La economía: una ciencia oculta?
- Kinshasa
La crisis vino en nupcias con el frío – con la caída del Lehman Brothers-, el trago más amargo.
Hace un par de años, el escritor uruguayo Eduardo Galeano lanzó un comentario que en su momento parecía una queja -- siempre proclive a la travesura intelectual, señaló que la “economía era una ciencia oculta”. Su frase me llamó poderosamente la atención, y en un escrito de opinión, rumié toscamente su significado. No obstante, hoy, en medio de lo que muchos llaman la peor recesión en historia reciente, quedé con la molestia de no hacerle honor a su profundidad.
Muchos todavía se preguntan ¿cómo pasó esto? Y las respuestas abundan: la narrativa oficial circunscribe el epicentro de esta crisis en el mercado de hipotecas sub-prime, compuesto por personas que quizás tenían más esperanzas que dinero, y que por artilugio de las altas finanzas, filtraron sus aspiraciones (y no necesariamente su realidad) como un activo más en los balances de las instituciones financieras alrededor del mundo. Y como contexto, había toda una arquitectura financiera que teóricamente mitigaría el riesgo y organizaría la producción de la manera más eficiente. Lamentablemente, la realidad de algunos se impuso por encima de los sueños teóricos de los más optimistas.
Y es producto del desgarramiento de las vestiduras ideológicas y de los cambios de gobierno en lugares tan apartados de sí como lo son: Europa del Este, los Estados Unidos e Islandia que este reportaje no tiene como propósito explicar las causas de esta crisis – las páginas de los periódicos abundan con este tipo de información. Más bien, este escrito tratará de buscarle un significado, si bien elusivo y parcial, mientras vivimos nuestra pequeña ilusión electoral. Porque la realidad nos encontrará, lo queramos o no.
En nupcias con el frío. Esta crisis definitivamente vino en nupcias con el frío – cuando las noticias adquirieron su sabor más amargo con la caída de Lehman Brothers en septiembre del 2008, la otrora venerada firma de inversiones, el otoño arreció las temperaturas y sólo trajo consigo la inflación de las capas contra el frío. Y en medio de aquella terquedad estacional, me senté a conversar con John Dunham, de John Dunham y Asociados, una pequeña firma de consultoría internacional con sede en el centro de Brooklyn, lejos Wall Street y sus ruinas prematuras.
“No existe tal cataclismo económico, esto es sólo una recesión” exclamó Dunham, cuyos atinados pronósticos trajeron consigo la atención de Bloomberg y otras agencias noticiosas. “Bernanke [el presidente del la Reserva Federal de Estados Unidos] es un pesimista. El problema es que la gente empezó a invertir en bienes raíces como si esto hubiese sido una causa en sí misma, y no el efecto de la entrada de capitales y cambios demográficos hacia ciertos lugares. El precio de las casas no iba a seguir subiendo sólo… Además, tenías a todo un grupo de personas que sencillamente se equivocó sobre cómo funcionaban las finanzas”.
Dunham, quien cuenta con un Máster en Administración de Empresas de la Universidad de Columbia, se sentía como un desadaptado en las clases de ingeniería financiera en aquella universidad -- “teníamos profesores que pensaban que tener dinero en acciones o en deuda era la misma cosa y mira ahora”. Al parecer la realidad no era tan sencilla.
Sin embargo, los economistas tienden a caer en esta tentación, y no es algo que quizás sea producto de malicia académica, sino más bien de un ejercicio para conservar la sanidad mental. A fin de entender un problema, lo mejor es hacerlo más comprensible, pero no hasta el punto de utilizar metáforas dolorosas a nuestras susceptibilidades actuales, como cuando Alan Greenspan, el ahora no tan legendario ex–banquero central de EEUU, señaló en el 2005 que había demasiada “natilla” en el mercado inmobiliario.
Es que esta crisis no fue producto de la combustión espontánea de la economía – New Century Financial, Aegis, South Star, todas estas compañías quebraron discretamente en el 2007. Pero hasta entonces, las hipotecas subprime fueron inversiones rentables en la medida que habían tasas de interés cómplices, corredores con ganas de cobrar comisiones y dinero disponible para costear propiedades que “siempre” subirían de precio. Sin embargo, enredar los incentivos no necesariamente significa actuar con alevosía. En teoría, desde hace décadas, existió el deseo (ciertamente ingenuo pero encomiable) de brindarle a cada familia una residencia que pudieran llamar propia. Lamentablemente, los planes originales cayeron presa de la segregación racial. Al culminar la Segunda Guerra Mundial, los resabios del New Deal, ayudaron a financiar los sueños de millones de familias, blancas en su mayoría, de comprar una casa en los suburbios. Pero ese sueño no sería asequible para millones de familias de ascendencia negra, quienes tendrían que esperar mucho después para conseguir préstamos, ciertamente más riesgosos, para lograr los mismos objetivos. Vista la complejidad de las causas, son de esperarse las recriminaciones. Pero los culpables ahora son los convocados a resolver el problema - en un artículo que deja abierta las obvias similitudes entre el gobierno estadounidense y nuestras repúblicas “bananeras”, el antiguo economista-en-jefe de ese “malévolo” rescatador de países, el Fondo Monetario Internacional, Simon Johnson, comenta sobre cómo las élites capturan los sistemas financieros de los países hasta el punto de estrangular cualquier solución posible. Sin duda, buscando algún tipo de expiación moral por decisiones pasadas, Johnson habla del FMI como un paciente jugador de cartas que espera el retiro de los miembros más conspicuos de aquella élite estranguladora antes de presentar las barajas ganadoras. Y hoy, en esta crisis, él y muchos otros critican que son estas mismas élites las llamadas a resolver los problemas. El actual Secretario del Tesoro, Timothy Geithner, como regente de la Reserva Federal de Nueva York estuvo presente en muchas de las reuniones donde se discutieron los salvavidas para compañías como AIG, Bank of America y Citigroup. Incluso hoy se discute que estas compañías, muy-grandes-para-quebrar, pagarían una prima por tener esta garantía – sin embargo, a todas luces esta garantía viene aparejada con su sobrevivencia actual -- solvente o no.

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