Debate moral sobre la clonación humana
Publicado 2000/12/17 00:00:00
- San José
Ex Vicepresidente de la República
En dos oportunidades he comentado los estudios de bioética del Profesor Roberto Hernández, específicamente sobre el aborto y la eutanasia. Aunque no concuerdo con sus conclusiones, reconozco la seriedad y ecuanimidad con las que expone su posición. El Profesor Hernández demuestra así su disciplina y su integridad como filósofo.
Ahora comento su disertación intitulada "El Debate Moral sobre la Clonación Humana". Gracias a su gentileza, pude leer su texto.
Comenzó explicando la clonación por transferencia nuclear, como en el famoso caso primerizo de la ovejita llamada Dolly. Consistió en la transferencia del material genético del núcleo de la célula mamaria de una oveja, a un óvulo de otra oveja vaciado de su material genético, lo cual provocó el desarrollo de un embrión, luego implantado en el útero de una tercera oveja. Así nació Dolly. Lo más asombroso es que la clonación de Dolly no se obtuvo de células embrionarias, consideradas células madres por su "totipotencia" o su capacidad para transformarse en tejidos y órganos de cualquier tipo. Se obtuvo a partir de una célula somática adulta ya diferenciada, que según la ciencia biológica no podía tener "totipotencia".
Evidentemente, la clonación animal lograda hace pensar que será tan sólo una cuestión de tiempo para que los científicos puedan lograr la clonación de seres humanos. Y ello plantea muy graves opciones morales. Inicial y casi instintivamente la reacción fue de rechazo casi total a esta posibilidad de parte de Jefes de Estado, de la Organización Mundial de la Salud, de la UNESCO, del Parlamento Europeo y especialmente de las Iglesias. Pero después de tres años, las opiniones han comenzado a variar significativamente.
Se establece, según Hernández, una distinción entre dos tipos de clonación humana. El primer tipo es la terapéutica, cuya finalidad es clonar embriones humanos para obtener células embrionarias que permitan el tratamiento de muchas enfermedades, tales como la diabetes, el Parkinson y Alzheimer. En este tipo, el embrión humano que se desarrolla no se implantaría en el útero de una mujer, sino se destruiría para obtener células madres, que después de cultivarse en un laboratorio podrían producir cualquier tipo de tejido adulto, el cual sería transplantado al paciente sin rechazo inmunológico, por ser genéticamente idéntico al de su propio cuerpo. El segundo tipo de clonación es para fines propiamente reproductivos. En el mismo se implantaría el embrión humano en el útero de una mujer hasta que ésta diera a luz
En el debate moral correspondiente, se tipifican tres posiciones básicas. La que Hernández califica de conservadora, porque rechaza cualqier tipo de clonación humana. La que él califica de moderada, porque considera moralmente aceptable la clonación terapéutica cuando se trata de destruir embriones en los primeros 14 días de su desarrollo. Y la que él califica de liberal, porque juzga permisible cualquier tipo de clonación una vez superados ciertos obstáculos técnicos.
Existe todavía, según Hernández, dificultad en adoptar definitivamente una posición, puesto que no se conocen aún toda las implicaciones científicas (y yo añadiría humanas) de la clonación humana, ya que ninguna persona ha sido clonada hasta la fecha. El grueso de su reflexión, sin embargo, se concentra en la crítica a la posición conservadora.
El principal argumento de dicha posición contra la clonación consiste en afirmar que la misma atenta contra la individualidad y la singularidad de la persona, a la que todo ser humano tiene un derecho natural. Hernández considera el argumento falso, porque aunque la persona clonada comparta los mismo genes del donante, otros factores influyen en el desarrollo y la individuación del clon: por ejemplo, los genes que pertenecen a la parte del óvulo llamado la mitocondría, el ambiente uterino en donde se implanta el embrión y el ambiente en el que ha de vivir el ser clonado una vez nazca.
Hernández descalifica demasiado rápidamente este argumento. En efecto, si la individuación y la singularidad naturales de una persona dependen de una serie de factores, la ausencia de uno de ellos -y no de los menores- la podría sin duda comprometer, aunque no la eliminara del todo. Terminaríamos con seres humanos mucho menos individualizados y singulares en su corporeidad orgánica. ¿ Al reducirse la base de su individuación, serían acaso estos individuos menos personas?
El segundo argumento en contra de la clonación humana es el principio kantiano según el cual nunca es lícito moralmente tratar a un ser humano como mero medio o instrumento. Incluso la clonación reproductiva, probablemente involucraría el sacrificio de muchos embriones humanos antes de obtener uno viable. Y es evidente que en la clonación terapéutica se desarrollarían embriones humanos para destruirlos y obtener de ellos las células embrionarias.
Hernández condiciona la validez de este argumento a que se considere el embrión un ser humano con derechos desde su concepción. Pero él adopta la posición de que en los primeros 14 días, antes de llegar "a implantarse en el útero, (lo que hay) es una masa amorfa e indeferenciada de células" que "no puede experimentar ni placer ni dolor, o sentir nada ya que no tiene ni los comienzos de un sistema nervioso central". En consecuencia, frente a lo que él llama el "pre-embrión", no sabemos siquiera si estamos ante uno o varios individuos (casos de mellizos o trillizos). No tiene sentido hablar de un ser humano con derechos en estas circunstancias, pues sería "una pura potencialidad" sin ninguna dirección fija hacia nada que pueda definirlo.
Creo que esta crítica del Profesor Hernández no es decisiva. Eso que él llama "una pura potencialidad", es una real y efectiva potencialidad de un ser humano, no de un vegetal o de un animal, es decir una realidad positivamente orientada a desarollarse en una persona y por ello abarca positivamente, aunque de una manera todavía potencial, todas las virtudes y limitaciones de una ser humano, incluso su irreductible dósis de misterio. Y en esa medida estamos ante una expresión, muy incipiente, muy rudimentaria, muy frágil, pero no por eso menos real de lo sagrado.
¿Cuándo la sonrisa apenas se esboza mucho antes de prorrumpir en la carcajada, cuándo el afecto apenas se conmueve mucho antes de expresarse en el amor apasionado y oblativo, cuándo la intuición apenas se insinúa mucho antes de configurarse en idea clara y segura según los cánones cartesianos, quién se atrevería a eliminarlos porque no son todavía ni alegría, ni ágape, ni sabiduría, sino sólo su potencialidad?
Por último, en su crítica de la posición conservadora, el Profesor Hernández argumenta contra el concepto de lo que es o no es "natural", afirmando que "nunca está
claro que es lo que se entiende por `natural´ y por qué lo que es `natural´ es necesariamente bueno y lo que no es `natural´ malo?" Me pregunto si, en vez de concentrar su atención en las fronteras imprecisas del concepto de "natural" para criticarlo, no sería más provechoso que el Profesor Hernández reconociera la dificultad en concebir en concreto la vida humana, con sus interminables opciones y alternativas, si prescindiéramos por completo de un criterio de lo "natural". Un criterio semejante, aunque muchas veces tenemos dificultad en formularlo explícitamente, no por eso deja de guiarnos en lo que Santo Tomás de Aquino llama nuestros juicios morales por "connaturalidad". ¿Cuánta brutalidad, barbarie, salvajismo, crueldad y crimen no introduciríamos permisiva y tolerantemente en nuestras vidas si nos deshiciéramos de la convicción de que como personas estamos dotados de una naturaleza humana, de que en virtud de la misma buscamos y escogemos ciertos fines que valoramos como buenos y evitamos otros que valoramos como malos, de que por ella tenemos derechos y deberes humanos irrenunciables y de que ese orden que introducimos en nuestras vidas no es arbitrario, sino responde a nuestra racionalidad constitutiva, la que hace que seamos y actuemos racionalmente con un propósito que le da, mejor aún le descubre el sentido a nuestra vida? Sin ningún criterio de lo que es natural perdemos nuestra identidad como seres humanos y perdemos al mismo tiempo la conciencia de los orginalidad de lo que es cultura para nosotros y cómo podemos orientarnos a partir de la natura en las aventuras de la cultura que nos perfeccionan.
El Profesor Hernández que en materia de aborto y de eutanasia ha mantenido una posición filosófica más bien moderada, en materia de clonación humana tiende hacia una posición más bien liberal. Pero la condiciona. "La clonación terapéutica..., dice, sería moralmente permisible solamente si no hubiesen otras alternativas para obtener los efectos terapéuticos de las células madres de embriones". Con toda franqueza no entiendo esta reserva desde el punto de vista del Profesor Hernández. Si durante los primeros 14 días el "pre-embrión" es sólo "una masa amorfa e indeferenciada de cédulas", "pura potencialidad" desde el punto de vista humano, sin ningún derecho, no entiendo por qué le preocupa proceder libremente a su destrucción para obtener células embrionarias. l considera el "pre-embrio" valioso por su potencial, pero no estima que supera el umbral de valor humano que ameritaría en su caso el respeto al principio kantiano.
Pienso que la sensibilidad moral del Profesor Hernández ha limitado el extremo al que lo lleva su ejercicio autosuficiente de la racionalidad. Y este escrúpulo -en el mejor sentido del término- lo debiera invitar a plantearse un problema de fondo, a saber si la razón por si sola puede dilucidar todas las dramáticas dimensiones de la vida humana, tanto de las raíces de la vida como de los horizontes de la muerte. El hecho de que se pueda realizar un análisis exclusivamente racional de un problema de la vida humana, no garantiza de que dicho análisis sea exhaustivo ni de que podamos decidir el curso de nuestra vida sobre este particular sólo a la luz de nuestra racionalidad. ¿No sería ésta la oportunidad de plantearse si nuestra razón, de por sí limitada y de hecho sujeta al influjo de los apasionamientos, del ensimismamiento y del mal no necesita y se puede beneficiar de una luz diferente y superior?
El aborto, la eutanasia y la clonación, porque tocan al meollo de la vida humana, son temas refractarios a una racionalismo excluyente. Exigen más bien lo que llamaría una racionalidad incluyente o integral, que siendo crítica de sus propias estrecheces, ahonde y amplíe sus perspectivas gracias a una fe religiosa que no la deniegue, sino la enaltezca.
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