Así es la vida
- Carlos Estrada Aguilar
En el caso de los abogados, acumulamos una serie de enseñanzas y anécdotas, y muchas veces nos llenan de satisfacción ante el deber cumplido, cuando hemos sido honestos en nuestro ejercicio profesional. Es el caso que paso a contar.
Hace como diez años, un catedrático de la Universidad de Panamá de elevado prestigio me comunicó telefónicamente del interés que tenía de que le sirviera a un colega suyo, director de un colegio secundario, para que lo divorciara de su esposa de la cual estaba separado y que debía darse en el menor tiempo posible ya que su colega confrontaba serios problemas de salud que, según mi informante, lo tenían al borde de la muerte. Me hacía énfasis que confiaba en mi buena diligencia en favor de su amigo, porque lo que menos deseaba es que al morir, su esposa quedara como una sobreviviente en los beneficios por su estado de viudez, por inmerecida, me explicaba, por proporcionarle trato cruel.
El necesitado del divorcio me visitó en mi residencia y luego de haberme proporcionado sus datos generales y puesto a mi disposición las pruebas que traía consigo, convenimos en los honorarios a los cuales no puso reparo, y, muy nervioso siempre, me insistía, como aquel que había sido su enlace, de que era necesario que se divorciara antes de que falleciera, pues temía que la operación de cáncer que lo esperaba, con algunas complicaciones cardíacas lo hiciera fallecer en medio de la intervención quirúrgica.
Con ímpetu a su solicitud, esa misma noche preparé la demanda y la presenté al juzgado de familia en turno; supe después por viva voz del catedrático universitario, quien me llamó por teléfono para saber cómo iba la demanda, que la esposa de mi cliente, además de insultarlo con toda clase de improperios en su propio despacho en el colegio, se había presentado la circunstancia de que en forma inexplicable un día fue herido cuando todavía convivía con su cónyuge, con un proyectil de bajo calibre, estuvo hospitalizado y a pesar de ello, por seguir amando a su esposa, le firmó en su lecho de enfermo un documento en que le donaba la residencia en que ambos vivían, en el momento en que llegara a fallecer.
En el menor tiempo se logró el divorcio por la causal de trato cruel, pero estaba de por medio al documento de donación, el siguiente paso fue la de revocar el mismo por los medios legales por ingratitud, lo cual se logró. Debo concluir que ese cliente vive con muy buena salud en la actualidad y que aquel catedrático que diligenció en su favor, falleció repentinamente de un infarto. Así es la vida.
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