El legado de Justo Arosemena Quesada
Publicado 2006/02/23 00:00:00
- Mexicali
A 110 años de su muerte, este panameño de ayer sigue vigente y actuante: él es nuestro mentor intelectual y maestro del acontecer patrio hoy y para el futuro.
EL 23 DE FEBRERO de 1896 se extinguió en Colón -entonces incipiente poblado- el mayor cerebro istmeño del siglo XIX. Justo Arosemena se fue a lo ignoto de la post vida cuando solo faltaban siete años para la fundación de la República panameña. En las páginas del Estado Federal dejó establecidos los fundamentos teóricos de una nacionalidad nueva, la nuestra, que él intuyó luminosamente.
Para mí, ese opúsculo de 1855 bien puede denominarse "catecismo de nuestra identidad" socio-política y la apología del derecho a existir con autonomía y firmeza.
Nuestro Padre Don Justo fue un hombre de vida ejemplar. Si ahondamos el término hallamos al jurista íntegro, al político incorruptible, al diplomático rectilíneo y sin dobleces, al escritor prolífico, al padre de familia modelo, al pensador imbuido de las novedosas tendencias de su tiempo.
Es necesario releer sus ensayos tan ricos en doctrina y redactados con precisión conceptual y elegancia lingüística para abrevar una enseñanza que el paso de las décadas no causa desfase.
Algunos de sus interpretes actuales lo forzaron a hablar un lenguaje y asumir posturas que él jamás profesó y un agnosticismo que se coloca al otro extremo de lo que realmente dijo y en contrapunto con las nobles ideas que lo inspiraban.
Es cierto que Don Justo suscribió actitudes racionalistas cuando de cosas de fe se trataba, pero de allí a negar la existencia divina hay todo un paso. Probablemente no admita al Dios de la revelación bíblica y opte por el Dios "de los filósofos y de los sabios", para invocar la expresión de Blas Pascal.
En su Introducción a las Ciencias Morales y Políticas enseñó que cada individuo ha de fundarse en principios y que estos son inamovibles. Quien no se sostenga en ellos queda de hecho desvirtuado, vacilante y sin solidez.
En el grupo social rige la misma máxima. La libertad debe ser ponderada, equilibrada para que el abuso no la transforme en libertinaje. Dentro de la sociedad, la "armonía de intereses" es la pauta para la consecución de metas comunes que redunden en bienestar general.
La moral es más un resultado de la razón práctica y de las inaplazables necesidades humanas que de la pura especulación metafísica o de un dictamen trascendente.
Arosemena creyó en el hombre con todas las potencialidades de que somos capaces y aspiro hacia el ideal de perfeccionamiento social.
Cuando Ricardo J. Alfaro estudia la figura gigante de Justo Arosemena lo define como "adorador de la verdad", enemigo de la farsa teatral y de poses de carátula al estilo de nuestras frágiles democracias tropicales.
A 110 años de su muerte, este panameño de ayer sigue vigente y actuante: él es nuestro mentor intelectual y maestro del acontecer patrio hoy y para el futuro.
El Boletín publicado en la página 11 A del diario La Prensa el día 21 de abril por el Capítulo Panameño de TI, efectivamente contiene un llamado de carácter general sobre los requisitos que establece el artículo 130 de la Constitución para ser elegido defensor del Pueblo, salvo por una leyenda resaltada en letras negritas en donde evidentemente se alude - aunque sin mención de su nombre - al aspirante Neftalí Jaén Melamed, quien públicamente ha reconocido su parentesco con el Diputado Suplente Manuel Castillo Melamed.
Acogemos sin reserva la solicitud formulada por la Directora Ejecutiva de TI Capítulo de Panamá, y consideramos oportuno que se solicite, por parte de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Nacional, la opinión al Procurador de la Administración sobre la existencia o no del impedimento, como se sugiere.
Para mí, ese opúsculo de 1855 bien puede denominarse "catecismo de nuestra identidad" socio-política y la apología del derecho a existir con autonomía y firmeza.
Nuestro Padre Don Justo fue un hombre de vida ejemplar. Si ahondamos el término hallamos al jurista íntegro, al político incorruptible, al diplomático rectilíneo y sin dobleces, al escritor prolífico, al padre de familia modelo, al pensador imbuido de las novedosas tendencias de su tiempo.
Es necesario releer sus ensayos tan ricos en doctrina y redactados con precisión conceptual y elegancia lingüística para abrevar una enseñanza que el paso de las décadas no causa desfase.
Algunos de sus interpretes actuales lo forzaron a hablar un lenguaje y asumir posturas que él jamás profesó y un agnosticismo que se coloca al otro extremo de lo que realmente dijo y en contrapunto con las nobles ideas que lo inspiraban.
Es cierto que Don Justo suscribió actitudes racionalistas cuando de cosas de fe se trataba, pero de allí a negar la existencia divina hay todo un paso. Probablemente no admita al Dios de la revelación bíblica y opte por el Dios "de los filósofos y de los sabios", para invocar la expresión de Blas Pascal.
En su Introducción a las Ciencias Morales y Políticas enseñó que cada individuo ha de fundarse en principios y que estos son inamovibles. Quien no se sostenga en ellos queda de hecho desvirtuado, vacilante y sin solidez.
En el grupo social rige la misma máxima. La libertad debe ser ponderada, equilibrada para que el abuso no la transforme en libertinaje. Dentro de la sociedad, la "armonía de intereses" es la pauta para la consecución de metas comunes que redunden en bienestar general.
La moral es más un resultado de la razón práctica y de las inaplazables necesidades humanas que de la pura especulación metafísica o de un dictamen trascendente.
Arosemena creyó en el hombre con todas las potencialidades de que somos capaces y aspiro hacia el ideal de perfeccionamiento social.
Cuando Ricardo J. Alfaro estudia la figura gigante de Justo Arosemena lo define como "adorador de la verdad", enemigo de la farsa teatral y de poses de carátula al estilo de nuestras frágiles democracias tropicales.
A 110 años de su muerte, este panameño de ayer sigue vigente y actuante: él es nuestro mentor intelectual y maestro del acontecer patrio hoy y para el futuro.
El Boletín publicado en la página 11 A del diario La Prensa el día 21 de abril por el Capítulo Panameño de TI, efectivamente contiene un llamado de carácter general sobre los requisitos que establece el artículo 130 de la Constitución para ser elegido defensor del Pueblo, salvo por una leyenda resaltada en letras negritas en donde evidentemente se alude - aunque sin mención de su nombre - al aspirante Neftalí Jaén Melamed, quien públicamente ha reconocido su parentesco con el Diputado Suplente Manuel Castillo Melamed.
Acogemos sin reserva la solicitud formulada por la Directora Ejecutiva de TI Capítulo de Panamá, y consideramos oportuno que se solicite, por parte de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Nacional, la opinión al Procurador de la Administración sobre la existencia o no del impedimento, como se sugiere.
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