Alicia en Chile
Publicado 2001/02/23 00:00:00
Santiago de Chile (AIPE)- Es muy improbable que desde que el ingenioso Lewis Carroll mandó a Alicia a pasar por ese famoso espejo, ya hace 136 años, haya habido otro mundo tan inverosímil como el Chile de hoy. En Chile, los que salvaron a su país no sólo de la ruina económica y la descomposición social, sino de un inminente y cruento fratricidio, están o en la cárcel o camino a la cárcel. En Chile, los que llevaron a su país a esa pesadilla no sólo andan sueltos, sino que son los perseguidores.
Pero lo grotesco de la demencia no termina ahí. Porque resulta que los que iniciaron y orquestaron la campaña de venganza en contra de los militares son nada menos que los comunistas (secundados, por cierto, por los socialistas, un partido que en la época de la UP era aún más violento que los comunistas). Para muchos, es una blasfemia escuchar a un comunista hablar de "derechos humanos". Déjeme ilustrar:
En 1997 salió publicado en Francia un libro que estremeció al público galo, y lo hizo por más o menos las mismas razones que estremeciera las conciencias del público chileno, o de casi cualquier otro público en el mundo. La obra se intitulaba "El Libro Negro del Comunismo: Crímenes, Terror, Represión", y fue escrito por seis investigadores. En su prefacio a la edición en inglés, el profesor Martin Malia escribió: "El récord comunista ofrece el caso más colosal de matanzas políticas en la historia". Pero para los franceses -para todos, menos los que habían tenido la "dicha" de vivir bajo el comunismo- la magnitud de sus atrocidades causó conmoción. A lo largo de más de 50 años, escribe, los crímenes de los nazis fueron (correctamente) condenados, los de los comunistas apenas mencionados.
"El estatus de ex comunista -escribe Malia- no conlleva estigma alguno, aun cuando no esté acompañado por una expresión de arrepentimiento... En el ámbito de los ex países comunistas, casi ninguno de los funcionarios responsables ha sido sometido a juicio, o siquiera castigado...". Incluso, son muchas veces vitoreados. ¿Existe alguna semejanza de esto con el Chile de hoy?
Una aclaración: Con esto no estoy ni negando ni restando importancia a los no cuestionados excesos perpetrados bajo el régimen militar. Y no dudo, tampoco, de que los deudos han sufrido y sufren por lo que pasó a sus familiares. Pero insisto también en que, con muy contadas excepciones, las víctimas no eran meros "opositores" o inocentes civiles -véanse, entre muchas evidencias, las beligerantes jactancias de Andrés Pascal Allende-, como suele aparecer en los medios de comunicación. No es el caso, tampoco, de que los voceros y los abogados sean "defensores de derechos humanos"; en el mejor de los casos, son defensores de su propia gente. ¿Cuándo ha sabido alguien de alguno de ellos brincando a la defensa de un carabinero o soldado muerto por aquellos "opositores?".
En su gran libro, "Reflections on a Ravaged Century", el historiador Robert Conquest cita las palabras de un ex dirigente ruso (y disidente después), Lev Kopelev: "Nuestra gran meta fue el triunfo universal del comunismo, y para lograrlo, todo fue permitido -mentir, robar, destrozar centenares de miles y hasta millones de personas, todos los que se nos oponían...". Un corolario, dice, es no perdonar -¡jamás!- a los que impedían su triunfo.
¿Cómo explicar, de otra manera, la implacable campaña de venganza que va en contra de toda experiencia, de toda filosofía, de cómo reconciliar una sociedad?
Los comunistas no buscan derrotar a un enemigo; buscan destrozarlo. Entendieron bien que para lograr su objetivo tenían primero que humillar -no tanto condenar, como humillar- al máximo líder de sus contrincantes, Augusto Pinochet Ugarte.
Una vez que vieron, en Londres, empezando en octubre de 1998, que podían hacer eso con impunidad, ampliaron sus ataques para abarcar una lista cada vez más grande de militares, de cada vez más rango, hasta llegar en estas últimas semanas a los mismos comandantes en Jefe de hoy.
Los formados en ideologías despóticas -y no ha habido, jamás, una más despótica que el comunismo- ven en la política "un instrumento de pasión... (hecha) para inflamar y dirigir el debate" (en la frase del filósofo político Michael Oakeshott). Agrega: Los que tenemos un respeto tradicional por la unidad y continuidad de una cultura privilegiamos una política que "frena, que baja la temperatura, que pacifica y reconcilia...".
Los incendiarios propician un mundo inverosímil. Pero, por desgracia, su mundo inverosímil, a diferencia del de Carroll, no es ficticio.
(c)www.aipenet.com
Periodista, fue director del Washington Times y del Miami News.
Pero lo grotesco de la demencia no termina ahí. Porque resulta que los que iniciaron y orquestaron la campaña de venganza en contra de los militares son nada menos que los comunistas (secundados, por cierto, por los socialistas, un partido que en la época de la UP era aún más violento que los comunistas). Para muchos, es una blasfemia escuchar a un comunista hablar de "derechos humanos". Déjeme ilustrar:
En 1997 salió publicado en Francia un libro que estremeció al público galo, y lo hizo por más o menos las mismas razones que estremeciera las conciencias del público chileno, o de casi cualquier otro público en el mundo. La obra se intitulaba "El Libro Negro del Comunismo: Crímenes, Terror, Represión", y fue escrito por seis investigadores. En su prefacio a la edición en inglés, el profesor Martin Malia escribió: "El récord comunista ofrece el caso más colosal de matanzas políticas en la historia". Pero para los franceses -para todos, menos los que habían tenido la "dicha" de vivir bajo el comunismo- la magnitud de sus atrocidades causó conmoción. A lo largo de más de 50 años, escribe, los crímenes de los nazis fueron (correctamente) condenados, los de los comunistas apenas mencionados.
"El estatus de ex comunista -escribe Malia- no conlleva estigma alguno, aun cuando no esté acompañado por una expresión de arrepentimiento... En el ámbito de los ex países comunistas, casi ninguno de los funcionarios responsables ha sido sometido a juicio, o siquiera castigado...". Incluso, son muchas veces vitoreados. ¿Existe alguna semejanza de esto con el Chile de hoy?
Una aclaración: Con esto no estoy ni negando ni restando importancia a los no cuestionados excesos perpetrados bajo el régimen militar. Y no dudo, tampoco, de que los deudos han sufrido y sufren por lo que pasó a sus familiares. Pero insisto también en que, con muy contadas excepciones, las víctimas no eran meros "opositores" o inocentes civiles -véanse, entre muchas evidencias, las beligerantes jactancias de Andrés Pascal Allende-, como suele aparecer en los medios de comunicación. No es el caso, tampoco, de que los voceros y los abogados sean "defensores de derechos humanos"; en el mejor de los casos, son defensores de su propia gente. ¿Cuándo ha sabido alguien de alguno de ellos brincando a la defensa de un carabinero o soldado muerto por aquellos "opositores?".
En su gran libro, "Reflections on a Ravaged Century", el historiador Robert Conquest cita las palabras de un ex dirigente ruso (y disidente después), Lev Kopelev: "Nuestra gran meta fue el triunfo universal del comunismo, y para lograrlo, todo fue permitido -mentir, robar, destrozar centenares de miles y hasta millones de personas, todos los que se nos oponían...". Un corolario, dice, es no perdonar -¡jamás!- a los que impedían su triunfo.
¿Cómo explicar, de otra manera, la implacable campaña de venganza que va en contra de toda experiencia, de toda filosofía, de cómo reconciliar una sociedad?
Los comunistas no buscan derrotar a un enemigo; buscan destrozarlo. Entendieron bien que para lograr su objetivo tenían primero que humillar -no tanto condenar, como humillar- al máximo líder de sus contrincantes, Augusto Pinochet Ugarte.
Una vez que vieron, en Londres, empezando en octubre de 1998, que podían hacer eso con impunidad, ampliaron sus ataques para abarcar una lista cada vez más grande de militares, de cada vez más rango, hasta llegar en estas últimas semanas a los mismos comandantes en Jefe de hoy.
Los formados en ideologías despóticas -y no ha habido, jamás, una más despótica que el comunismo- ven en la política "un instrumento de pasión... (hecha) para inflamar y dirigir el debate" (en la frase del filósofo político Michael Oakeshott). Agrega: Los que tenemos un respeto tradicional por la unidad y continuidad de una cultura privilegiamos una política que "frena, que baja la temperatura, que pacifica y reconcilia...".
Los incendiarios propician un mundo inverosímil. Pero, por desgracia, su mundo inverosímil, a diferencia del de Carroll, no es ficticio.
(c)www.aipenet.com
Periodista, fue director del Washington Times y del Miami News.
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