este primer acto de la vida lo tienen que haber actuado, con pocas diferencias en el guion, los siete mil millones de habitantes que respiran sobre la tierra.
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