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¿Tilde? No, gracias
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Una apreciada amiga escritora me manda un fax (se escribe así; es un calco del inglés, lengua que a su vez lo abrevia del latín “fac simile”, que se traduciría como “hágalo igual”, y que también da lugar, en español, a “facsímile”) en el que una alta entidad educativa la manda a poner tildes en todos los esto-esta-este y sus plurales, antes de concederle una especie de “imprimátur” (así se llamaban los permisos que antes daba la Iglesia para que un escrito pudiera ver la luz) en un libro que ella pretendía registrar.“¿Se las pongo?”, me pregunta mi amiga, vía correo electrónico (por etimología, “correo” nos remite al oficio de los primeros portadores de mensajes: correr, correr y correr; si no, ¿para qué creen que eran las alas en los tobillos de Hermes, dios griego al que, entre otros menesteres, se le atribuía el de mensajero, y al parecer muy confiable, hasta hermético, por lo que a muchos mensajes hay que aplicarles la hermenéutica para interpretar su sentido).Sigo.Primero le envié una respuesta-berrinche, en la que despotriqué contra esa manía de ciertas personas de seguir consultando los mismos manuales de cuando fuimos a la escuela en el siglo pasado (ya lo hemos dicho antes, el idioma es un organismo vivo, en constante evolución, y uno tiene que estar despierto para ver esos cambios; a propósito, es como si yo dijera: “Esta mañana recordé …” para que se entienda: “Esta mañana desperté…”, basándome en la definición que daba el erudito Sebastián de Covarrubias, en 1611, al verbo recordar: “Despertar el que duerme..”).Vuelvo al camino, y prometo no más digresiones.Mi amiga me respondió con un ensalmo que disipó mi rabieta y, ya más calmado, le remití unos conceptos serenos y modosos, tomados de las normas que rigen el idioma, hoy.En junio de 1999, la Real Academia Española publicó su “Ortografía de la lengua española”, con normas adaptadas al uso contemporáneo, las cuales tienden, sobre todo, a la simplificación.Allí se dice claramente que los monosílabos no se acentúan ortográficamente (fe, fui, ruin, dio, vio…), excepto cuando tengan doble función gramatical (de, preposición; dé, verbo dar).Esa tilde se conoce como diacrítica (diferenciadora).Sobre los demostrativos, señala que la tilde sólo será obligatoria cuando surjan riesgos de ambigüedad (y son escasos y hasta forzados los ejemplos de tal ambigüedad).Es decir, en el caso de: “¿Por qué compraron aquellos libros usados?”, dicen que pudiera haber posibilidad de confusión, pues uno no sabría si “aquellos” se refiere a los que compraron los libros (empleado como sujeto, lleva tilde) o está acompañando al sustantivo libros (no lleva).Sin embargo, creo que la primera posibilidad sólo es un ejemplo de laboratorio, reprochable en la redacción corriente (Es mejor escribir: “¿Por qué esos señores compraron libros usados?”).En cuanto a las formas neutras de estos pronombres (esto, eso, aquello, y sus plurales) la norma es tajante: ¡olvide la tilde!Imagínense este diálogo entre un jefe y su secretaria: “Señorita Qwerty, ¡esta carta no tiene ni una sola tilde!” “¿Y qué con eso, licenciado Tochangó?”, “Pues, mija, ponga una que otra por ahí, para que no crean que no sabemos ortografía en esta empresa”.Así no se hacen los tamales, digo, los textos, ¿verdad?Al final, mi amiga me preguntó, “¿Y por qué tengo que informar de esto a quienes deben saber sobre el tema?” La verdad, no sé.Quizás la culpa la tienen los que esconden tales tejemanejes en los libros, y los que insistimos en consultarlos.Que la palabra te acompañe.