Tengo a mi vieja bien aceitadita
- Ernesto Endara
“¿Crees en el amor a primera vista o tengo que volver a pasar delante tuyo?” frase pillada en Internet
Debo confesar que amo a Atenea, mi computadora. No por lo fiel que es, puesto que me ha hecho unas cuantas trastadas, sino por lo silenciosa. Casi he olvidado del todo a mi Olivetti, la fatigada compañera de mis tiempos heroicos. La del tacatác, tic, tuc, ¡cling! Y venga otra línea. Ella era fácil de acariciar, de consentir. La limpieza de los tipos era toda una ceremonia: cepillo de dientes desechado, alcohol, trapito limpio y suas, suas, a quitarle las costras a las letras; luego, una aceitadita en las articulaciones, unas gotitas en los engranajes de los rodillos; limpieza del caparazón y de las teclas. Por último, como la gran cosa, el cambio de cinta. A la Olivetti nunca di otro nombre que su apellido italiano. Todas mis computadoras han tenido, al menos, un apodo. Desde la primera, que llamaba "Dada", no por el dadaísmo, sino porque "da" significa Sí, en ruso, y eran los tiempos legañosos en que se desmoronaba la Unión Soviética.
Las computadoras son máquinas bellas, funcionales, llenas de magia y velocidad; pero son frágiles, traicioneras y caras como un cambio de carro. Y ninguna ha durado lo que la Olivetti.
Todavía conservo a mi vieja Olivetti porque, ¿quién me asegura que tendremos siempre la corriente eléctrica asomando la cara en los enchufes? Las baterías no son eternas como los diamantes.
Después de "Dada', a las siguientes computadoras les puse nombres de diosas clásicas (Minerva, Artemisa, Deméter y por último Atenea).
Cuando empezó mi computomanía no estaba seguro de que no eran enanitos verdes quienes trabajaban allá adentro acomodando letras y recibiendo imágenes. ¿Qué? ¿Que son los chips? Vaya usted a saber qué hay dentro de esos chips. ¿Qué son? Silicio, arseniuro de galio. Pero esos monocristales se llenan de información. ¿Cómo y por qué? Es probable que toda la sabiduría humana quepa en cinco de ellos de un centímetro cuadrado.
¡Cuidado con otro Big Bang! No es posible tanta compresión sin un gran riesgo.
Atenea sigue obedeciendo las señales de mi cerebro que le llegan a través de mis sobijos. No le importan mis sentimientos, seguirá campante hasta que uno de sus átomos pierda el ritmo, u otro modelo, más joven y eficiente, la desbanque. De todas maneras, mantengo bien aceitadita y limpia a mi vieja Olivetti. De ella lo único que me fastidiaría hoy es el ruido.
¡Ah vieja tan ruidosa y gruñona que es!
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