Tras el anda del Cristo Negro de Portobelo
- Eliécer Navarro
El anda florida que lleva un cristo que carga una pesada cruz, iluminada por las candelas de decenas de largos cirios, navega como un galeón sobre un mar de cabezas dolientes. Atrás o adelante del santo, muchas mujeres que cantan, llevan velas y protegen sus manos con cucuruchos de papel de la esperma caliente que se derrite . La interpretación de un montón de músicos que tocan tradicionales y dramáticas piezas musicales religiosas dan el sonido a una escena que tiene más de paganismo que de catolicismo. ¡ Viva el Cristo Negro de Portobeloooo¡ ¡Viva el Nazareno de Portobelooooo¡ ¡ Vivaaaaaa ¡.
Los vivas se multiplican. Enronquecen las gargantas. Hay solos de trompetas, los saxofones acompañan. Tambores, redoblantes repican constantes y un bombo sordo, marcan el ritmo. La imagen impertérrita, majestuosa, baila sobre los hombros de sufridos porteadores al compás de las canciones que llegaron desde España. Se mueve, se va, avanza, tres pasos pa’lante y dos pa’trás. Las luces de los cirios regalan sombras sobre la multitudinaria procesión que también danza.
Todos miran al rostro del Nazareno, todos le rezan al Nazareno. Él los mira con unos ojos intensos, vivos, dolientes. Él los comprende, claro Él es un reo camino al calvario. Él sabe de sufrimiento. Todo un pueblo, que llega desde Panamá y sus barrios, de Colón y sus barrios. Vienen a pedir perdón, vienen a agradecer milagros, vienen a pagar mandas. Todos creen firmemente que Él los mira solo a ellos. Que la magia de Portobelo permite que el Cristo Negro pueda oír todas las oraciones, todas las peticiones y que sí, los mire solo a ellos.
Portobelo queda allí en un rincón de la perfecta bahía, que descubriera Cristóbal Colón en su cuarto viaje, su belleza natural y la seguridad que brindara a sus maltrechas naves lo hizo exclamar en su italiano natal ¡ Oh Porto bello¡
El sitio fue tan importante para el comercio español que hoy la vemos custodiada por esos fuertes coloniales estratégicamente posicionados, donde se utilizara toda la tecnología militar de la época para defenderlo del ataque de fieros piratas ingleses, y holandeses, en los siglos XVI y XVII.
Más allá, en la Iglesia de San Felipe, en uno de sus altares, está el Cristo de la procesión iluminado por velas moradas.
El Cristo Negro de Portobelo, es una devoción y casi una leyenda que perdura con los siglos. Dicen que la imagen llegó hasta allí cuando el poblado era uno de los principales puertos coloniales del Imperio español en toda la América. Allí se juntaban las flotas que llegaban de Europa, con la flota que subía desde Montevideo, Venezuela y Cartagena cargada con productos comerciales y riquezas de sus economías y también con las recuas de mulas que atravesaban el istmo cargadas con el oro del Perú. Esto dio origen a las famosas Ferias de Portobelo, que duraban 40 y 50 días.
La imagen que iba de paso entró a la aduana, un edificio que aún se conserva y que guarda la arquitectura renacentista de aquella época. Cada vez que la iban a embarcar para su destino final, algunos dicen que era Cartagena, o algún sitio del interior de la Nueva Granada, se desataban terribles temporales que impedían su partida.
Los incrédulos podrán decir que es muy natural que en el mes de octubre, fecha en que se atribuye que acaecieron los sucesos, se den fuertes lluvias, pues es época de huracanes en el Caribe. Y que esto fue, y no un milagro, lo que determinó el fenómeno que maravilló a los pobladores que terminaron trasladando al Cristo a los altares de “la“su” iglesia.
La cosa es que está allí desde hace siglos. Hay otras versiones pero esta es la que más le gusta a los portobeleños. El cristo, que es muy raro pues es de color negro, algunos dicen que es por tizne de los cirios que durante años fueron encendidos en su honor, cayó muy bien en el poblado pues allí funcionó un activo mercado de esclavos negros, quienes vieron sus sufrimientos plasmados en el rostro oscuro del Señor.
Para participar en la procesión llegan caminando, bajan de “diablos rojos”, los buses de Panamá. Los devotos sufren, se arrastran, se mortifican, se queman en las espaldas con el esperma de velas, mejor si son moradas.
Adornan sus cabezas con coronas de espinas, cargan cruces o imágenes pequeñas del santo y visten túnicas moradas el color del manto del Nazareno.
Son humildes y no tan ricas como la que viste el Cristo cada 21 de octubre. Las de la imagen está hecha de pesado terciopelo y adornadas con florituras doradas, como las de un rey que va al cadalso. También lleva prendas de oro, regalos de los peregrinos.
Durante las festividades por todo el pueblo hay fiesta, puestos de comidas, de chucherías, de imágenes y recuerdos con la figura del santo, de escapularios, de velas, blancas y moradas. Todo vuelve hacer como las ferias de Portobelo de aquellos tiempos inmemorables.
Música de cien bocinas se oye, sobre todo la voz del cantante boricua Ismael Rivera, con su tributo al cristo portobeleño. “El Nazareno me dijo que cuidará a mis amigos”. Una versión muy popular de la máxima cristiana “ amar al prójimo”
Las entradas del poblado están tomadas por la Policía. Es que el Nazareno atrae a pecadores, a ex convictos, a perseguidos por la ley que vienen a expiar sus culpas, a rendir cuentas ante la mirada del crucificado.
Revisan, dejan pasar, alguien es reconocido y es arrestado, hasta allí llegó su peregrinación. Pero hay otros fieles devotos, gente común y corriente que llegan a rezar.
Antes de entrar a la iglesia para rendir su tributo muchos cortan sus melenas que dejaron crecer en honor al Nazareno, se despojan de las túnicas y las tiran en la puerta del templo. Pronto se forma una ruma que terminarán alimentando una hoguera. Allí se van los pecados, creen ellos.
Cae un chubasco sobre la procesión y se apagan los cirios alrededor de la imagen . Escampa, y alguien se encarama sobre el adornado armatoste de madera que es un como un trono andante y se vuelven a prender los cirios y la procesión continúa, Vuelve la música, y las inverosímiles escenas continúan. Él sigue allá arriba, incansable. Son momentos memorables pues la imagen solo es sacada en procesión los 21 de octubre y los miércoles santos.
Los esclavos no entendían bien como el señor de los blancos tenía el color de su piel. Portobelo era un gran mercado de esclavos. De allí se comerciaban para el Sur. Hoy sus descendientes aún viven aquí y agradecen su libertad al Nazareno y que la devoción de miles atraiga la atención sobre la belleza natural de estas costas caribes, el mismo que lo trajo y el mismo que se encrespó para que no partiera y se quedara.
Portobelo es hoy un gran destino turístico revestido de hechos históricos como los ataques y la muerte del pirata más famoso, Sir Francis Drake. Vìctima de la malaria, su cadáver fue lanzado al mar frente a Portobelo en un ataúd de plomo. Por ahí siguen los interesados en rescatar del fondo del oceáno este “tesoro”.
Aquí los descendientes de los negros esclavos han acuñado la cultura congo, con danzas, artesanías y representaciones con máscaras de diablos. También es notable la gastronomía de la región que se basa en los frutos del mar y salsas hechas con aderezos de leche de cocos.
La vegetación de las costas es exuberante fruto de las consecuencia de las lluvias que se dan en la Sierra Llorón. Los atractivos naturales continúan en playas de arenas blancas, en la Isla Grande, en los arrecifes coralinos que atraen a buzos.
Se pueden ver, en una capilla colonial también, atrás de la iglesia, una exposición de las túnicas que ha vestido la imagen cada 21 de octubre. Sobre todas las obsequiadas por famosos deportistas como Mano de Piedra Durán y otros.
Una vez el Cristo llega a la puerta principal del templo, los cargadores lo giran 180 grados para que no le dé las espaldas a los que le siguen. El pueblo saca pañuelos blancos, y el paroxismo llega a su clímax. Lentamente, entra a la iglesia, bailando siempre. Suenan cañonazos, vuelan fuegos artificiales. Portobelo está de fiesta. La fiesta del Cristo Negro.
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