El 20 y el 31 de diciembre de 1999
Publicado 1999/12/19 00:00:00
- San José
Analizo lo que representó el 20 de diciembre hace 10 años y representa el próximo 31 de diciembre. Destaco cómo paradójicamente estos eventos han estado vinculados y cómo han de conjugarse los ideales democráticos de quienes luchamos contra la dictadura con los ideales nacionalistas de quienes formalizaron los Tratados Torrijos-Carter, de cara al segundo siglo desde nuestra independencia.
Mañana lunes se conmemora el décimo aniversario de la invasión norteamericana y el viernes de la semana siguiente, celebraremos la transferencia efectiva del Canal a Panamá. Parecieran dos fechas contrapuestas y en un sentido muy real lo son. La primera marca el momento más oscuro desde el punto de vista de nuestra soberanía nacional y la segunda el momento más luminoso.
El primer evento fue un trauma provocado por otro trauma. En efecto, a raíz de la radical denegación militarista de la voluntad popular expresada en las elecciones del 6 de mayo de 1989, la culminación de la dictadura bajo el General Noriega provocó el atentado más dramático en contra de nuestra soberanía. Se reafirmó así la intuición profunda de la Revoluciones Francesa y Americana de fines del siglo XVIII, según la cual en el mundo moderno la raíz y el sostén del Estado nacional es la libre autodeterminación de un pueblo. Cuando la soberanía popular se deniega, la soberanía nacional se compromete. Por ello, dicha provocación fue el peor de los crímenes de la dictadura, porque fue contra toda la nación y puso en peligro de involución su identidad e incluso su existencia.
Por lo contrario, el segundo evento es la realización consumada de los esfuerzos de todas las generaciones republicanas del siglo XX, e incluso de generaciones de panameños del siglo XIX, que aspiramos, trabajamos y luchamos por configurar una Estado nacional plenamente soberano y fundamentalmente responsable por su destino. Compartimos así, el proceso descolonizador que se difundió en el mundo a partir de la Segunda Guerra mundial y que culminó con la desintegración del imperio soviético a partir de 1989.
La plena panameñización del Canal consagra nuestra existencia e identidad y nos coloca, al borde de iniciar nuestro segundo siglo republicano, ante la potencialidad y el reto de una evolución con un nuevo horizonte de oportunidades y esperanza. Todo un pueblo ha cumplido así con un cometido fundamental de su convivencia: 1821, inicio de nuestra gesta independentista; 1903, realización de nuestra independencia bajo condiciones limitantes, y 1999, perfeccionamiento de nuestra independencia a través de la plena panameñización del Canal. Con el orgullo de una independencia perfeccionada, podemos ahora asumir nuestras responsabilidades como pueblo adulto, de cara a nuestras propias aspiraciones de desarrollo humano sustentable, en una América Latina y en un mundo que se transforman vertiginosamente.
Lo profundamente paradójico de nuestra experiencia nacional es que estos dos eventos estuvieron vinculados históricamente y espiritualmente. Cuando se produjo la intervención estuvo a punto de iniciarse la invalidación de los Tratados Torrijos-Carter. En efecto, de acuerdo con dichos tratados, Panamá debía proponer a los Estados Unidos al primer Administrador panameño del Canal, para que tomara posesión el 1 de enero de 1990. Pero con la anulación arbitraria de las elecciones del 6 de mayo de 1988, el cese de toda apariencia de gobierno constitucional el 1 de septiembre de ese mismo año, la usurpación completa del poder público por el General Noriega y su declaración del país en estado de guerra contra los Estados Unidos -en resumen el paroxismo de la sin razón dictatorial-, era evidente que los Estados Unidos desconocería la propuesta de Tomás Altamirano Duque, por Noriega, como primer Administrador panameño del Canal. Los Estados Unidos, de hecho, le solicitó al Subadministrador, Fernando Manfredo, que asumiera las funciones en ausencia de un Administrador titular. Sin embargo, de haberse consumado y prolongado este desconocimiento formal de los Tratados Torrijos-Carter, era sólo cuestión de tiempo antes de que la opinión pública norteamericana obligara a sus gobernantes a abrogarlos unilateralmente.
Pero la finalización de la dictadura militar, antes del 1 de enero de 1990, impidió esta eventualidad. Además, cuando la nómina presidencial que había ganado las elecciones de mayo de 1989, fue informada por los E.U. de la decisión de intervenir militarmente, tomó la decisión de juramentarse como Ejecutivo nacional, evitando así un gobierno de ocupación. Y rehusó la sugerencia de los E.U. de que solicitara la intervención aún después de que la decisión de efectuarla había sido tomada. Adicionalmente, evitamos proponer que en su lugar los E.U. invocaran los Tratados Torrijos-Carter como justificación de su intervención. Gracias a Dios, Estados Unidos nunca lo hizo, pues los hubiera desvirtuado
Aún en ese trágico momento para nuestra soberanía, de una parte y de otra, se evitó cualquiera palabra o gesto que afectara la vigencia de los Tratados Torrijos-Carter. Y el Gobierno del Presidente Endara nunca aceptó siquiera discutir el tema de la continuación de bases militares más allá del año 2,000. Mantuvimos la tesis del cumplimiento estricto de los Tratados Torrijos-Carter, para salvaguardar su gran logro, la fecha de entrega del Canal
Comprendimos vital y espiritualmente que en Panamá, democracia y soberanía nacional son inseparables. Por ello, vale la pena destacar que sólo gracias al establecimiento de una democracia que ha llegado a incluir a todos los panameños se ha hecho posible la plena panameñización del Canal.
Históricamente hablando, no se puede negar que el General Torrijos y quienes lo apoyaron, a pesar de los gravísimos daños que le infligieron a nuestro pueblo por la dictadura que le impusieron, contribuyeron sustancialmente a la plena panameñización del Canal internacionalizando nuestra reivindicación. Pero tampoco se puede negar que quienes luchamos contra la dictadura y establecimos el primer Gobierno democrático después de la intervención, no sólo contribuimos sustancialmente a la democratización de nuestro país, sino que además salvaguardamos en los peores momentos la vigencia de los tratados que permitieron esa plena panameñización.
Eusebio Morales escribía: "Nuestra alma nacional existe con elementos de grandeza, nobleza y patriotismo. Ella no se ha revelado todavía porque no se ha visto sometida a la prueba de la adversidad... ella posee la capacidad requerida para transformar nuestra humilde nacionalidad de hoy en un Estado vigoroso, próspero, civilizado y feliz..." Ya hemos tenido la prueba de la adversidad, en los traumas de la dictadura y de la intervención. Ahora han de expresarse los elementos de grandeza, nobleza y patriotismo.
Unos y otros hemos hecho el Panamá que ingresa al nuevo siglo y al nuevo milenio, un Panamá democrático y soberano sobre el Canal. Los designios de Dios son misteriosos: de nuestra experiencia la más dolorosa -dictadura e intervención- surgió nuestra realización la más cabal -democracia y soberanía-. Esos designios son sabios y debemos acatarlos en nuestras vidas. Ello significa, al comenzar el nuevo siglo y el nuevo milenio, que debemos "cubrir con un velo del pasado el calvario y la cruz". Pero más aún, nuestra victoria sólo la podemos consolidar y proyectar hacia el futuro "en el campo féliz de la unión", unión entre los bandos de la población en los que hemos estado dividido durante los últimos tiempos y unión en torno a los mejores ideales de unos y otros, para compartir la realidad de una democracia con plena soberanía e identidad nacional, por amor a Panamá.
Mañana lunes se conmemora el décimo aniversario de la invasión norteamericana y el viernes de la semana siguiente, celebraremos la transferencia efectiva del Canal a Panamá. Parecieran dos fechas contrapuestas y en un sentido muy real lo son. La primera marca el momento más oscuro desde el punto de vista de nuestra soberanía nacional y la segunda el momento más luminoso.
El primer evento fue un trauma provocado por otro trauma. En efecto, a raíz de la radical denegación militarista de la voluntad popular expresada en las elecciones del 6 de mayo de 1989, la culminación de la dictadura bajo el General Noriega provocó el atentado más dramático en contra de nuestra soberanía. Se reafirmó así la intuición profunda de la Revoluciones Francesa y Americana de fines del siglo XVIII, según la cual en el mundo moderno la raíz y el sostén del Estado nacional es la libre autodeterminación de un pueblo. Cuando la soberanía popular se deniega, la soberanía nacional se compromete. Por ello, dicha provocación fue el peor de los crímenes de la dictadura, porque fue contra toda la nación y puso en peligro de involución su identidad e incluso su existencia.
Por lo contrario, el segundo evento es la realización consumada de los esfuerzos de todas las generaciones republicanas del siglo XX, e incluso de generaciones de panameños del siglo XIX, que aspiramos, trabajamos y luchamos por configurar una Estado nacional plenamente soberano y fundamentalmente responsable por su destino. Compartimos así, el proceso descolonizador que se difundió en el mundo a partir de la Segunda Guerra mundial y que culminó con la desintegración del imperio soviético a partir de 1989.
La plena panameñización del Canal consagra nuestra existencia e identidad y nos coloca, al borde de iniciar nuestro segundo siglo republicano, ante la potencialidad y el reto de una evolución con un nuevo horizonte de oportunidades y esperanza. Todo un pueblo ha cumplido así con un cometido fundamental de su convivencia: 1821, inicio de nuestra gesta independentista; 1903, realización de nuestra independencia bajo condiciones limitantes, y 1999, perfeccionamiento de nuestra independencia a través de la plena panameñización del Canal. Con el orgullo de una independencia perfeccionada, podemos ahora asumir nuestras responsabilidades como pueblo adulto, de cara a nuestras propias aspiraciones de desarrollo humano sustentable, en una América Latina y en un mundo que se transforman vertiginosamente.
Lo profundamente paradójico de nuestra experiencia nacional es que estos dos eventos estuvieron vinculados históricamente y espiritualmente. Cuando se produjo la intervención estuvo a punto de iniciarse la invalidación de los Tratados Torrijos-Carter. En efecto, de acuerdo con dichos tratados, Panamá debía proponer a los Estados Unidos al primer Administrador panameño del Canal, para que tomara posesión el 1 de enero de 1990. Pero con la anulación arbitraria de las elecciones del 6 de mayo de 1988, el cese de toda apariencia de gobierno constitucional el 1 de septiembre de ese mismo año, la usurpación completa del poder público por el General Noriega y su declaración del país en estado de guerra contra los Estados Unidos -en resumen el paroxismo de la sin razón dictatorial-, era evidente que los Estados Unidos desconocería la propuesta de Tomás Altamirano Duque, por Noriega, como primer Administrador panameño del Canal. Los Estados Unidos, de hecho, le solicitó al Subadministrador, Fernando Manfredo, que asumiera las funciones en ausencia de un Administrador titular. Sin embargo, de haberse consumado y prolongado este desconocimiento formal de los Tratados Torrijos-Carter, era sólo cuestión de tiempo antes de que la opinión pública norteamericana obligara a sus gobernantes a abrogarlos unilateralmente.
Pero la finalización de la dictadura militar, antes del 1 de enero de 1990, impidió esta eventualidad. Además, cuando la nómina presidencial que había ganado las elecciones de mayo de 1989, fue informada por los E.U. de la decisión de intervenir militarmente, tomó la decisión de juramentarse como Ejecutivo nacional, evitando así un gobierno de ocupación. Y rehusó la sugerencia de los E.U. de que solicitara la intervención aún después de que la decisión de efectuarla había sido tomada. Adicionalmente, evitamos proponer que en su lugar los E.U. invocaran los Tratados Torrijos-Carter como justificación de su intervención. Gracias a Dios, Estados Unidos nunca lo hizo, pues los hubiera desvirtuado
Aún en ese trágico momento para nuestra soberanía, de una parte y de otra, se evitó cualquiera palabra o gesto que afectara la vigencia de los Tratados Torrijos-Carter. Y el Gobierno del Presidente Endara nunca aceptó siquiera discutir el tema de la continuación de bases militares más allá del año 2,000. Mantuvimos la tesis del cumplimiento estricto de los Tratados Torrijos-Carter, para salvaguardar su gran logro, la fecha de entrega del Canal
Comprendimos vital y espiritualmente que en Panamá, democracia y soberanía nacional son inseparables. Por ello, vale la pena destacar que sólo gracias al establecimiento de una democracia que ha llegado a incluir a todos los panameños se ha hecho posible la plena panameñización del Canal.
Históricamente hablando, no se puede negar que el General Torrijos y quienes lo apoyaron, a pesar de los gravísimos daños que le infligieron a nuestro pueblo por la dictadura que le impusieron, contribuyeron sustancialmente a la plena panameñización del Canal internacionalizando nuestra reivindicación. Pero tampoco se puede negar que quienes luchamos contra la dictadura y establecimos el primer Gobierno democrático después de la intervención, no sólo contribuimos sustancialmente a la democratización de nuestro país, sino que además salvaguardamos en los peores momentos la vigencia de los tratados que permitieron esa plena panameñización.
Eusebio Morales escribía: "Nuestra alma nacional existe con elementos de grandeza, nobleza y patriotismo. Ella no se ha revelado todavía porque no se ha visto sometida a la prueba de la adversidad... ella posee la capacidad requerida para transformar nuestra humilde nacionalidad de hoy en un Estado vigoroso, próspero, civilizado y feliz..." Ya hemos tenido la prueba de la adversidad, en los traumas de la dictadura y de la intervención. Ahora han de expresarse los elementos de grandeza, nobleza y patriotismo.
Unos y otros hemos hecho el Panamá que ingresa al nuevo siglo y al nuevo milenio, un Panamá democrático y soberano sobre el Canal. Los designios de Dios son misteriosos: de nuestra experiencia la más dolorosa -dictadura e intervención- surgió nuestra realización la más cabal -democracia y soberanía-. Esos designios son sabios y debemos acatarlos en nuestras vidas. Ello significa, al comenzar el nuevo siglo y el nuevo milenio, que debemos "cubrir con un velo del pasado el calvario y la cruz". Pero más aún, nuestra victoria sólo la podemos consolidar y proyectar hacia el futuro "en el campo féliz de la unión", unión entre los bandos de la población en los que hemos estado dividido durante los últimos tiempos y unión en torno a los mejores ideales de unos y otros, para compartir la realidad de una democracia con plena soberanía e identidad nacional, por amor a Panamá.
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