Colombia aún lamenta la separación de Panamá
Publicado 2003/11/05 00:00:00
- Redacción / Contacto
Recriminan el poco interés y atención que prestaron los presidentes de la época al Istmo.
Mientras los panameños celebraron sus cien años de libertad, los colombianos se lamentaban de la escasa visión de futuro de sus gobernantes, que a principios del siglo XX, dejaron escapar tan importante activo geoestratégico.
Para los panameños esta celebración ha sido una de las fechas más importantes en toda la historia, sólo comparable al 31 de diciembre de 1999, cuando el Canal pasó a nuestras manos, después de décadas de intensas luchas, algunas de las cuales desencadenaron en derramamiento de sangre y en la pérdida de vidas humanas. De eso no hay la menor duda.
Pero...¿ha sido trascendental sólo para los nacionales? Tal vez no, si analizamos las publicaciones que sobre el tema han hecho los medios de prensa colombianos, que incluso con ediciones especiales han dejado entrever fuertes cuestionamientos a los presidentes de aquella época, por lo que llaman "la pérdida de Panamá".
El diario El Colombiano en su edición del 3 de noviembre asegura que "este 3 de noviembre se cumplen cien años de la pérdida de Panamá. Día sombrío para los colombianos, y de celebración en el istmo...".
Para Juan Eugenio Vélez, profesor de la especialización en Estudios Políticos y Geopolítica colombiano, "esta fecha debe ser mirada como un gran sainete y la demostración clara de la ausencia de visión de futuro de nuestra clase dirigente de principios del siglo XX.
En su edición especial titulada "Un siglo de ruptura", El Colombiano cuestiona directamente la figura del expresidente José Manuel Marroquín, encargado del ejecutivo entre 1900 y 1904, al señalar que "tuvo una política vacilante frente a las intervenciones estadounidenses en Panamá, lo que permitió la separación del Istmo y la pérdida del Canal en 1903".
"La historia recordará por siempre a José Manuel Marroquín como el presidente en cuyo período Colombia fue mutilada en uno de sus brazos, quizá el más importante, porque dadas las condiciones que imponía ser dueño de uno de los territorios geoestratégicos más determinantes de 1900, la posibilidad de desarrollar una política exterior protagónica y beneficiosa para el país se perdió en un suspiro".
En su editorial del pasado 2 de noviembre el diario El Tiempo de Bogotá, reconoce que la "pérdida" de Panamá "convirtió a Colombia en un país introvertido".
Asegura que "en medio de una historia tan convulsionada como la de Colombia en los últimos cien años, no hay otro acontecimiento más trascendental que la pérdida de Panamá".
Según la opinión del medio, ello es así no sólo "por las valiosas oportunidades que se esfumaron con la separación de tan importante activo geoestratégico, sino porque a partir del 3 de noviembre de 1903, para muchos efectos, cambió el rumbo del país.
El impacto más evidente se sintió en las relaciones internacionales. La Colombia independiente del Siglo XIX había sido activa en los principales procesos del hemisferio. Sobre todo en la promoción del ideal bolivariano de buscar la unidad. Panamá fue sede del Congreso Anfictiónico en 1826. Tropas colombianas estuvieron en Cuba para apoyarla en la guerra anticolonial contra España. La disputa entre poderosos intereses internacionales que intentaron construir el canal colocó a la Colombia de entonces en la lupa de un mundo en el que no había CNN ni Internet. Los propios episodios de la lamentable segregación fueron noticia de primer orden en Francia, donde los escándalos en que terminaron los días del otrora glorioso Ferdinand de Lesseps, constructor del Canal de Suez, sacudieron a la sociedad francesa. Y cautivaron por años la atención del Congreso y el Gobierno de Estados Unidos.
La acción en Panamá fue el acto más audaz del presidente Teodoro Roosevelt en ejercicio de su famosa diplomacia del gran garrote. La cual pregonaba el uso de la fuerza para defender las posiciones y aspiraciones de las empresas de su país, en corolario de la Doctrina Monroe, que 90 años antes había planteado unas relaciones pacíficas entre Estados Unidos y América Latina, basadas en la exclusión de poderes extrahemisféricos. Con infinito desprecio hacia Colombia, de la cual era enemigo declarado, y justo en momentos en que -triunfante en la breve guerra con España de 1898 y, por consiguiente, agotadas las últimas expresiones coloniales de Madrid en Puerto Rico y Cuba-, Roosevelt se tomó Panamá y consolidó la hegemonía estadounidense en América Central y en el norte de América del Sur.
No por coincidencia, la Colombia posterior al 3 de noviembre de 1903 fue -durante el Siglo XX- una nación introvertida, ensimismada y de bajo perfil en las relaciones internacionales. Un "Tibet suramericano", alcanzó a decir el ex presidente (Alfonso) López Michelsen. Justo cuando Estados Unidos se erigió como el gran poder del hemisferio, las relaciones de Colombia con la estrella polar quedaron enmarcadas por el conflicto y las heridas abiertas por el apoyo del presidente Roosevelt a los independentistas. Se necesitaron dos décadas, hasta que el Tratado Urrutia-Thompson -que normalizó los vínculos con una compensación de 25 millones de dólares y la concesión de derechos de tránsito a perpetuidad para navíos colombianos- entró en vigor en 1921. No sin antes pasar complejos procesos de negociación y largos debates en los respectivos Congresos. El de Colombia tuvo que ver, incluso, con la renuncia del presidente Marco Fidel Suárez, artífice del mencionado Tratado.
Y el paradójico resultado de esa historia de conflicto fue una larga subordinación de Colombia a Estados Unidos. Contradictorio, pues los sucesos de 1903 habían generado un profundo sentimiento antiyanqui entre los colombianos. Pero la visión pragmática de Suárez le dio un rumbo al país, cuyo norte estaba fijado por el significado económico de la compensación y de lo que vino con ella: la Misión Kemmerer, los empréstitos de la "prosperidad a debe" para darles un gran impulso a las obras públicas en la década de los 20, y la llegada de compañías estadounidenses como la United Fruit Company a las bananeras.
Durante el siglo XX, Panamá fue también una pieza importante de la política exterior colombiana, y de los esfuerzos de varios gobiernos por guardar algunas distancias con Washington o, por lo menos, fortalecer nuestra capacidad de negociación. Como el apoyo que le dio la administración López Michelsen al gobierno del general Omar Torrijos para lograr la devolución del Canal, finalmente sellada mediante los tratados Torrijos-Carter de 1977. Lo cual fue posible gracias a la audaz decisión de renunciar a los derechos especiales con que había sido compensada Colombia -obstáculo para la negociación entre Panamá y Washington-, que posteriormente fueron devueltos, ya no como concesión imperial, sino por nuestra situación de vecindad. O el Grupo de Contadora, desde el cual, en la administración de Belisario Betancur, cuatro países que enmarcan la cuenca del Caribe ejecutaron una diplomacia dirigida a sacar el conflicto centroamericano de la limitante lógica Este-Oeste y a ponerlo en manos de los gobernantes autóctonos.
Hoy, cien años después, hay evidentes paralelos históricos. La separación de Panamá, al comenzar el siglo XX, no está desligada del estado de postración en que dejó a Colombia la Guerra de los Mil Días. En los comienzos del XXI, el conflicto interno persiste: ya no se trata de liberales y conservadores, sino de la confrontación con grupos guerrilleros y paramilitares. Pero todavía la violencia debilita nuestra posición internacional y nos conduce a una política exterior subordinada. Hay diferencias, y grandes, entre la danza de los millones que siguió al Urrutia-Thompson y el actual Plan Colombia. Pero ambos son reflejos de la vulnerabilidad externa que genera la violencia interna".
El Tiempo de Bogotá estuvo en Panamá para averiguar cómo les transmiten a los niños de edad escolar la historia de su separación, en 1903, de Colombia.
Las razones expuestas a los escolares panameños son las que desde primarias nuestros maestros nos enseñaron: Colombia no atendía las necesidades del departamento de Panamá y peor aún rechazo la firma del Tratado Herrán-Hay, que autorizaba la construcción del canal a Estados Unidos.
Eulibiades Chérigo, supervisor nacional de Geografía e Historia de Educación Media Académica, del Ministerio de Educación, al ser cuestionado por el periodista colombiano sobre cómo le enseñaron la historia de la separación, respondió que "como un cuento: en el momento en que los liberales y conservadores estaban trenzados en la Guerra de los Mil Días, los istmeños dijeron: "No vamos a ser más colombianos, vamos a ser panameños". Pero no se transmite una idea de Colombia negativa. De lo que se hablaba era del sueño de Bolívar, de un conflicto de fronteras. Hoy hablamos del principio de autodeterminación de los pueblos. Y sentimos hacia Colombia una gran hermandad", dice.
Para los colombianos, se trata de un traidor y así lo manifiesta El Tiempo en su edición del pasado 23 de octubre cuando titula "General Esteban Huertas, el colombiano traidor".
En su publicación, el diario colombiano apunta que Huertas "fue pieza clave en la emancipación de Panamá al capturar a sus generales compatriotas que iban a evitar el golpe".
Agrega que "los panameños acordaron con él que permitiría que los golpistas actuaran sin restricción, deteniendo a los generales colombianos Juan B. Tovar y Ramón G. Amaya en el Cuartel de Chiriquí, ubicado en Las Bóvedas. Ellos comandaban un batallón que defendería la soberanía ante una inminente invasión de Nicaragua".
Para los panameños, definitivamente un héroe. Allí, en las Bóvedas, donde hace cien años detuvo a Tovar y Amaya, hoy se erige un paseo en su honor "El Paseo Esteban Huertas", que perdurará como símbolo de la gratitud y respeto de todos los panameños.
Para los panameños esta celebración ha sido una de las fechas más importantes en toda la historia, sólo comparable al 31 de diciembre de 1999, cuando el Canal pasó a nuestras manos, después de décadas de intensas luchas, algunas de las cuales desencadenaron en derramamiento de sangre y en la pérdida de vidas humanas. De eso no hay la menor duda.
Pero...¿ha sido trascendental sólo para los nacionales? Tal vez no, si analizamos las publicaciones que sobre el tema han hecho los medios de prensa colombianos, que incluso con ediciones especiales han dejado entrever fuertes cuestionamientos a los presidentes de aquella época, por lo que llaman "la pérdida de Panamá".
El diario El Colombiano en su edición del 3 de noviembre asegura que "este 3 de noviembre se cumplen cien años de la pérdida de Panamá. Día sombrío para los colombianos, y de celebración en el istmo...".
Para Juan Eugenio Vélez, profesor de la especialización en Estudios Políticos y Geopolítica colombiano, "esta fecha debe ser mirada como un gran sainete y la demostración clara de la ausencia de visión de futuro de nuestra clase dirigente de principios del siglo XX.
En su edición especial titulada "Un siglo de ruptura", El Colombiano cuestiona directamente la figura del expresidente José Manuel Marroquín, encargado del ejecutivo entre 1900 y 1904, al señalar que "tuvo una política vacilante frente a las intervenciones estadounidenses en Panamá, lo que permitió la separación del Istmo y la pérdida del Canal en 1903".
"La historia recordará por siempre a José Manuel Marroquín como el presidente en cuyo período Colombia fue mutilada en uno de sus brazos, quizá el más importante, porque dadas las condiciones que imponía ser dueño de uno de los territorios geoestratégicos más determinantes de 1900, la posibilidad de desarrollar una política exterior protagónica y beneficiosa para el país se perdió en un suspiro".
En su editorial del pasado 2 de noviembre el diario El Tiempo de Bogotá, reconoce que la "pérdida" de Panamá "convirtió a Colombia en un país introvertido".
Asegura que "en medio de una historia tan convulsionada como la de Colombia en los últimos cien años, no hay otro acontecimiento más trascendental que la pérdida de Panamá".
Según la opinión del medio, ello es así no sólo "por las valiosas oportunidades que se esfumaron con la separación de tan importante activo geoestratégico, sino porque a partir del 3 de noviembre de 1903, para muchos efectos, cambió el rumbo del país.
El impacto más evidente se sintió en las relaciones internacionales. La Colombia independiente del Siglo XIX había sido activa en los principales procesos del hemisferio. Sobre todo en la promoción del ideal bolivariano de buscar la unidad. Panamá fue sede del Congreso Anfictiónico en 1826. Tropas colombianas estuvieron en Cuba para apoyarla en la guerra anticolonial contra España. La disputa entre poderosos intereses internacionales que intentaron construir el canal colocó a la Colombia de entonces en la lupa de un mundo en el que no había CNN ni Internet. Los propios episodios de la lamentable segregación fueron noticia de primer orden en Francia, donde los escándalos en que terminaron los días del otrora glorioso Ferdinand de Lesseps, constructor del Canal de Suez, sacudieron a la sociedad francesa. Y cautivaron por años la atención del Congreso y el Gobierno de Estados Unidos.
La acción en Panamá fue el acto más audaz del presidente Teodoro Roosevelt en ejercicio de su famosa diplomacia del gran garrote. La cual pregonaba el uso de la fuerza para defender las posiciones y aspiraciones de las empresas de su país, en corolario de la Doctrina Monroe, que 90 años antes había planteado unas relaciones pacíficas entre Estados Unidos y América Latina, basadas en la exclusión de poderes extrahemisféricos. Con infinito desprecio hacia Colombia, de la cual era enemigo declarado, y justo en momentos en que -triunfante en la breve guerra con España de 1898 y, por consiguiente, agotadas las últimas expresiones coloniales de Madrid en Puerto Rico y Cuba-, Roosevelt se tomó Panamá y consolidó la hegemonía estadounidense en América Central y en el norte de América del Sur.
No por coincidencia, la Colombia posterior al 3 de noviembre de 1903 fue -durante el Siglo XX- una nación introvertida, ensimismada y de bajo perfil en las relaciones internacionales. Un "Tibet suramericano", alcanzó a decir el ex presidente (Alfonso) López Michelsen. Justo cuando Estados Unidos se erigió como el gran poder del hemisferio, las relaciones de Colombia con la estrella polar quedaron enmarcadas por el conflicto y las heridas abiertas por el apoyo del presidente Roosevelt a los independentistas. Se necesitaron dos décadas, hasta que el Tratado Urrutia-Thompson -que normalizó los vínculos con una compensación de 25 millones de dólares y la concesión de derechos de tránsito a perpetuidad para navíos colombianos- entró en vigor en 1921. No sin antes pasar complejos procesos de negociación y largos debates en los respectivos Congresos. El de Colombia tuvo que ver, incluso, con la renuncia del presidente Marco Fidel Suárez, artífice del mencionado Tratado.
Y el paradójico resultado de esa historia de conflicto fue una larga subordinación de Colombia a Estados Unidos. Contradictorio, pues los sucesos de 1903 habían generado un profundo sentimiento antiyanqui entre los colombianos. Pero la visión pragmática de Suárez le dio un rumbo al país, cuyo norte estaba fijado por el significado económico de la compensación y de lo que vino con ella: la Misión Kemmerer, los empréstitos de la "prosperidad a debe" para darles un gran impulso a las obras públicas en la década de los 20, y la llegada de compañías estadounidenses como la United Fruit Company a las bananeras.
Durante el siglo XX, Panamá fue también una pieza importante de la política exterior colombiana, y de los esfuerzos de varios gobiernos por guardar algunas distancias con Washington o, por lo menos, fortalecer nuestra capacidad de negociación. Como el apoyo que le dio la administración López Michelsen al gobierno del general Omar Torrijos para lograr la devolución del Canal, finalmente sellada mediante los tratados Torrijos-Carter de 1977. Lo cual fue posible gracias a la audaz decisión de renunciar a los derechos especiales con que había sido compensada Colombia -obstáculo para la negociación entre Panamá y Washington-, que posteriormente fueron devueltos, ya no como concesión imperial, sino por nuestra situación de vecindad. O el Grupo de Contadora, desde el cual, en la administración de Belisario Betancur, cuatro países que enmarcan la cuenca del Caribe ejecutaron una diplomacia dirigida a sacar el conflicto centroamericano de la limitante lógica Este-Oeste y a ponerlo en manos de los gobernantes autóctonos.
Hoy, cien años después, hay evidentes paralelos históricos. La separación de Panamá, al comenzar el siglo XX, no está desligada del estado de postración en que dejó a Colombia la Guerra de los Mil Días. En los comienzos del XXI, el conflicto interno persiste: ya no se trata de liberales y conservadores, sino de la confrontación con grupos guerrilleros y paramilitares. Pero todavía la violencia debilita nuestra posición internacional y nos conduce a una política exterior subordinada. Hay diferencias, y grandes, entre la danza de los millones que siguió al Urrutia-Thompson y el actual Plan Colombia. Pero ambos son reflejos de la vulnerabilidad externa que genera la violencia interna".
El Tiempo de Bogotá estuvo en Panamá para averiguar cómo les transmiten a los niños de edad escolar la historia de su separación, en 1903, de Colombia.
Las razones expuestas a los escolares panameños son las que desde primarias nuestros maestros nos enseñaron: Colombia no atendía las necesidades del departamento de Panamá y peor aún rechazo la firma del Tratado Herrán-Hay, que autorizaba la construcción del canal a Estados Unidos.
Eulibiades Chérigo, supervisor nacional de Geografía e Historia de Educación Media Académica, del Ministerio de Educación, al ser cuestionado por el periodista colombiano sobre cómo le enseñaron la historia de la separación, respondió que "como un cuento: en el momento en que los liberales y conservadores estaban trenzados en la Guerra de los Mil Días, los istmeños dijeron: "No vamos a ser más colombianos, vamos a ser panameños". Pero no se transmite una idea de Colombia negativa. De lo que se hablaba era del sueño de Bolívar, de un conflicto de fronteras. Hoy hablamos del principio de autodeterminación de los pueblos. Y sentimos hacia Colombia una gran hermandad", dice.
Para los colombianos, se trata de un traidor y así lo manifiesta El Tiempo en su edición del pasado 23 de octubre cuando titula "General Esteban Huertas, el colombiano traidor".
En su publicación, el diario colombiano apunta que Huertas "fue pieza clave en la emancipación de Panamá al capturar a sus generales compatriotas que iban a evitar el golpe".
Agrega que "los panameños acordaron con él que permitiría que los golpistas actuaran sin restricción, deteniendo a los generales colombianos Juan B. Tovar y Ramón G. Amaya en el Cuartel de Chiriquí, ubicado en Las Bóvedas. Ellos comandaban un batallón que defendería la soberanía ante una inminente invasión de Nicaragua".
Para los panameños, definitivamente un héroe. Allí, en las Bóvedas, donde hace cien años detuvo a Tovar y Amaya, hoy se erige un paseo en su honor "El Paseo Esteban Huertas", que perdurará como símbolo de la gratitud y respeto de todos los panameños.
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