El hombre y la mujer en sociedad
Publicado 2000/07/26 23:00:00
- MEREDITH SERRACIN
Una nación civilizada se forma con hombres y mujeres cultos y correctos. El deber del hombre y la mujer, pues, es comportarse con mesura, orden y serenidad. Tanto el hombre como la mujer deben ser amigos de sus semejantes y seguros servidores desinteresados de la sociedad. En cada uno de los actos de la vida sacar limpio de mancha el propio nombre y contribuir a fortalecer la fama del país.
La nación es suma de individualidades, y será tanto más calificada cuanto mayor sea el número de sus individualidades dignas, cultas, correctas. La formación de la personalidad, en lo físico y lo moral, en lo intelectual y lo emocional, o incluso psíquico, se inicia y culmina en la escuela. Todo lo que venga después de la enseñanza general básica será complemento. Lo básico y fundamental tendrá que existir previamente, como existe la tierra abonada e irrigada y como existe el germen en la planta para que se produzca el fruto.
Por lo tanto, la escuela es la encargada de crear aquellas individualidades que a la larga formarán por suma la nación misma. Gran emprendimiento por cierto, pero grande también es su premio. El progreso técnico, económico, funcional de una nación se elabora a base de inteligencias y esfuerzos. Pero ninguna nación es digna de llamarse culta, civilizada y avanzada si carece de hombres y mujeres correctos y laboriosos. Bien está que la escuela provea las bases indispensables para la instrucción técnico-profesional, pero su verdadera razón de ser en lo otro, o sea en la educación inicial del niño y la niña que están llamados a convertirse en células de la sociedad en su adultez.
Prepara la escuela (primaria y secundaria) no sólo talentos, sino personas. Los primeros, fatalmente, habrán de surgir según las necesidades y aprovecharán al país siempre que hallen en éste condiciones adecuadas para utilizarse. Pero las segundas no se producen sin estímulos, sin ejemplos, sin consejo. El término genérico de la educación abarca una amplia gama de significados y un vasto conjunto de connotaciones; pero lo más importante de todas es la más simple, la que vulgarmente conocemos todos como tal. Así podríamos deducir que la escuela (gran complemento del hogar), más que instruir debe educar, y más que enseñar ofrecer interpretaciones de comportamiento.
Tanto el hombre como la mujer en sociedad deben saber que están en ella para colaborar con sus semejantes, y precisamente, para formar en tal forma esa sociedad. La cordialidad en el trato, la seriedad en las respuestas, la espontaneidad de la ayuda, la generosidad, el respeto al derecho ajeno, la solidaridad, son otros tantos jalones que muestran cómo el hombre y la mujer, integrantes de la sociedad, a poco que se esfuercen pueden facilitar la vida en ella. El desinterés es una de las cualidades que debe adornar siempre el comportamiento social del hombre y la mujer. En las transacciones del servir mutuo no puede existir la moneda corriente, y aquello de hacer el bien sin mirar quién, cobra en este caso una particularísima relevancia.
Finalmente, agregamos algo más de connotación cristiana: hay que recordar -y tenerlo siempre presente- que la divinidad de las verdades enseñadas fue comprobada por los siete signos del milagro y elevada al clímax de la mística heroica por el martirio de Cristo y de sus apóstoles. Lo cierto es que no fue fácil luchar victoriosamente contra la barbarie secular; pero la obra civilizadora del cristianismo avanzó inmediatamente hasta lograr la relativa humanización de hombres y mujeres y, sobre todo, mantener latente, como una espada sobre la conciencia de los malos y como una antorcha sobre la esperanza de los buenos, la fe en las compensaciones eternas.
La nación es suma de individualidades, y será tanto más calificada cuanto mayor sea el número de sus individualidades dignas, cultas, correctas. La formación de la personalidad, en lo físico y lo moral, en lo intelectual y lo emocional, o incluso psíquico, se inicia y culmina en la escuela. Todo lo que venga después de la enseñanza general básica será complemento. Lo básico y fundamental tendrá que existir previamente, como existe la tierra abonada e irrigada y como existe el germen en la planta para que se produzca el fruto.
Por lo tanto, la escuela es la encargada de crear aquellas individualidades que a la larga formarán por suma la nación misma. Gran emprendimiento por cierto, pero grande también es su premio. El progreso técnico, económico, funcional de una nación se elabora a base de inteligencias y esfuerzos. Pero ninguna nación es digna de llamarse culta, civilizada y avanzada si carece de hombres y mujeres correctos y laboriosos. Bien está que la escuela provea las bases indispensables para la instrucción técnico-profesional, pero su verdadera razón de ser en lo otro, o sea en la educación inicial del niño y la niña que están llamados a convertirse en células de la sociedad en su adultez.
Prepara la escuela (primaria y secundaria) no sólo talentos, sino personas. Los primeros, fatalmente, habrán de surgir según las necesidades y aprovecharán al país siempre que hallen en éste condiciones adecuadas para utilizarse. Pero las segundas no se producen sin estímulos, sin ejemplos, sin consejo. El término genérico de la educación abarca una amplia gama de significados y un vasto conjunto de connotaciones; pero lo más importante de todas es la más simple, la que vulgarmente conocemos todos como tal. Así podríamos deducir que la escuela (gran complemento del hogar), más que instruir debe educar, y más que enseñar ofrecer interpretaciones de comportamiento.
Tanto el hombre como la mujer en sociedad deben saber que están en ella para colaborar con sus semejantes, y precisamente, para formar en tal forma esa sociedad. La cordialidad en el trato, la seriedad en las respuestas, la espontaneidad de la ayuda, la generosidad, el respeto al derecho ajeno, la solidaridad, son otros tantos jalones que muestran cómo el hombre y la mujer, integrantes de la sociedad, a poco que se esfuercen pueden facilitar la vida en ella. El desinterés es una de las cualidades que debe adornar siempre el comportamiento social del hombre y la mujer. En las transacciones del servir mutuo no puede existir la moneda corriente, y aquello de hacer el bien sin mirar quién, cobra en este caso una particularísima relevancia.
Finalmente, agregamos algo más de connotación cristiana: hay que recordar -y tenerlo siempre presente- que la divinidad de las verdades enseñadas fue comprobada por los siete signos del milagro y elevada al clímax de la mística heroica por el martirio de Cristo y de sus apóstoles. Lo cierto es que no fue fácil luchar victoriosamente contra la barbarie secular; pero la obra civilizadora del cristianismo avanzó inmediatamente hasta lograr la relativa humanización de hombres y mujeres y, sobre todo, mantener latente, como una espada sobre la conciencia de los malos y como una antorcha sobre la esperanza de los buenos, la fe en las compensaciones eternas.
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