La vanidad: una enfermedad social que genera millones
- Emilio Sinclair
Sentimientos de tristeza, rabia, incomprensión, desatención y soledad, encuentran su vía de escape en la compra de artículos muchas veces innecesarios.
Todos nacemos con alguna dosis de vanidad, pero en algunos, la porción es mayor que con el tiempo, se convierte en enfermedad incurable.
La vanidad es una llaga sentimental difícil de cicatrizar y se constituye en el pivote que impulsa la riqueza de empresarios que aprovechan la situación para hacer negocio.
Aunque la tendencia es señalar a la mujer como la persona que desea endiosarse y espera le rindan tributo por sus encantos, en los hombres, la vanidad también tiene sus esclavos.
Vanidad y elegancia --- advertimos -- son comportamientos diferentes, aunque en la mayoría de los casos la primera (vanidad) no puede prescindir de la segunda (elegancia).
La vanidad es una fiebre compulsiva de figuración que arrastra al gasto – en ocasiones innecesario – y motiva a comprar objetos especialmente de marcas internacionalmente famosas cuyos efectos son agradables a la vista, órgano por donde entra la impresión que nos deja en la nebulosa financiera.
En las palpitaciones de la vida con sus cotidianos sístoles y diástoles la vanidad se refleja en diversos comportamientos, pero en esta ocasión observemos como se acentúa en la adquisición de un producto.
Para presumir ante los demás, él o la vanidosa busca en los escaparates aquella indumentaria, perfume, reloj o calzado etiquetado con nombres como Christian Dior, Oscar de la Renta, Ives Saint Laurent, Carolina Herrera, Orient, Rolex, Movado y otros de rimbombancias aristocráticas aunque el objeto lo hace parecer empleados de una carpa circense
Explotar la vanidad se ha convertido en un gran negocio hábilmente administrado por empresarios que escudriñan el comportamiento humano descubriendo las debilidades de este amplio mercado de presumidos.
Visitando salas de exhibiciones de almacenes o empresas situadas en la Zona Libre observamos joyas, perfumes, relojes, electrodomésticos de alta tecnología que facilitan la vida pero, a veces, no son necesarios.
Asombra ver un contendor tirado por un camión que se desplaza repleto de joyas y lencerías que contribuirán a resaltar los encantos de una persona.
Los privilegiados financieramente tienen el derecho, y con justa razón, de adquirir el producto que se les antoje, pero lo triste es que existen vanidosos limitados de dinero que se privan de un bocado o ignoran la compra de medicamentos para utilizar las pocas monedas que tienen en la adquisición de prendas innecesarias. Para los empresarios audaces, los (as) vanidosos (as) constituyen fuente de prosperidad.
Para el vanidoso que no tiene dinero el hecho se convierte en tumor financiero maligno, pero para quien le sobra es un monstruo inextirpable sin raza o fe religiosa que puede soportar sin descuidar sus necesidades básicas.
El malestar llega al extremo que algunas personas para una ocasión especial, adquieren un vestido con la principales estocadas de la elegancia, pero una vez pasa el acontecimiento lo archivan y dejan que el tiempo se encargue de convertirlo en pieza de museo.
Aquellos que tienen dinero que lo disfruten alimentando su vanidad. Los pobres debemos ser prudentes evitando las convulsiones de este mal que en algunos no tiene remedio.
Para unos la mejor belleza está incrustada en el espíritu, para otros un diamante resalta la personalidad. Lo primero no cuesta nada, lo segundo una fortuna. Negocio es negocio. El que vende le preocupa hacer dinero, en el vanidoso cosquillean las ansias de aparentar.
Así es el mundo; no se ha encontrando remedio para curar la vanidad, costosa enfermedad mental que induce a comprar para lucir bien y conquistar miradas y, a veces, corazones.
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