Panamá
Divina obediencia
Obediencia, obedecer, obediente. Reglas, órdenes, mandatos. Castigos, regaños, crímenes. Estamos educados por los que imponen y encadenados a los que someten.
- Alonso Correa
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- - Actualizado: 23/8/2023 - 12:00 am
Obediencia, obedecer, obediente. Reglas, órdenes, mandatos. Castigos, regaños, crímenes. Estamos educados por los que imponen y encadenados a los que someten. Tenemos miles de prohibiciones, demasiadas leyes, principios y postulados, que nos retienen, demandas de una civilidad pulcra que, a pesar de la repetición cansina de los grupos dominantes, algunos siguen saltándose.
Nos enseñaron a fuego que las reglas están para respetarse, para obedecerse; nos han repetido que a este mundo vinimos a acatar toda imposición que recaiga sobre nosotros. Nos hemos arrancado la rebeldía del corazón, hemos alienado la lógica de nuestro cerebro, nos hemos adherido al rebaño con una sonrisa. Supone un doloroso descubrimiento el reconocer las falacias de un rebelde, los problemas que la soledad se despierta dentro de los que se sublevan. La apatía y la ansiedad, la depresión y la duda; no son sino síntomas de una misma pregunta: ¿vale la pena? Y la única respuesta es gritar que sí, que la desobediencia siempre merecerá la pena.
Y no me refiero a la desobediencia criminal, al libertinaje hedonista de aquellos que no pueden ponerse en los zapatos del prójimo. Esa clase de desobediencia, esa rebeldía regurgitada del aprendizaje por imitación no es más que los coletazos de los que no tienen un oleaje eléctrico en la cabeza. Esa rebeldía proviene de la concupiscencia más abyecta, de la falta de educación, del fracaso de la literalidad. La delincuencia, el pandillerismo, la corrupción, el crimen en general son las señales de la inestabilidad de la propia rebeldía.
El camino del mal está plagado por oposiciones discretas. La rebeldía peatonal, la desobediencia facinerosa es un cáncer que no se puede dejar ganar. Los esclavos de la rebeldía delincuencial son ciegos ante el Leviatán de la obediencia del capital ajeno, las adicciones y la Parca. Son obedientes, aunque ellos no lo vean así, a un status quo preestablecido, a unas reglas predefinidas, a un estilo de vida sometido a reglas. Entonces porque conformarse a seguir las reglas y obligaciones de un camino errado, fallido y torcido cuando la libertad del rebelde está en la realidad de su propia consciencia.
Pero la verdadera rebeldía, el verdadero hombre rebelde es aquel, como lo explica Camus, que, de manera abnegada, se defiende ante las órdenes crueles de los mandatarios soeces. Las respuestas de las más grandes cuestiones filosóficas, como lo descubrió Chesterton, se hallan dentro de las voces de la Iglesia Católica.
Así como el arzobispo Marcel Lefevbre que declaró, con una facilidad sorprendente y una certeza asombrosa, que "Los principios que determinan la obediencia son tan conocidos y conformes a la sana razón y al sentido común que nos podemos preguntar cómo algunas personas inteligentes pueden afirmar que 'prefieren equivocarse con el Papa que estar en la verdad en contra del Papa. Esto no es lo que nos enseña la ley natural ni el magisterio de la Iglesia. La obediencia supone una autoridad que da una orden o prescribe una ley.
Los hombres investidos de poder, inclusive si lo han sido por Dios, sólo tienen autoridad para permitir a sus subordinados que alcancen la finalidad asignada por Dios. Por consiguiente, cuando una autoridad usa su poder en contra de la ley natural o divina, no tiene derecho de ser obedecida y debe desobedecérsele”. Y es que con sermones de este calibre, con las más amplias reflexiones sobre la condición humana, un mero aficionado al pensamiento no puede agregar nada más. Solo puedo dejar una última frase, un último extracto de otro mastodonte de las letras, ese que ya he mencionado, G. K. Chesterton. Recordad que al entrar a una Iglesia “hay que quitarse el sombrero, pero no la cabeza”.
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