Alfredo Oranges y el PRD
Publicado 1998/07/13 23:00:00
Nadie se atrevió a hablar públicamente de expulsarlo del partido, hasta que hace poco el presidente de la República, Ernesto Pérez Balladares, que impulsa su propia reelección, planteó la posibilidad de juzgarlo disciplinariamente por oponerse a la línea política del gobernante Partido Revolucionario Democrático (PRD). Desde entonces se escuchan dentro del colectivo voces aisladas clamando por su expulsión, sin que surja todavía el temido calificativo de traidor.
Hasta hace poco, Alfredo Oranges había llevado adelante una cuidadosa disidencia de la línea política del mandatario, quien también es secretario general del Partido. Algo así como hacer volteretas gimnásticas con ojos vendados y a orilla del precipicio.
Obviamente, había pesado en su cautelosa actitud crítica a Pérez Balladares, el férreo control que el último ha tenido sobre el PRD, caracterizado por una extraña mezcla de recompensa y castigo, a la más fiel ortodoxa de Pavlov. Cualquier error de cálculo lo precipitaría al vacío.
Un popular legislador, Mario Miller, fue expulsado de su curul cuando apenas se iniciaban las investigaciones por un supuesto caso de extorsión fiscal. Algunos vieron su caso como un claro mensaje a quienes dentro del partido desafiaran la línea presidencial.
Los cuatro primeros años de la administración de Pérez Balladares se han caracterizado por el incondicional control del Ejecutivo sobre la Asamblea Legislativa.
A lo anterior se ha sumado una oposición política débil y por momentos inexistente, incapaz de crear alternativas y mantener un mínimo de unidad y coherencia, creando sin saberlo su propio vacío, que Oranges se apresuró a llenar con su propuesta, en un experimento nuevo en nuestro medio, en el que de el partido dominante genera su propia alternativa de oposición en ausencia de una oposición legítima.
Hasta allí todo marchaba bien para Oranges. El PRD parecía incluso complacido de tenerlo como prueba de pluralismo democrático interno, contrario a la tradicional disciplina impuesta desde los cuarteles, de la que fuera en su momento víctima el propio Pérez Balladares.
Pero en las últimas semanas algo debe haber cambiado. Quizás Oranges se tomó demasiado en serio su papel, o en verdad empezó a recibir apoyo velado del postergado sector del torrijismo ortodoxo, que ve en el desgaste del modelo neoliberal impuesto por el mandatario, su oportunidad de presentarse como opción de los desposeídos y de los sectores económicos marginados por el gobierno actual.
Por eso, no es de extrañar que el ejercicio democrático interno del PRD esté llegando a su final a pocos meses de haber sido iniciado. Ya se hablía de juzgarlo disciplinariamente de imponerse el "Sí" el 30 de agosto próximo, como si la democracia dependiera de quién ejerza el poder. Y mientras tanto, el país entero observa atentamente la jauría y sabrá distinguir en su momento dónde está la verdad y dónde la mentira.
Hasta hace poco, Alfredo Oranges había llevado adelante una cuidadosa disidencia de la línea política del mandatario, quien también es secretario general del Partido. Algo así como hacer volteretas gimnásticas con ojos vendados y a orilla del precipicio.
Obviamente, había pesado en su cautelosa actitud crítica a Pérez Balladares, el férreo control que el último ha tenido sobre el PRD, caracterizado por una extraña mezcla de recompensa y castigo, a la más fiel ortodoxa de Pavlov. Cualquier error de cálculo lo precipitaría al vacío.
Un popular legislador, Mario Miller, fue expulsado de su curul cuando apenas se iniciaban las investigaciones por un supuesto caso de extorsión fiscal. Algunos vieron su caso como un claro mensaje a quienes dentro del partido desafiaran la línea presidencial.
Los cuatro primeros años de la administración de Pérez Balladares se han caracterizado por el incondicional control del Ejecutivo sobre la Asamblea Legislativa.
A lo anterior se ha sumado una oposición política débil y por momentos inexistente, incapaz de crear alternativas y mantener un mínimo de unidad y coherencia, creando sin saberlo su propio vacío, que Oranges se apresuró a llenar con su propuesta, en un experimento nuevo en nuestro medio, en el que de el partido dominante genera su propia alternativa de oposición en ausencia de una oposición legítima.
Hasta allí todo marchaba bien para Oranges. El PRD parecía incluso complacido de tenerlo como prueba de pluralismo democrático interno, contrario a la tradicional disciplina impuesta desde los cuarteles, de la que fuera en su momento víctima el propio Pérez Balladares.
Pero en las últimas semanas algo debe haber cambiado. Quizás Oranges se tomó demasiado en serio su papel, o en verdad empezó a recibir apoyo velado del postergado sector del torrijismo ortodoxo, que ve en el desgaste del modelo neoliberal impuesto por el mandatario, su oportunidad de presentarse como opción de los desposeídos y de los sectores económicos marginados por el gobierno actual.
Por eso, no es de extrañar que el ejercicio democrático interno del PRD esté llegando a su final a pocos meses de haber sido iniciado. Ya se hablía de juzgarlo disciplinariamente de imponerse el "Sí" el 30 de agosto próximo, como si la democracia dependiera de quién ejerza el poder. Y mientras tanto, el país entero observa atentamente la jauría y sabrá distinguir en su momento dónde está la verdad y dónde la mentira.
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