César Pereira Burgos
Publicado 2007/05/19 23:00:00
- Aristides Martínez Ortega
Fue uno de los más severos y atrevidos críticos de los militares y sus gobiernos, pero eso no cegó sus ojos políticos para ver con lucidez y claridad el camino político que conduciría el país a la democracia.
UNA TARDE del mes de enero o febrero, posiblemente en el año de 1958 cuando aún era estudiante de la Universidad de Chile, visité, en compañía de Álvaro Menéndez Franco, a Don Bonifacio Pereira. Desde antes, pero sobre todo en los años que estuvo al frente de la Biblioteca Nacional, el maestro concentró su trabajo en promover la cultura nacional, sobre todo la literatura panameña. Abrió las puertas de la Biblioteca Nacional a los escritores y artistas, pero su interés mayor fue apoyar a los jóvenes con inquietudes culturales. Por este propósito que fue el número uno en su agenda de trabajo se convirtió de hecho en el animador y asesor del histórico grupo Demetrio Herrera Sevillano, al cual ingresé siendo aún estudiante del Instituto Nacional. El maestro Pereira contó en su proyecto cultural con el respaldo del otro gran maestro, Diógenes de la Rosa.
Conversábamos esa tarde en el patio de la casa que Don Bonifacio había convertido en una huerta con flores y árboles de distintas frutas cuando apareció su hijo César comiéndose una tajada de sandía. Apenas nos saludó. Esa fue la primera vez que yo vi al hijo del maestro Pereira, con pocos años de haber regresado de Roma con un doctorado en Derecho, y tuve que disimular lo mal que me cayó. Muchos años después, comprobé que detrás de ese imagen de autosuficiencia antipática escondía César un ser tímido.
Comenzamos a tratarnos con frecuencia en los años primeros de la década del 60, cuando por iniciativa de alguien, no recuerdo quién, se unieron dos tertulias que se habían constituido en la ciudad capital, y que solían reunirse por separado los viernes y sábados en distintas casas de los participantes. No voy a mencionar nombres por no excluir involuntariamente a ningún amigo, y me limitaré a decir que yo estaba en una y él en la otra, pero al saber los de una y los de otra que teníamos un interés común, la cultura y el arte, decidimos que un día, viernes o sábados, compartiríamos juntos las copas para animar las apasionadas discusiones, inevitables entre gente que leía y pensaba. Los grupos se unieron más cuando Ricaurte Soler funda Tareas.
Así como Soler creyó que los intelectuales panameños tenía que contar con una publicación, César creyó que ellos, y los panameños que no estaban dispuesto a vincularse a la mediocridad política existente tenían que contar con un partido político nuevo y de izquierda. No tengo espacio para explicar las circunstancias que nos decidió aprovechar el interés que tuvo Demetrio Porras en renovar el partido socialista antes de retirarse de la vida pública, pero fue a través de César que llegó la invitación a tomar las riendas de ese partido. Discutimos el asunto, yo para nada convencido, y él convencido de la oportunidad de convertirlo en un partido socialista serio y moderno, y el final fue el ingreso de muchos profesionales y de intelectuales, en ese entonces jóvenes, cuyos nombres omitiré hoy porque ya están viegos, y es posible que para muchos sea el secreto mejor escondido. Los nuevos quedamos al frente del partido socialista y lo inscribimos para participar en las elecciones de 1960. Durante la inscripción, pude comprobar la capacidad de trabajo que tenía César y la pasión con que se entregaba a sus tareas políticas.
Nuestra primera actividad pública como políticos fue trasladarnos a la zona bananera de Bocas del Toro en donde los trabajadores se habían declarado en huelga. César, catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Panamá, también era especialista en Derecho Laboral, y su asesoría fue fundamental para que los obreros ganaran la huelga. Fue el primer triunfo obrero en las Bananeras.
Tomamos líneas distintas dentro del partido, en relación al tema de alianzas políticas con otros, y como no cumplió con la línea aprobada voté a favor de su expulsión del partido. A su regreso de Europa nos abrazamos y festejamos su regreso y nuestra inquebrantable amistad.
Frente a los hechos de 1968 estuvimos en posiciones diferentes, pero nunca divididos. Él vio los hechos con simpatía, en su comienzo; yo lo vi con antipatía. Cuando Torrijos toma las riendas las posiciones de ambos cambiaron.
Pasaron años, él en un lado y yo en el otro, políticamente, pero jamás dejamos de estar juntos, ya en su casa o su finca; ya en la mía, en donde era querido por mi familia. Nunca dejamos de discutir, ni nunca dejamos de abrazarnos.
De una conversación que tuvimos en su finca en Ocú, por el año de 1976, no estoy seguro, quedamos convencido ambos que se podía y se debía hacer algo por democratizar el país, pero eso no podía darse sin abandonar las posiciones sectarias, en un lado y en el otro. Hablé de eso con Rómulo Escobar, amigo de César, con quien siempre se encontraba en mi casa, (se trataban con evidente cariño) y Rómulo habló con Torrijos sobre el tema de una apertura democrática del régimen, por un lado, y la aceptación de los oposicionistas de trabajar con el gobierno en un plan que nos llevara a la democracia plena, aceptando Torrijos que se dieran los primeros pasos.
Yo diría que César Pereira Burgos fue uno de los más severos y atrevidos críticos de los militares y sus gobiernos, pero eso no cegó sus ojos políticos para ver con lucidez y claridad el camino político que conduciría el país a la democracia. Se sentó acompañado de Arnulfo Escalona a tratar con Rómulo Escobar, primero, y luego con Aristides Royo y Ricardo de la Espriella, después, los pasos a dar para que hubiese en Panamá una oposición representada en la Asamblea Nacional.
César y Arnulfo fueron dos de los políticos de oposición que le ganaron a los candidatos del gobierno militar en unas elecciones libres, y pasaron a ser dos de los primeros diputados que tuvo la oposición en la Asamblea Nacional.
Estas anécdotas las conocen muy pocos, y mi interés en divulgarlas es que quienes emitan fallos o sentencias sobre su actividad pública y política coloquen en la balanza lo positivo y lo que ellos consideren negativo, por lo demás, natural en un ser tan humano como fue César.
Vivió todo lo que pudo vivir espiritual y materialmente, y esa fortuna vital que siempre estaba a la vista lo convirtió en un hombre fascinante, hasta para sus enemigos.
César Pereira Burgos fue un hombre ejemplar en muchos aspectos. Los hombres que no luchan, no participan, no opinan, no se le juegan, no piensan, callan y se mantienen al margen, nunca cometen errores o, es mejor dicho, es imposible conocer sus errores.
En el cementerio, Jardín de Paz, vi una escena jamás antes vista, con un mensaje que habla por sí solo. Un campesino de Ocú tomó la palabra y dijo que por César él era hoy un profesional, y lloró sentidamente mientras su cuerpo lo bajaban "al fondo de la fosa»
los dos sepultureros/Un golpe de ataúd en tierra/es algo perfectamente serio".
Estos versos citados aparecieron en mi mente cerrando el párrafo final de este escrito. Su autor es Antonio Machado, y son de un poema titulado "En El Entierro De Un Amigo", poema que con frecuencia citábamos cuando hablábamos de poesías y poetas. Y ya que llegaron, hago mía las palabras de Machado para su amigo: "Y tú sin sombra ya, duerme y reposa, /larga paz a tus huesos, /Definitivamente/duerme un sueño tranquilo y verdadero".
Conversábamos esa tarde en el patio de la casa que Don Bonifacio había convertido en una huerta con flores y árboles de distintas frutas cuando apareció su hijo César comiéndose una tajada de sandía. Apenas nos saludó. Esa fue la primera vez que yo vi al hijo del maestro Pereira, con pocos años de haber regresado de Roma con un doctorado en Derecho, y tuve que disimular lo mal que me cayó. Muchos años después, comprobé que detrás de ese imagen de autosuficiencia antipática escondía César un ser tímido.
Comenzamos a tratarnos con frecuencia en los años primeros de la década del 60, cuando por iniciativa de alguien, no recuerdo quién, se unieron dos tertulias que se habían constituido en la ciudad capital, y que solían reunirse por separado los viernes y sábados en distintas casas de los participantes. No voy a mencionar nombres por no excluir involuntariamente a ningún amigo, y me limitaré a decir que yo estaba en una y él en la otra, pero al saber los de una y los de otra que teníamos un interés común, la cultura y el arte, decidimos que un día, viernes o sábados, compartiríamos juntos las copas para animar las apasionadas discusiones, inevitables entre gente que leía y pensaba. Los grupos se unieron más cuando Ricaurte Soler funda Tareas.
Así como Soler creyó que los intelectuales panameños tenía que contar con una publicación, César creyó que ellos, y los panameños que no estaban dispuesto a vincularse a la mediocridad política existente tenían que contar con un partido político nuevo y de izquierda. No tengo espacio para explicar las circunstancias que nos decidió aprovechar el interés que tuvo Demetrio Porras en renovar el partido socialista antes de retirarse de la vida pública, pero fue a través de César que llegó la invitación a tomar las riendas de ese partido. Discutimos el asunto, yo para nada convencido, y él convencido de la oportunidad de convertirlo en un partido socialista serio y moderno, y el final fue el ingreso de muchos profesionales y de intelectuales, en ese entonces jóvenes, cuyos nombres omitiré hoy porque ya están viegos, y es posible que para muchos sea el secreto mejor escondido. Los nuevos quedamos al frente del partido socialista y lo inscribimos para participar en las elecciones de 1960. Durante la inscripción, pude comprobar la capacidad de trabajo que tenía César y la pasión con que se entregaba a sus tareas políticas.
Nuestra primera actividad pública como políticos fue trasladarnos a la zona bananera de Bocas del Toro en donde los trabajadores se habían declarado en huelga. César, catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Panamá, también era especialista en Derecho Laboral, y su asesoría fue fundamental para que los obreros ganaran la huelga. Fue el primer triunfo obrero en las Bananeras.
Tomamos líneas distintas dentro del partido, en relación al tema de alianzas políticas con otros, y como no cumplió con la línea aprobada voté a favor de su expulsión del partido. A su regreso de Europa nos abrazamos y festejamos su regreso y nuestra inquebrantable amistad.
Frente a los hechos de 1968 estuvimos en posiciones diferentes, pero nunca divididos. Él vio los hechos con simpatía, en su comienzo; yo lo vi con antipatía. Cuando Torrijos toma las riendas las posiciones de ambos cambiaron.
Pasaron años, él en un lado y yo en el otro, políticamente, pero jamás dejamos de estar juntos, ya en su casa o su finca; ya en la mía, en donde era querido por mi familia. Nunca dejamos de discutir, ni nunca dejamos de abrazarnos.
De una conversación que tuvimos en su finca en Ocú, por el año de 1976, no estoy seguro, quedamos convencido ambos que se podía y se debía hacer algo por democratizar el país, pero eso no podía darse sin abandonar las posiciones sectarias, en un lado y en el otro. Hablé de eso con Rómulo Escobar, amigo de César, con quien siempre se encontraba en mi casa, (se trataban con evidente cariño) y Rómulo habló con Torrijos sobre el tema de una apertura democrática del régimen, por un lado, y la aceptación de los oposicionistas de trabajar con el gobierno en un plan que nos llevara a la democracia plena, aceptando Torrijos que se dieran los primeros pasos.
Yo diría que César Pereira Burgos fue uno de los más severos y atrevidos críticos de los militares y sus gobiernos, pero eso no cegó sus ojos políticos para ver con lucidez y claridad el camino político que conduciría el país a la democracia. Se sentó acompañado de Arnulfo Escalona a tratar con Rómulo Escobar, primero, y luego con Aristides Royo y Ricardo de la Espriella, después, los pasos a dar para que hubiese en Panamá una oposición representada en la Asamblea Nacional.
César y Arnulfo fueron dos de los políticos de oposición que le ganaron a los candidatos del gobierno militar en unas elecciones libres, y pasaron a ser dos de los primeros diputados que tuvo la oposición en la Asamblea Nacional.
Estas anécdotas las conocen muy pocos, y mi interés en divulgarlas es que quienes emitan fallos o sentencias sobre su actividad pública y política coloquen en la balanza lo positivo y lo que ellos consideren negativo, por lo demás, natural en un ser tan humano como fue César.
Vivió todo lo que pudo vivir espiritual y materialmente, y esa fortuna vital que siempre estaba a la vista lo convirtió en un hombre fascinante, hasta para sus enemigos.
César Pereira Burgos fue un hombre ejemplar en muchos aspectos. Los hombres que no luchan, no participan, no opinan, no se le juegan, no piensan, callan y se mantienen al margen, nunca cometen errores o, es mejor dicho, es imposible conocer sus errores.
En el cementerio, Jardín de Paz, vi una escena jamás antes vista, con un mensaje que habla por sí solo. Un campesino de Ocú tomó la palabra y dijo que por César él era hoy un profesional, y lloró sentidamente mientras su cuerpo lo bajaban "al fondo de la fosa»
los dos sepultureros/Un golpe de ataúd en tierra/es algo perfectamente serio".
Estos versos citados aparecieron en mi mente cerrando el párrafo final de este escrito. Su autor es Antonio Machado, y son de un poema titulado "En El Entierro De Un Amigo", poema que con frecuencia citábamos cuando hablábamos de poesías y poetas. Y ya que llegaron, hago mía las palabras de Machado para su amigo: "Y tú sin sombra ya, duerme y reposa, /larga paz a tus huesos, /Definitivamente/duerme un sueño tranquilo y verdadero".
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